Gunnar levantó la vista de la carta y miró a Þóra. Su gesto indicaba que aquello no importaría mucho.
– Sí, eso haré.
– Y ya de paso, querría aprovechar la oportunidad, Gunnar, para preguntarle por una alumna de la facultad: Bríet, una amiga de Harald.
Gunnar entornó los ojos, serio.
– ¿Qué pasa con ella?
– Nos han dicho que tuvieron un rifirrafe ellos dos. Algo relacionado con un trabajo sobre Brynjólfur Sveinsson que estaban haciendo juntos. Su relación se agrió a causa de un documento desaparecido. ¿Sabe usted algo de eso? -Þóra se dio cuenta de que en la pared, detrás de Gunnar, había colgada una pintura, y le pareció que se trataba precisamente del dichoso Brynjólfur-. ¿No es ése? -señaló el cuadro.
Gunnar permanecía en silencio, pensativo. No miró hacia atrás, sin duda sabía perfectamente lo que había en la pared.
– Ese no es Brynjólfur Sveinsson, es un antepasado mío, con cuyo nombre fui bautizado. El reverendo Gunnar Harðarson. Lleva hábito de sacerdote, no ropas obispales del siglo XVII.
Þóra se sonrojó y decidió no preguntar por ninguna de las numerosísimas fotografías enmarcadas que colgaban también en las paredes… una foto que le pareció ser de Gunnar y el campesino de Hella que les había acompañado a Matthew y a ella cuando estuvieron visitando las cuevas. El hecho de que se sonrojara, irritó aún más a Gunnar, que se inclinó sobre el borde de la mesa y dijo enfadado:
– Son ustedes de los huéspedes más fastidiosos que he tenido nunca -dijo secamente.
Þóra se quedó estupefacta.
– Lo lamento mucho. Pero sí querría pedirle que tuviera un poquito de paciencia con nosotros… estamos intentando atar una serie de cabos sueltos y esto de Bríet es uno de ellos. Si no quiere informarnos al respecto, puede darnos el nombre del profesor, o del catedrático, que se encargó del tema.
– No, no. Claro que puedo informarles yo… no me será nada dificultoso. Solamente les rogaría que se abstuviesen de indagar demasiado en los asuntos privados de la facultad. Éste es uno de ellos.
– ¿Y eso? -preguntó Þóra extrañada-. Yo creía que esto tenía que ver sobre todo con esa chica, Bríet. Tenemos entendido que se comportó de una forma algo extraña, y por eso le hacemos la pregunta.
– Bríet, sí. Exacto, se comportó de una manera harto extraña. Fue principalmente gracias a Harald por lo que se consiguió detenerla antes de que la institución se hallara en una situación muy comprometida. -Gunnar se aflojó el nudo de la corbata.
– ¿Pero de qué se trataba exactamente? -preguntó ella mientras observaba el alfiler de corbata de Gunnar. Le recordaba a algo, pero no conseguía caer.
Gunnar bajó los ojos hacia la corbata, pues le extrañó que Þóra la mirase con tanta atención. Como por costumbre, se pasó la mano por encima, por si casualmente tenía allí algún resto de comida. Se raspó en el borde aguzado del alfiler y retiró la mano al instante.
– ¿De qué se trataba, me pregunta? Vamos a ver. Si no recuerdo mal, Harald y Bríet decidieron catalogar todas las fuentes sobre Brynjólfur Sveinsson de las que se tenía noticia, y aquel trabajo era parte de los estudios que cursaban. Creo que fue Harald quien propuso el tema, no Bríet. Ella se limitó a sumarse a él, estaba acostumbrada a engancharse a otros para hacer los trabajos de curso.
– ¿Aquello tenía alguna relación con la tesis del máster de Harald? -preguntó Þóra, aunque pensó que debía de ser una manera de comprobar si Brynjólfur había tenido la versión original del Malleus Maleficarum sin siquiera saberlo.
– No, de ningún modo -respondió Gunnar-. Nosotros lo consideramos bastante irrelevante a ese respecto, creo habérselo mencionado a ustedes. En lugar de utilizar los trabajos de curso de las distintas asignaturas como temas preparatorios de su tesis, solía dedicarse a asuntos que con frecuencia carecían de toda relación con la cuestión de la brujería.
