– Pero… -Bella entró como una exhalación en el mismo instante sin preocuparse por llamar antes a la puerta, con las galletas en la mano. Había dispuesto artísticamente las galletas en una bandeja y llevaba una taza de café. Una única taza. La mente le dijo a Þóra que si las galletas hubieran sido para ella, Bella le habría tirado la caja cerrada, apuntando a la cabeza.
– Muchísimas gracias -dijo Matthew mientras cogía las viandas-. Hay quienes no comprenden la importancia del desayuno. -Hizo una inclinación de cabeza dirigida a Þóra y le guiñó un ojo a Bella. Bella miró a la abogada y levantó la nariz, toda ufana, dirigió a Matthew su mejor sonrisa y salió.
– Le has guiñado el ojo -dijo Þóra asombrada.
Matthew le guiñó el ojo dos veces seguidas a Þóra.
– A ti te lo he guiñado dos veces. ¿Satisfecha? -Se metió en la boca una galleta con grandes aspavientos.
Þóra puso cara de estupefacción.
– Pues ten cuidadito, está desmelenada y me obligará a decirle en qué hotel te alojas. -Sonó su móvil.
– Hola, ¿hablo con Þóra Guðmundsdóttir? -preguntó una voz de mujer que a Þóra le resultó vagamente conocida.
– Sí, buenos días.
– Soy Guðrún, la que le alquiló el apartamento a Harald -dijo la señora.
– Ah, sí, buenos días. -Þóra garabateó el nombre en una hoja de papel y la giró hacia Matthew, para que éste supiera con quién estaba hablando. Luego escribió detrás un signo de interrogación para indicar que ignoraba el motivo de la llamada.
– No sé si llamo a la persona adecuada, pero tenía su tarjeta y… Bueno, el caso es que me encontré una caja de Harald este fin de semana, con una serie de cosas dentro. -La mujer calló.
– Sí, sé lo que contenía la caja -dijo Þóra para salvar a la mujer de tener que hablarle de los miembros asados.
– Sí, ¿verdad? -La alegría de la voz era conmovedora-. Me di un susto tremendo, como podrá comprender, y ahora el caso es que no sé qué hacer con un documento que me guardé sin querer cuando salí corriendo del lavadero.
– Lo tiene aún en su poder, ¿no es así? -Þóra sentía que debía ayudar a la mujer.
– Sí, eso. Me lo llevé cuando fui a llamar a la policía y luego lo encontré justo al lado del teléfono de la cocina.
– Se trata de un documento que era propiedad de Harald, ¿no es así?
– Bueno, realmente no lo sé. Es una carta vieja. Antiquísima. Recordé que ustedes estaban buscando una cosa de ésas y pensé que quizá sería mejor dársela a ustedes en vez de a la policía. -Þóra oyó cómo la mujer respiraba profundamente antes de continuar-. Ellos siguen buscando. No puedo imaginarme que esto tenga algo que ver con el crimen.
Þóra escribió a toda prisa en el papel: ¿Carta antigua? Matthew enarcó las cejas y se comió otra galleta. La abogada dijo a su interlocutora:
– Nos encantaría por lo menos poder echarle un vistazo. ¿Podemos pasarnos ahora por su casa?
– Ejem, sí. Estoy en casa. Pero hay otra cosa. -La mujer calló.
– ¿El qué? -preguntó Þóra, alarmada.
– Pues es que me temo que estropeé la carta un montón, con las prisas. Tenía un auténtico shock. Pero no está rota. -Se apresuró a añadir-. En realidad es por eso por lo que no le dije nada a la policía sobre la carta. No quería que montasen un número sólo por haberla dañado. Espero que comprendan cómo son estas cosas.
– No importa. Vamos para allá. -Þóra colgó y se puso en pie-. Tendrás que llevarte las galletas; nos vamos. Probablemente acabamos de dar con la carta danesa que había desaparecido.
Matthew cogió dos galletas y tomó el último sorbo de café.
– ¿La carta que estaba buscando el decano?
