– ¿Y qué piensas hacer con eso? -preguntó Matthew-. Tengo la sensación de que todas esas cabalas no lo resuelven todo. Por ejemplo, ¿por qué iba a matar a Eiríkur?
Þóra resopló.
– No lo sé, de verdad. A lo mejor era su cómplice, o la vio. Quizá no fuera ella la única que sabía lo que había pasado.
– ¿No deberíamos dejar esa pregunta a la policía? -preguntó Matthew-. Þórólfur parecía bien encauzado ya con los huesos y no creo que le vaya a sentar demasiado bien que ahora pretendas hacerle cambiar de dirección otra vez. En estos momentos, estará hablando con Rósa, a la que acusaste hace un ratito nada más.
Þóra suspiró y se puso en pie.
– Tengo que ir a informarle. Cuanto antes me enfrente a él, mejor.
– Cat -dijo la única persona que no estaba dándole vueltas a las cosas. Sóley sonrió a Matthew y luego miró a su madre-. Dile que sé inglés -explicó encantada consigo misma.
– Estupendo, cariño -replicó Þóra, acariciándole suavemente la cabeza-. Vas a poder practicar un poco más, porque tengo que salir un momentito. Matthew se quedará con vosotros.
– Dog -oyó que decía Sóley de lo más orgullosa, mientras Þóra salía del restaurante en dirección a su coche.
* * *
Lára se acomodó lo mejor posible sobre la dura silla, procurando no arrugar el abrigo que tenía doblado en el regazo. Las flores que había traído no parecían haber revivido al meterlas en agua, y presentaban un aspecto bastante marchito en el jarrón metálico de la mesita de noche. Saludó a la anciana Málfríður Grímsdóttir. Carraspeó y tomó en la suya la reseca mano de la anciana.
– No he podido pensar en otra cosa últimamente. Los recuerdos me han estado acosando desde que mi nieta Sóldís empezó a trabajar en el hotel que han hecho allí, en tus tierras. Tú sabes la verdad y esperaba que quisieras contármelo todo ahora. Antes de que sea demasiado tarde. -Miró el infeliz rostro de la mujer de la cama, y no pudo evitar pensar, extrañada, en la forma tan distinta en que la edad trataba a las personas. Málfríður era bastante más joven que ella, pero allí estaba, condenada a la cama y apenas parecía capaz de mantener levantada la cabeza, mientras que Lára estaba sentada con la espalda perfectamente recta. Confiaba en que, cuando llegara el momento, las cosas fueran deprisa. No le apetecía lo más mínimo que su vida terminase como la de aquella mujer.
Una lágrima apareció en un ojo de la anciana. Como estaba tumbada, no pudo correr por la flácida mejilla, sino que se quedó allí, formando un charquito.
– Espero que Dios me perdone -dijo, cerrando los párpados. Al hacerlo, la lágrima cayó sobre la almohada-. Yo era muy joven. No me atrevía a disgustar a papá, y luego enfermó y tuve otras cosas en que pensar.
– No te estoy acusando a ti de ninguna de las maneras, mi querida Málfríður -dijo Lára con cariño, apretándole la mano-. Comprendo perfectamente que no pudieras contármelo en su momento, pero ahora ya nos queda poco tiempo a las dos y no puedo dejar este mundo sin saber qué fue de la niña. Se lo debo a Guðný.
Las lágrimas brotaron ahora en abundancia de los ojos de Málfríður, que seguían cerrados.
– Está muerta -afirmó con la voz rota-. Papá lo hizo. -Soltó un hipo y Lára esperó impaciente a que se recuperara-. La encerró en la carbonera, y murió allí durante la noche. Yo había ido a Kirkjustétt a buscar una muñeca suya a la que echaba mucho de menos, y lo vi por la ventana. Dios mío -dijo Málfríður, que calló al recordarlo. Tomó aire y prosiguió-: Después de quemar el establo, donde no quedó nada con vida, recogió los restos de los animales y los echó a la carbonera, y esa primavera dejó que creciera la hierba sobre la trampilla. Cerró a conciencia la puerta que llevaba de la carbonera al túnel y luego tapió la del otro lado, el que daba al sótano, para que nadie pudiera saber que allí existía otra puerta.