– ¿Fue usted el supervisor de ese trabajo? -preguntó Þóra.
– No, creo recordar que fue Þorbjörn Ólafsson. Puedo comprobarlo, si quiere. -Gunnar movió la mano en dirección al ordenador que había sobre la mesa.
Þóra declinó la oferta.
– No, seguramente no hace falta. Con que pudiera decirnos qué es lo que pasó, nos bastaría. Por ahora no queremos pedirle nada más. No andamos demasiado bien de tiempo.
Gunnar miró su reloj.
– Ni yo tampoco, desde luego… tengo que ir a llevarle la carta a Maria. -En su gesto se podía leer que no le hacía mucha gracia la visita que tenía que hacer-. Fueron a las principales bibliotecas de la ciudad, al Archivo Nacional, a la Sección de Manuscritos y otros lugares semejantes para catalogar todos los documentos y cartas en los que se menciona al obispo Brynjólfur Sveinsson. Les fue bastante bien, según tengo entendido, hasta que Bríet creyó descubrir que una carta había desaparecido del Archivo Nacional.
– ¿Eso sería posible? -preguntó Þóra mirando como sin querer el destrozado papel que había sobre la mesa-. Quiero decir, de una forma diferente a lo que ha pasado ahora.
– Bien, puede pasar, pero en esta ocasión se trataba de una mera cuestión de incompetencia del sistema de control. Ciertamente se desconoce qué fue de la carta, pero ella acusó del robo a cierto individuo que está por encima de toda sospecha en ese contexto.
– ¿A quién? -preguntó Þóra.
– A quien está aquí presente -respondió Gunnar, y guardó silencio. Les miró alternativamente a uno y otro, retándoles con los ojos a poner en duda su inocencia.
– Comprendo -dijo Þóra; miró decidida a Gunnar y añadió-: Perdone que se lo pregunte, pero ¿cómo se le ocurrió a Bríet semejante idea?
– Como les he dicho, se habían producido ciertos errores en la catalogación. Según el catálogo, yo fui la última persona que pudo estudiar la carta, aunque nunca la he tenido en mis manos. Quizá alguna otra persona utilizó mi nombre, o la signatura se confundió. Brynjólfur Sveinsson no me interesa, y jamás se me habría pasado por la cabeza buscar documentos relacionados con él. Lo que hizo aún más desdichado este asunto fue que la chica intentó aprovechar la ocasión para facilitarle las cosas en los estudios. Con toda desfachatez, me dijo que callaría si le echaba una manita, por repetir su vulgar expresión. Hablé del asunto con Harald y él me prometió quitarle aquella locura de la cabeza. Me puse en contacto con un amigo mío del Archivo Nacional y le expresé mi deseo de que investigaran el asunto. No quiero que ninguna mocosa se crea con derecho a insubordinárseme. Pero no pudieron encontrar nada en todo este tiempo, y ya ha transcurrido alrededor de un año. Al final reconocieron que debía de haber sido un error por su parte, la carta habría acabado confundida con otros documentos y acabaría por aparecer más pronto o más tarde. Bríet tuvo el seso suficiente para no volver a hablarme del tema.
– ¿Y qué carta era ésa? -preguntó Þóra-. Quiero decir, ¿de qué trataba?
– La carta fue escrita en el ano 1702 y era de uno de los sacerdotes de Skálholt, e iba dirigida a Árni Magnússon. Sería la respuesta a una solicitud de Árni acerca del paradero de los manuscritos extranjeros propiedad de Brynjólfur Sveinsson, que había muerto unos años antes, en 1675. No hay duda alguna de que la carta estaba en la biblioteca. Muchos la recuerdan, además. A todos les pareció bastante extraño.
– ¿Nada más? -inquirió Þóra-. ¿Nada sobre manuscritos que hubieran podido estar escondidos, o sobre intentos de sacarlos de Skálholt?
Gunnar la miró con gesto pensativo.
– ¿Por qué pregunta, si conoce la respuesta?
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Þóra extrañada-. Yo no sé nada sobre esa carta, aparte de lo que acaba de decirnos. -Sus ojos volvieron a dirigirse al alfiler de corbata de Gunnar. ¿Qué demonios pasaba con aquel alfiler que tanto la irritaba? ¿Y qué cosa rara pasaba con aquel hombre?
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