Steve Berry - La Habitación de Ámbar

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La Habitación de Ámbar es uno de los mayores tesoros creados por el hombre. Las tropas alemanas que invadieron la Unión Soviética se hicieron con ella en 1941. Cuando los Aliados comenzaron los bombardeos fue ocultada y se convirtió en un misterio que perdura hasta nuestros días.
A la juez Rachel Cutler le encantan su trabajo y sus hijos, y mantiene una relación civilizada con su ex marido Paul. Todo cambia cuando su padre muere en misteriosas circunstancias, dejando pistas acerca de un secreto llamado 'la Habitación de Ámbar'. Desesperada por descubrir la verdad, Rachel viaja a Alemania seguida de cerca por Paul.
Enfrentados a asesinos profesionales en un juego traicionero, los dos chocan contra las fuerzas de la avaricia, el poder y la misma Historia.

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Esperaba que Loring lo siguiera y que le disparara a él, pero desde luego no tendría problemas para dejar atrás a aquel viejo.

McKoy se había dejado disparar para que él escapara. Nunca se le había ocurrido que alguien fuera realmente capaz de algo así. Aquello solo sucedía en las películas. Pero lo último que vio antes de salir de la cámara fue al hombretón tendido en el suelo.

Apartó aquella idea de su mente y se concentró en Rachel mientras corría por el pasillo, hacia la escalera.

Knoll oyó a Suzanne salir al pasillo. Cruzó la habitación y recuperó el cuchillo. Después se dirigió hacia la puerta y se arriesgó a echar un vistazo. Danzer se encontraba a unos veinte metros y corría hacia la escalera. Knoll afianzó los pies y le arrojó el estilete perfectamente equilibrado. Alcanzó a Danzer en el muslo izquierdo. La afiladísima hoja se hundió en la carne hasta el mango.

Suzanne dejó escapar un grito y cayó sobre la alfombra, consumida por el dolor.

– Esta vez no, Suzanne -dijo él con calma.

Se aproximó a ella.

La mujer se aferraba la parte trasera del muslo, del que manaba la sangre en abundancia. Suzanne intentó dar la vuelta hacia la pistola y apuntar, pero Knoll le arrebató al instante la cz-75b de una patada.

La pistola aterrizó lejos de ella.

Knoll le pisó el cuello y la inmovilizó contra el suelo. La apuntó con su propia pistola.

– Se acabaron los juegos y la diversión -dijo.

Danzer tanteó y trató de cerrar la palma alrededor del mango del estilete, pero su rival le pateó la cara con la suela del zapato.

Le disparó dos veces en la cabeza y la mujer dejó de moverse.

– Por Monika -susurró.

Entonces arrancó el cuchillo del muslo del cadáver y limpió la hoja con la ropa de su enemiga. Encontró la pistola de Danzer y regresó al dormitorio, dispuesto a terminar lo que había empezado.

56

McKoy intentó levantarse y enfocar la mirada, pero no era capaz. La Habitación de Ámbar daba vueltas a su alrededor. Tenía las piernas flojas y sentía mareos. Perdía la conciencia a ojos vista. Nunca se había imaginado una muerte así, rodeado por un tesoro que valía millones, incapaz de hacer nada de nada.

Se había equivocado respecto a Loring. No había habido peligro para el ámbar. La bala estaba simplemente alojada en su cuerpo. Esperaba que Paul Cutler consiguiera escapar. Intentó levantarse. Se acercaban pasos desde la galería exterior, en su dirección. Se derrumbó sobre el parqué y se quedó quieto. Abrió el ojo izquierdo y logró ver una imagen borrosa de Ernst Loring, que entraba de nuevo en la Habitación de Ámbar con la pistola todavía en la mano. McKoy trató de quedarse totalmente quieto, para conservar las pocas fuerzas que le quedaban.

Inspiró lenta y profundamente y esperó a que Loring se acercara. El viejo tanteó cuidadosamente la pierna izquierda de McKoy con el zapato, al parecer para comprobar si ya estaba muerto. El americano contuvo el aliento y logró mantener el cuerpo rígido. Comenzó a darle vueltas la cabeza por la falta de oxígeno, combinada con la pérdida de sangre.

Necesitaba que ese hijo de puta se acercara más.

Loring dio dos pasos hacia delante.

De repente, McKoy barrió las piernas del anciano con el brazo, al tiempo que el dolor le abrasaba el hombro y el pecho. De la herida salió un chorro de sangre, pero trató de aguantar lo suficiente para terminar el trabajo.

