Yrsa Sigurðardóttir - El Último Ritual

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«No hallarás nunca paz ni consuelo. Arde para siempre…»
Así reza la carta que, escrita con la propia sangre de su hijo Harald, recibe en Alemania Amelia Gotlieb, días después de que la policía islandesa encontrara el cadáver del muchacho en la Facultad de Historia de Reykjavik: un cadáver al que, además, le han sacado los ojos y lleva marcados en su cuerpo extraños signos que dejan a los forenses entre el estupor y el espanto. Descontentos con el trabajo de la policía, y deseosos de que la verdad se descubra de la forma más discreta posible, los padres del difunto contratan entonces los servicios de Þóra, una letrada islandesa a la que ayudará Matthew, el abogado alemán que envía la familia.
Þóra y Matthew inician una investigación que les llevará desde la moderna Reykjavik al extremo noroeste de la isla, una zona inhóspita y salvaje donde, como en tantos otros lugares de Europa, se llevaron a cabo ejecuciones de decenas de personas acusadas de brujería. A los dos abogados no les quedará otro remedio que sumergirse en los restos y documentos de aquel nefasto episodio de la historia de Islandia para encontrar la clave de un asesinato que parece haber sido inspirado en ancestrales rituales.

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– ¡Por todos los dioses!-exclamó Dóri pasándose los dedos por la garganta-. No estaría de más que dejaras de repetir una y otra vez la misma estupidez. -Su rostro reflejaba su enfado, y cuando miró fijamente a Marta Mist, el labio superior se levantó involuntariamente mostrando los blancos dientes. Dejó de mirarla y aspiró una calada. Cuando dejó escapar el humo, el ataque de furia se le había pasado, y añadió en un tono algo más tranquilo-: Pero deberías alegrarte si fuera a la policía. ¿No crees que estarías muerta de miedo en la cárcel de mujeres? Todo mujeres. -Le sonrió burlón.

Marta Mist respondió en idéntico tono.

– Pues entonces podremos llamarnos e intercambiar historias bien bonitas. Tú serás de lo más popular en Litla-Hraun, chiquitín mío, un chiquito tan lindo. -Le devolvió la sonrisa burlona.

– Ay, parad ya -dijo Bríet por fin. Los otros no respondieron y se limitaron a mirarla extrañados, así que volvió a concentrarse en su vaso, ahora con las mejillas encendidas. Luego se la oyó refunfuñar para sí-: Pues lo que es yo, no tengo ningunas ganas de ir a la cárcel de mujeres, y tampoco quiero que vayas tú a Litla-Hraun. -Levantó la vista y dirigió la mirada hacia Dóri-. Todo esto me da un miedo espantoso.

Dóri le dirigió una sonrisa cariñosa. Le gustaba, en realidad mucho más que eso: se daba perfecta cuenta de que estaba colado por ella… aunque aún no tenía claro si era algo más que pura cuestión sexual.

– Nadie va a ir a la cárcel. -Miró a Marta Mist-. Ya ves lo que has conseguido; meterle el miedo en el cuerpo a Bríet con tus tonterías.

Marta Mist puso gesto de ofendida.

– ¿Yo? ¡Venga! Fuiste tú el que empezó a hablar de la cárcel, no yo. -Dirigió una mirada a Bríet, puso los ojos en blanco y suspiró-. ¿Y a quién se le ocurrió venir aquí, en realidad?

Estaban en el Hotel 101, en la calle Hverfisgata, sentados en la sala de la chimenea en frente de la barra, donde estaba permitido fumar. Era un lugar que había sido muy popular entre los amigos de Harald y ellos mismos, e iban allí constantemente mientras él estuvo, por así decir, dirigiendo aquel peculiar grupito. Al perderlo era como si el local hubiera perdido su peculiar encanto.

Dóri dejó caer la cabeza y la sacudió molesto.

– Por todos los dioses, Marta. Vamos a dejarlo. ¿No podemos hablar como amigos? Pensé que tú podrías ayudarme. Me parece horrible que Hugi tenga que estar allí metido. Tienes que ser capaz de entenderlo. -Levantó la vista sin mirarla a los ojos y alargó un brazo hacia la cajetilla de cigarrillos que estaba en el centro de la mesa-. Y me estoy volviendo loco con esta tensión. ¿Y cuándo demonios va a ser el entierro?

Bríet miró preocupada a Marta; saltaba a la vista que confiaba en que su amiga cambiara de rumbo, y su deseo se vio satisfecho. Marta Mist suspiró profundamente, pero abandonó la arrogancia que había caracterizado su comportamiento desde que se reunieron allí, un cuarto de hora antes.