– Sí, eso espero. -Se echó el bolso al hombro y fue hacia la puerta-. Si se trata de la carta podemos ir a devolvérsela a Gunnar y a lo mejor sacarle algo acerca de lo que Halldór me contó de Bríet. -Le lanzó una sonrisa de triunfo, feliz de lo bien que se le habían puesto las cosas-. Y aunque no se trate de esa carta, podríamos hacerlo de todos modos.
– ¿Piensas engañar a ese pobre hombre? -preguntó Matthew-. No está demasiado bien eso… teniendo en cuenta lo que ha tenido que sufrir el desdichado.
Þóra miró por encima del hombro mientras salía al pasillo y le sonrió.
– La única forma de descubrir si se trata de la carta en cuestión es llevándosela a Gunnar. Seguramente se pondrá tan contento que estará dispuesto a hacer lo que sea por nosotros. Dos o tres preguntitas sobre Bríet no le harán demasiado daño.
La sonrisa de Þóra no era ya tan amplia cuando estuvieron sentados a la mesa de la cocina en casa de Guðrún, con la carta delante. Gunnar no iba a ponerse demasiado feliz cuando llegara a sus manos algo tan estropeado. Sin duda preferiría que hubiera seguido en paradero desconocido.
– ¿Estás segura de que no estaba rajada ya cuando la sacaste de la caja? -preguntó Þóra intentando con mucho cuidado alisar la gruesa hoja de papel sin arrancar el trozo que estaba casi roto.
La mujer pasó los ojos por el papel, avergonzada.
– Segurísima. Estaba entera. Debí de rajarla yo en mi conmoción. No lo hice a propósito. -Sonrió como pidiendo excusas-. Pero seguramente se podrá pegar… ¿verdad? Y luego alisarla bien, ¿verdad?
– Sí, sí, claro que sí. Perfectamente -dijo Þóra, aunque sospechaba que la restauración del documento resultaría mucho más problemática de lo que su comentario parecía indicar, si es que era posible-. Le agradecemos mucho haberse puesto en contacto con nosotros. Tiene razón… muy probablemente se trata del documento que estábamos buscando, y en realidad no tiene nada que ver con la investigación de la policía. La pondremos en las manos convenientes.
– Bien, cuanto antes saque de aquí todo lo que recuerde a Harald y a todas estas complicaciones, tanto mejor. No han sido unos días nada agradables, en absoluto, para mí y para mi marido, desde que se cometió el crimen. Y además les rogaría que se pusiesen en contacto con la familia de él y les comunicasen que me encantaría que la vivienda pudiese quedar libre lo antes posible. Cuanto antes pueda olvidarme de todo esto, antes me podré tranquilizar. -Puso sus delgadas manos sobre la mesa de la cocina y miró fijamente sus dedos llenos de anillos-. No es que no me llevara bien con Harald, personalmente. No me vayan a malinterpretar.
– No, no -dijo Þóra con voz afable-. Puedo imaginarme que todo esto habrá sido cualquier cosa menos divertido. -Acompañó sus palabras con un esbozo de sonrisa-. Y ya para terminar, querría preguntarle si llegó a conocer a los amigos de Harald… si les vio o les oyó.
– ¿Es una broma? -preguntó la mujer con repentina brusquedad-. ¿Que si les oí? A veces armaban tanto barullo como si estuvieran dentro de mi propia casa.
– ¿Qué clase de barullo? -preguntó Þóra con prudencia-. ¿Discusiones? ¿Gritos?
La mujer resopló.
– Principalmente era música a todo meter. Si eso se puede llamar música. Luego había golpetazos a hora y a deshora, como si estuvieran dando zapatazos en el suelo o saltando. Algunos alaridos y gritos y chillidos… muchas veces tuve la sensación de que igual podía haber alquilado el piso para que se dedicaran a domar caballos.
– ¿Y por qué siguió teniéndole como inquilino? -intervino Matthew, que se había mantenido al margen durante casi toda la conversación-. Si no recuerdo mal, en el contrato de alquiler había una cláusula sobre el comportamiento y se establecía que se podía romper por incumplimiento de la misma.
La mujer enrojeció sin que Þóra comprendiese muy bien por qué.
– Me caía bien, supongo que por eso. Pagaba puntualmente el alquiler y aparte de esas cosas era un inquilino magnífico.
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