Steve Berry - El Club de París

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Cuando Napoleón Bonaparte murió en 1821, se llevó a la tumba un impactante secreto. Como emperador, había saqueado incalculables riquezas de palacios y tesoros nacionales, e incluso de los Caballeros de Malta y el Vaticano. En sus últimos días, sus captores británicos esperaban averiguar dónde se ocultaba el botín. Pero él nos les desveló nada. ¿O tal vez sí? Cotton Malone está a punto de averiguarlo cuando los problemas llaman a la puerta de su librería: un agente del servicio secreto estadounidense que terminara convirtiéndose en su aliado. Sólo igualando el ingenio de un terrorista a sueldo, frustrando un atentado catastrófico, y emprendiendo una desesperada búsqueda del legendario tesoro perdido de Napoleón, podrá Malone evitar la anarquía económica internacional. Desde Dinamarca, pasando por Inglaterra y terminando en las calles de París, Malone participa en un intenso juego de duplicidad y muerte, todo para conseguir un tesoro de valor incalculable. Pero, ¿a qué precio?.

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– ¿Qué pasa, Graham? -preguntó.

Ashby quería a aquella mujer como aliada, de modo que respondió contándole parte de la verdad.

– El negocio ha salido mal. Me temo que madame Larocque estará bastante molesta conmigo, lo suficiente para querer hacerme daño.

– ¿Qué has hecho?

Ashby sonrió.

– Simplemente tratar de huir de las incesantes garras de otros.

En ese momento dejó que sus ojos recorrieran las piernas bien formadas de Caroline y la curva de sus caderas. El mero hecho de contemplar aquellas líneas perfectas liberaba su mente de las tribulaciones, aunque fuese solo por unos instantes.

– No puedes culparme por eso -añadió Ashby-. Por fin hemos vuelto a aguas poco profundas. Yo sólo quería terminar con Eliza. Está loca, ya lo sabes.

– ¿Y necesitamos a los Murray y al señor Guildhall?

– Y posiblemente a más hombres. Esa zorra está muy enfadada.

– Entonces démosle algo que la hará subirse por las paredes.

Ashby había estado esperando que le explicara su descubrimiento. Caroline se levantó y cogió una cartera de piel que había en una silla cercana. En su interior encontró una hoja de papel en la que aparecían escritas las catorce líneas del libro merovingio, anotadas por el propio Napoleón.

Es igual que el que encontramos en Córcega dijo Caroline El de la letra - фото 98

– Es igual que el que encontramos en Córcega -dijo Caroline-. El de la letra alzada que reveló el salmo treinta y uno, escrito también por Napoleón. Cuando coloqué una regla debajo de las líneas lo entendí todo.

Caroline sacó una regla y se lo demostró. Ashby comprobó de inmediato que unas letras eran más altas que otras.

– ¿Qué dice?

Caroline le dio otro trozo de papel y allí vio todas las letras destacadas.

ADOGOBERTROIETASIONESTCETRESORETILESTLAMORT

– No ha sido fácil formar las palabras -dijo Caroline-. Sólo hay que añadir algunos espacios. Entonces mostró otra hoja.

A DOGOBERT ROI ET A SION EST CE

TRESOR ET IL EST LA MORT

Caroline tradujo del francés.

– Al rey Dagoberto y a Sión pertenece el tesoro y él está muerto allí.

Ashby se encogió de hombros en señal de pesimismo.

– ¿Qué significa?

Los seductores labios de Caroline dibujaron una sonrisa maliciosa.

– Mucho.

картинка 99

Malone entró en el edificio empuñando la pistola y subió las escaleras. Stephanie lo siguió.

La policía parisina esperaba fuera.

Nadie sabía con certeza con qué se iban a encontrar, así que cuanta menos gente entrara, mejor. La contención se estaba convirtiendo en un problema, sobre todo teniendo en cuenta que dos monumentos nacionales habían sido atacados y que se habían derribado dos aviones. El presidente Daniels les había asegurado que los franceses se ocuparían de la prensa.

– Ustedes céntrense en atrapar a Lyon -ordenó.

Llegaron a la cuarta planta y encontraron la puerta del apartamento que había dejado el hombre de los ojos ámbar semanas antes. El propietario les había proporcionado una llave maestra.