– Ay, Dóri. -Se inclinó sobre la mesa y le cogió por la barbilla, obligándole a mirarla a los ojos-. ¿No somos amigos? -Él asintió, mohíno-. Pues escúchame. No vas a ayudar a Hugi involucrándote tú en el asunto. -Él la miró decidido y ella continuó con tranquilidad-. Piénsalo. Por mucho que te atormentes no vas a cambiar su situación así. Lo único que conseguiríamos es vernos metidos hasta el cuello. Eso sucedió mucho después de que lo mataran. A la poli no le interesa. A ellos les interesa el momento de la muerte. Nada más. -Le sonrió-. El entierro tendrá que ser pronto, y entonces quedarás libre de todo. -Dóri apartó la mirada y ella tuvo que levantarle la cabeza a la fuerza para que la mirase antes de continuar-. Yo no le maté, Dóri. Y no estoy dispuesta a sacrificarme en el altar de esos remordimientos tuyos. Eso de ir a la policía es la peor idea que has tenido jamás. En cuanto digas las palabras «droga» y «alcohol», estaremos con la mierda hasta el cuello. ¿Entiendes?

Dóri la miró fijamente y asintió con la cabeza.

– Pero quizá… -No tuvo ocasión de acabar la frase. Marta Mist le dijo que se callara.

– Nada de quizá. Ahora escúchame tú a mí. Eres un chico listo, Dóri. ¿Crees que la Facultad de Medicina te seguiría abriendo las puertas si se supiera que tomas drogas, por no hablar de otras cosas? -Sacudió la cabeza, apartó la mirada de Dóri y la dirigió a Bríet, que observaba absorta lo que pasaba, lista a mostrarse de acuerdo con quien dijese la última palabra, como de costumbre. Marta Mist se volvió para mirar a Dóri y dijo tan tranquila-: No te comportes como un niño pequeño. Como digo yo, lo único que le interesa a la bofia es quién mató a Harald. Nada más. -Hizo mucho énfasis en estas últimas palabras, y las repitió para mayor seguridad-: Nada más.

Dóri estaba como hipnotizado. Miró fijamente a los ojos verdes que le observaban sin parpadear desde debajo de unas cejas atravesadas por un aro. Movió la cabeza levemente, en señal de asentimiento: las manos de Marta Mist seguían sujetándole la barbilla e hicieron fuerza para obligarle a hacerlo. Por eso precisamente había dicho que iba a ir a la policía: sabía que ella siempre conseguía imponerle sus ideas. Apartó de su mente aquel pensamiento.

– Vale, vale.

– Ah, estupendo -murmuró Bríet enviándole una sonrisa a Dóri. Ya se sentía mucho mejor y le dio un pellizco de alegría a Marta en el brazo. Nada indicó que Marta Mist lo notase: su atención siguió centrada en Dóri, y su mano continuó en la barbilla del joven.

– ¿Qué hora es? -preguntó ella sin soltarle.

Bríet se apresuró a pescar el móvil rosa de un bolso que colgaba del respaldo de su silla. Desconectó el bloqueo y anunció:

– Va a ser la una y media.

– ¿Qué vas a hacer esta tarde? -preguntó Marta a Dóri.

– Nada -fue la breve respuesta.

– Vente a casa… yo tampoco tengo plan -respondió Marta-. Hace mucho que no pasamos un rato juntos, y sé que te gusta estar en petit comité -enfatizó las últimas palabras.

Bríet se rebulló incómoda en la silla.

– ¿Y si nos vamos al cine? -Miró esperanzada a Marta, que no devolvió la mirada. Bríet notó que algo le pisaba con fuerza el empeine, y cuando miró hacia abajo vio que la bota de cuero de Marta ocultaba por completo su precioso zapato. Se sonrojó, comprendió que aquella tarde no se deseaba su presencia.

– ¿Quieres ir al cine? -preguntó Marta a Dóri-. ¿O prefieres pasarte un rato tranquilamente por mi casa? -Ladeó la cabeza.

Dóri asintió.

Marta sonrió:

– ¿Cuál de las dos cosas? Aún no me has contestado.

– A tu casa. -La voz de Dóri sonó ronca y pesada. Ninguno de los tres ignoraba de qué iba aquello.

– Me alegro. -Marta soltó la barbilla de Dóri y dio una palmada. Hizo una señal al camarero, que pasaba cerca, y pidió la cuenta. Dóri y Bríet no dijeron nada. Le acababan de hacer un feo bastante considerable. Tampoco Dóri tenía nada que añadir. Sacó del bolsillo un billete de mil, lo dejó sobre la mesa y se puso en pie.

– Se me ha hecho demasiado tarde. Nos vemos. -Salió, y las dos chicas se volvieron para verle irse.

Cuando se hubo ido, Marta se dio la vuelta y dijo:

– Vaya culo de mal asiento que es el chico. Tendría que dejarnos en paz más a menudo. -Miró a su amiga, que la observaba herida-. Por todos los dioses. No vayas a ponerte de morros ahora. Dóri tiene los nervios a flor de piel estos días, y eso es de lo más peligroso. -Le dio un cachetito a Bríet en la parte superior del brazo-. Está colado por ti y esto no va a cambiarlo.

Bríet esbozó una débil sonrisa.

– No, quizá no. Pero me pareció que estaba de lo más contento contigo.

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