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Steve Berry: Los caballeros de Salomón

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Steve Berry Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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Era algo completamente distinto.

Y eso quería decir que alguien estaba al tanto de su propósito.

Había visto cómo el ladrón saltaba de la torre… La primera vez que realmente era testigo de una muerte. Durante años había oído hablar a sus agentes de ello, pero hay un enorme abismo entre leer un informe y ver morir a alguien. El cuerpo había chocado contra los adoquines con un espantoso ruido sordo. ¿Saltó él?¿O le había obligado Malone a hacerlo?¿Habían peleado?¿Había dicho algo antes de saltar?

Ella había llegado a Dinamarca con un propósito singular: visitar a Malone. Años atrás él había sido uno de sus doce elegidos para el Magellan Billet. Había conocido al padre de Malone y seguido el continuo ascenso del hijo, por lo que se alegró de tenerlo cuando él aceptó la oferta y se trasladó desde la Auditoría Militar General de la Marina a Justicia. Con el tiempo llegó a ser su mejor agente, y se entristeció cuando el año anterior él decidió marcharse.

No le había visto desde entonces, aunque habían hablado por teléfono algunas veces. Cuando daba caza al ladrón, ella había observado que su alto cuerpo seguía conservando su musculatura y su cabello era espeso y ondulado, con el mismo ligero tono de color siena que ella recordaba, parecido al de la vieja piedra de los edificios que la rodeaban. Durante los doce años que había trabajado para ella, siempre se había mostrado franco e independiente, lo cual le convertía en un buen detective -alguien en quien se podía confiar-, aunque también había simpatía. Realmente, había sido algo más que un subordinado.

Era su amigo.

Pero eso no quería decir que ella lo quisiera implicar en sus asuntos.

Perseguir al hombre de la cazadora roja era propio de Malone, pero también un problema. Visitarle ahora significaría que surgirían preguntas, preguntas que ella no tenía intención de responder.

Lo de pasar el tiempo con un viejo amigo tendría que esperar.

Malone salió de la Torre Redonda y fue en busca de Stephanie. Al abandonar la terraza, los sanitarios estaban atendiendo a la pareja de ancianos. El hombre estaba conmocionado por un golpe en la cabeza, pero se repondría. La mujer seguía histérica, y uno de los enfermeros insistía en llevarla a una ambulancia que les esperaba.

El cuerpo de Cazadora Roja seguía tendido en la calle, bajo una sábana de color amarillo pálido, y la policía estaba ocupada dispersando a la gente. Abriéndose lentamente paso a través de la multitud, Malone vio que levantaban la sábana y el fotógrafo de la policía se disponía a hacer su trabajo. El ladrón se había cortado la garganta. El ensangrentado cuchillo yacía a varios metros de distancia de un brazo que estaba retorcido en un ángulo poco natural. La sangre había brotado del tajo del cuello, derramándose por los adoquines y formando un oscuro charco. El cráneo estaba hundido, el torso aplastado y las piernas retorcidas como si no contuvieran ningún hueso. La policía le había dicho a Malone que no se marchara -necesitaban una declaración-, pero por el momento él necesitaba encontrar a Stephanie.

Consiguió atravesar el grupo de mirones, y miró hacia atrás, al cielo nocturno, donde el sol de última hora de la tarde brillaba con despilfarradora gloria. No se veía una sola nube. Sería una noche excelente para contemplar las estrellas, pero nadie visitaría el observatorio situado en la cúpula de la Torre Redonda. No. Estaría cerrada aquella noche, pues un hombre acababa de matarse saltando de ella.

¿Y qué decir de aquel hombre?

Los pensamientos de Malone eran una maraña de curiosidad y aprensión. Pensaba que regresaría a su librería y se olvidaría de Stephanie Nelle y de lo que ésta estaba haciendo. Sus asuntos ya no eran de su incumbencia. Pero sabía que eso no iba a pasar.

Algo se estaba revelando, y no era bueno.