Loring cayó al suelo y el impacto le hizo soltar la pistola. La mano derecha de McKoy se cerró alrededor del cuello. La imagen de Loring atónito ante la situación aparecía y desaparecía ante él. Tenía que apresurarse.

– Salude al diablo de mi parte -susurró.

Con sus últimas fuerzas, estranguló a Ernst Loring hasta la muerte.

Después fue él quien se rindió a las tinieblas.

Paul atravesó el laberinto de pasillos de la planta baja y se lanzó hacia la escalera que subía hasta el piso de su habitación. Justo antes de entrar en el vestíbulo iluminado, oyó dos disparos procedentes de arriba.

Se detuvo.

Aquello era una locura. La mujer estaba armada. Él no. ¿Pero a quién estaba disparando? ¿A Rachel? McKoy había recibido un disparo para que él pudiera escapar. Parecía que ahora era su turno.

Corrió escaleras arriba, salvando los escalones de dos en dos.

Knoll dejó caer los pantalones. Matar a Danzer había sido un aperitivo satisfactorio. Rachel yacía despatarrada sobre la cama, aún aturdida por el puñetazo. Knoll arrojó la pistola al suelo y empuñó el estilete. Se acercó a la cama, le separó delicadamente las piernas y pasó la lengua por el interior del muslo. Ella no se resistió. Aquello iba a estar bien. Rachel, que al parecer seguía confusa, gimió levemente y respondió a la caricia. Knoll devolvió el estilete a la vaina bajo su manga derecha. Estaba confusa y dócil. No necesitaría el cuchillo. Le agarró los glúteos con las manos y devolvió la lengua a la entrepierna.

– Oh, Paul… -susurró ella.

– Ya le dije que no sería desagradable -dijo él.

Se levantó y se preparó para montarla.

Paul viró en el descansillo de la cuarta planta y acometió el último tramo de escaleras. Estaba cansado y le dolían las piernas, pero Rachel estaba allí arriba y lo necesitaba. Al llegar vio el cuerpo de Suzanne, con la cara destrozada por dos orificios de bala. La visión resultaba repulsiva, pero pensó en Chapaev y en sus padres y no sintió más que satisfacción. Entonces un pensamiento electrificó su cerebro.

¿Quién demonios la había matado?

¿Rachel?

Un gemido resonó en el pasillo.

Y después su nombre.

Se acercó con cuidado a la habitación. La puerta estaba abierta y la bisagra superior parecía arrancada de la jamba. Se asomó a la penumbra. Sus ojos se ajustaron. Había un hombre en la cama y Rachel estaba debajo.

Christian Knoll.

Paul enloqueció y cruzó la habitación a toda prisa, para entonces catapultarse hacia Knoll. El impulso los hizo rodar a ambos por la cama y caer al suelo. Paul aterrizó sobre el hombro derecho, el mismo en el que ya se había hecho daño el martes por la noche en Stod. El dolor recorrió su brazo. Knoll era más grande y más experimentado, pero él estaba furioso más allá de toda medida. Lanzó el puño y la nariz de Knoll se hizo pedazos. El asesino chilló, pero pivotó y utilizó las piernas para proyectar a Paul sobre él. Knoll se lanzó hacia delante y se apartó rodando, antes de saltar y asestar un fuerte puñetazo a Paul en el pecho, que se atragantó con su propia saliva y trató de recuperar el aliento.

Knoll se incorporó y lo levantó del suelo. Entonces le propinó un puñetazo en la mandíbula y lo hizo trastabillar hacia el centro de la habitación. Paul se sentía confuso y trataba de enfocar el mobiliario y a aquel hombre alto que se acercaba a él, y que no dejaba de dar vueltas. Tenía cuarenta y un años y aquella era su primera pelea de verdad. Pensó en lo extraña que era la sensación de recibir golpes. De repente, la imagen del trasero desnudo de Knoll sobre Rachel inundó su mente. Trató de mantener el equilibrio, cogió aliento y se lanzó hacia delante, solo para recibir un nuevo puñetazo, esta vez en el estómago.

Maldición. Estaba perdiendo la pelea.

Knoll lo agarró del pelo.

– Ha interrumpido usted mis placenteras actividades y no me gusta que me interrumpan. ¿Ha visto a Fraulein Danzer cuando venía hacia aquí? Ella también me interrumpió.

– Que lo folien, Knoll.

– Qué desafiante. Y qué valiente. Pero qué débil.

Knoll lo soltó y volvió a golpearlo. Paul empezó a sangrar por la nariz. El impulso del golpe lo hizo trastabillar por el umbral abierto y acabó en el pasillo. Tenía problemas para ver con el ojo derecho.

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