Stephanie se situó a un lado, pistola en mano. Malone balanceó su cuerpo hacia el otro lado y llamó a la puerta. No esperaba que nadie respondiese, así que metió la llave en la cerradura, giró el pomo y abrió. Esperó unos segundos y entonces miró por el costado de la jamba. El piso estaba totalmente vacío, salvo por un objeto.

En el suelo de madera yacía un computador portátil con la pantalla mirando hacia ellos y un contador en marcha.

Dos minutos.

1.59.

1.58.

картинка 100

Thorvaldsen había llamado siete veces al teléfono móvil de Malone y siempre le había saltado el contestador automático, lo cual le angustiaba cada vez más. Necesitaba hablar con él y, lo que era más importante, necesitaba encontrar a Graham Ashby. No había ordenado a sus investigadores que siguieran al británico cuando este había abandonado Inglaterra por la mañana. Supuso que tendría controlado a Ashby en la Torre Eiffel hasta última hora de la tarde. Para entonces, sus hombres estarían en Francia listos para entrar en acción. Pero Ashby tenía otros planes. Thorvaldsen estaba solo en su habitación del Ritz. ¿Qué debía hacer ahora? Estaba desorientado. Había planeado su estrategia al detalle, previéndolo casi todo, excepto el asesinato en masa del Club de París. Debía reconocer que Ashby había sido innovador. Eliza Larocque debía de estar confusa. Sus meticulosos planes se habían ido al traste. Al menos se había dado cuenta de que el danés le decía la verdad sobre el supuestamente fiable lord británico. Ahora Ashby tenía a dos personas que deseaban acabar con él, lo cual le trajo de nuevo a la mente a Malone, el libro y Murad. ¿Quizá el profesor sabía algo?

En ese momento sonó su teléfono móvil. La pantalla advertía que era un número oculto, pero respondió de todos modos.

– Henrik -dijo Sam Collins-. Necesito su ayuda.

Thorvaldsen quería saber si todos los que lo rodeaban eran unos embusteros.

– ¿Qué has estado haciendo?

Al otro lado del aparato se hizo el silencio. Finalmente, Sam respondió:

– He sido reclutado por el Departamento de Justicia.

El danés se alegró de que el joven le dijera la verdad, así que decidió corresponderle.

– Te he visto en la Torre Eiffel. En la sala de reuniones.

– Eso me pareció.

– ¿Qué está ocurriendo, Sam?

– Estoy siguiendo a Ashby.

Era la mejor noticia que había oído.

– ¿Para Stephanie Nelle?

– En realidad no, pero no tenía elección.

– ¿Tienes manera de contactarla?

– Me ha facilitado un número directo, pero no sabía si llamar. Quería hablar primero con usted.

– Dime dónde estás.

картинка 101

Malone se acercó al computador mientras Stephanie registraba las otras dos habitaciones del piso.

– Aquí no hay nada -gritó.

Malone se arrodilló. La pantalla proseguía la cuenta atrás, que se acercaba a un minuto. Vio una tarjeta de datos insertada en un puerto USB lateral, la fuente de la conexión sin cables. En la parte superior derecha de la pantalla, el indicador de batería indicaba un ochenta por ciento. La máquina no llevaba en marcha mucho tiempo.

Faltaban cuarenta y un segundos.

– ¿No deberíamos irnos? -preguntó Stephanie.

– Lyon sabía que vendríamos. Como en los Inválidos, si quisiera matarnos, hay maneras más sencillas que esta.

Veintiocho segundos.

– ¿Te das cuenta de que Peter Lyon es un cabrón sin escrúpulos?

Diecinueve segundos.

– Henrik ha llamado siete veces -le dijo a Stephanie mientras observaban la pantalla.

– Hay que ocuparse de él -respondió.

– Lo sé.

Doce segundos.

– A lo mejor te equivocas y sí hay una bomba aquí -musitó Stephanie.

Nueve segundos.

– No sería la primera vez.

Seis segundos.

– Eso no es lo que dijiste en el patio de honor.

Entonces apareció un cinco, después un cuatro, un tres, un dos, un uno.

LXI

Ashby esperó a que Caroline se explicara. Sin duda estaba disfrutando.

– Si vamos a creer en la leyenda -dijo ella-, solo Napoleón conocía el paradero de su tesoro. No confió esa información a nadie, que nosotros sepamos. Cuando se dio cuenta de que iba a morir en Santa Elena, tuvo que decírselo a su hijo.

Caroline señaló las catorce líneas.

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