Descubrió a Stephanie unos cincuenta metros más adelante, en el Vestergade, otro de los largos callejones que formaban el complicado distrito comercial de Copenhague. Su paso era vivo, imperturbable, y de repente torció a la derecha y desapareció en uno de los edificios.

Malone inició un trotecillo y descubrió el rótulo, hansen’s antikvariat, una librería, su propietario era una de las pocas personas de la ciudad que no había dado una cálida bienvenida a Malone. A Peter Hansen no le gustaban los extranjeros, especialmente los norteamericanos, e incluso había intentado bloquear la admisión de Malone en la Asociación de Libreros Anticuarios Daneses. Afortunadamente, el desagrado de Hansen no se había demostrado contagioso.

Viejos instintos estaban nuevamente ocupando su sitio, sentimientos y sensaciones que habían quedado inactivos desde su retiro el año anterior. Sensaciones que no le gustaban, pero que siempre le habían hecho avanzar.

Se detuvo en seco ante la puerta y vio a Stephanie en el interior, hablando con Hansen. Los dos se retiraron luego al interior, el almacén, que ocupaba la planta baja de un edificio de tres pisos. Conocía la disposición interior, ya que había pasado el año anterior estudiando las librerías de Copenhague. Casi todas ellas eran un fiel reflejo de la pulcritud nórdica, las estanterías organizadas por temas, y los libros cuidadosamente colocados en ellas. La de Hansen, sin embargo, era algo más caótica. Él era una mezcla ecléctica de lo viejo y lo nuevo… principalmente nuevo, ya que no era alguien que pagara el máximo por las colecciones privadas.

Malone se deslizó en el oscuro espacio y confió en que ninguno de los empleados le llamara por su nombre. Había cenado un par de veces con la encargada de Hansen, que era como se había enterado de que él no era del agrado del librero. Afortunadamente, ella no andaba por allí, y sólo unas diez personas examinaban las estanterías. Rápidamente se trasladó a la parte trasera, donde, como sabía, se abrían una miríada de pequeños cubículos, cada uno de ellos rebosante de estanterías. No se sentía muy cómodo estando allí -a fin de cuentas, Stephanie simplemente había llamado y dicho que estaría en la ciudad unas horas y quería saludarlo-, pero eso fue antes de que apareciera Cazadora Roja. Y él sentía una maldita curiosidad por saber lo que aquel hombre había deseado tanto para dar la vida por ello.

No debería haberse sorprendido por el comportamiento de Stephanie. Siempre se había mostrado muy reservada, demasiado reservada, a veces, lo cual a menudo había generado enfrentamientos. Una cosa era estar a salvo en la oficina de Atlanta trabajando en un computador, y otra completamente distinta andar bregando sobre el terreno. Las buenas decisiones nunca podían tomarse sin la información correcta.

Divisó a Stephanie y Hansen en el cuarto sin ventanas que le servía de oficina al dueño del local. Malone le había visitado allí una vez cuando trató de entablar amistad con el idiota. Hansen era un hombre fornido, provisto de una larga nariz que sobresalía de un bigote grisáceo. Malone se situó detrás de una fila de sobrecargadas estanterías, y cogió un libro fingiendo leer.

– ¿Por qué ha hecho usted un viaje tan largo para esto? -estaba diciendo Hansen con su tensa, jadeante, voz.

– ¿Está usted familiarizado con la subasta de Roskilde?

Típico de Stephanie, responder a una pregunta que no quiere contestar con otra pregunta.

– Acudo con frecuencia. Hay montones de libros en venta.

Malone también estaba familiarizado con la subasta. Roskilde se hallaba a unos treinta minutos al oeste de Copenhague. Los marchantes de libros antiguos de la ciudad se reunían una vez al trimestre para una subasta que atraía a compradores de toda Europa. Dos meses después de la apertura de su tienda, Malone había ganado casi doscientos mil euros allí gracias a la venta de cuatro libros que había conseguido encontrar en una oscura venta de bienes de la República Checa. Aquellos fondos le habían permitido pasar de agente del gobierno a empresario, algo mucho menos estresante. Pero también había engendrado celos, y Peter Hansen no ocultaba su envidia.

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