– ¿Por qué? -preguntó Lára al borde del llanto.
– Los animales murieron porque Guðný no pudo ocuparse de ellos después de la muerte de su padre, cuando ella estaba ya enferma de muerte. Cuando papá se la llevó, al final, ya no se podía salvar a los animales. El olor era espantoso. Prendió fuego al establo y tapió la puerta para que la gente no se enterase de lo mal que quería, realmente, a su hermano Bjarni y a su sobrina. Naturalmente, habría tenido que encargarse él de los animales en lugar de Guðný, cuando ella ya no podía levantarse. -La anciana volvió a apretar los ojos-. Ni siquiera se tomó tiempo para comprobar si todos los animales estaban muertos. Había por lo menos una vaca que no lo estaba. La vi por la ventana, enloquecida de terror. Aquella visión se me sigue apareciendo todavía cuando cierro los ojos.
– No estoy hablando del establo -dijo Lára-. ¿Por qué le hizo eso a la hija de Guðný? Estoy intentando comprenderlo. -Notó cómo las lágrimas habían empezado a descender por sus propias mejillas.
– Kristín -dijo Málfríður, abriendo los ojos y clavándolos en el techo blanco-. Papá la odiaba. Al principio, yo no lo comprendía. Era tan alegre y tan buena, de lo más calladita, preciosa. Era algunos años menor que yo, y los pocos días que estuvo en nuestra casa no hizo más que atender a su madre. Papá no quería entrar en su cuarto, porque tenía miedo a contagiarse, pero la niña se pasaba todo el rato con ella, le daba de comer y procuraba que se sintiera lo mejor posible. Hasta que una noche su madre murió. Kristín era especial, pero papá no lo veía. Yo me sentía tan feliz de tenerla a ella en casa, y en mi ingenuidad pensaba que seguiría viviendo con nosotros después de la muerte de su madre. No fue así. -Málfríður hizo una breve pausa-. En vez de dejarla vivir con nosotros, papá decidió quitarle la vida y borrar todas sus huellas, como si nunca hubiera existido. Cuando nació Kristín, él esperaba que la contagiara su abuelo y que muriera de tisis antes de poderse casar. Por eso nunca escribió el certificado de nacimiento, pues un niño ilegítimo le pareció una afrenta horrorosa a la familia. Más adelante, aquello le vino muy bien.
– ¿Pero por qué enloqueció de esa forma? -preguntó Lára-. Yo me habría quedado encantada con la hija de Guðný, y la habría querido como si fuese mi propia hija. Él no habría tenido que encargarse de ella.
Málfríður volvió la cabeza hacia Lára.
– Estaba loco de furia de haberse tenido que quedar de pronto con ella. Papá lo había perdido todo. Su hermano Bjarni le había ayudado comprando nuestra granja y avalando todos sus préstamos, pero en lugar de agradecerle su generosidad, aquello sembró una cizaña que al final acabó con papá. Se quitó la vida, enfermo de odio y de vergüenza contra sí mismo por todo lo que había hecho por dinero. Antes de suicidarse, me lo contó todo. Creo que buscaba la paz de su alma, pero yo no pude proporcionársela. Su frialdad me produjo un auténtico shock, y aunque yo lo había visto casi todo en el momento en que sucedió, para mí fue demasiado que él mismo me lo confirmara. -Málfríður se quedó de nuevo con la vista fija en el techo-. Elegí la inscripción de su lápida de acorde a su vida. Un corazón sanguinario -Volvió a callar, y tosió débilmente-. Eso ha marcado toda mi existencia. Yo la traicioné, y he vivido con el miedo constante de que se volviera contra mí. Y a su manera, lo ha hecho. Hasta hoy, sólo se aparecía en mi mala conciencia, pero ahora me ha visitado en sueños.
– La haré exhumar -dijo Lára, que no quería prolongar aquella conversación. Ya tenía suficiente-, para enterrarla al lado de su madre. Es lo menos que puedo hacer.
Málfríður se incorporó por primera vez desde la entrada de Lára.
Читать дальше