Stefanía levantó el vaso vacío y lo movió formando un pequeño anillo. Las pocas gotas que quedaban cayeron hasta el fondo.
– Sí, tengo una idea -dijo con tranquilidad.
– ¿Sí? -Þóra no pudo ocultar su excitación-. ¿De quién se trata?
Stefanía miró a Þóra.
– Estoy atada por un juramento de silencio. Los sexólogos somos como los médicos en ese aspecto. Y como los abogados.
Þóra procuró no echarse a reír con la comparación. Aunque tampoco resultaba tan absurda: a Bragi, su socio y copropietario del bufete, no le vendría nada mal aproximarse a las fronteras de la asesoría sexual cuando tenía entre manos uno de sus pleitos de divorcio.
– Yo soy abogada, y esa norma tiene sus excepciones. El bien general, por ejemplo.
Stefanía reflexionó un momento, pero sólo un momento.
– Si eres abogada, entonces puedo hablarte a ti del asunto, ¿verdad? Pero no son más que nombres, y no se los dirás a nadie. Aquí no se ve afectado ese bien general.
Þóra no podía creer que hubiera tenido tanta suerte. Había contado con una larga sesión en la barra, pendiente de que Stefanía se emborrachara lo suficiente para olvidar el juramento de silencio de los sexólogos.
– No se lo puedo decir a nadie. De eso puedes estar segura.
– Estupendo -exclamó Stefanía-. Se me puso un nudo en el estómago cuando me enteré, porque no le puedo contar nada a nadie. Ahora quizá podré sentirme mejor. -Miró a Þóra-. ¿Lo prometes?
– Lo prometo -aseguró Þóra. Cruzó los dedos en la espalda porque sería incapaz de no contárselo a Matthew-. ¿Quién le deseaba algo malo a Birna?
Stefanía había sido sincera, sin duda, al decir que se sentiría más aliviada. Cuando empezó a hablar, lo hizo tres veces más rápido de lo normal.
– Tenía una relación con un granjero casado de por aquí. Se llama Bergur y vive en Tunga. Eran de lo más desenfrenados en su relación sexual, y ella vino a pedirme consejo. Pensaba que las cosas habían llegado demasiado lejos.
– ¿Y pudiste ayudarla? -preguntó Þóra-. ¿Tal vez le recomendaste que dejara de verse con él? -La ruptura de una relación podría ser motivo suficiente para que un hombre enloquecido cometiera un crimen.
Stefanía apartó el vaso.
– No. -Se metió en la boca una uña pintada de rojo y la mordió con fuerza. Volvió a sacar la uña; en el extremo se veía una mancha blanca: había arrancado el esmalte con los dientes-. No, no lo hice. -Se quedó mirando el vaso como absorta-. Le dije que dejara las cosas seguir su curso. Que el sexo duro no hace daño alguno, por regla general.
– Oh -exclamó Þóra-. Comprendo que te sientas mal.
Stefanía asintió con un lento movimiento de la cabeza. Miró a Þóra y sus ojos dieron al mismo tiempo con Matthew. Hasta aquel momento, había estado tan ensimismada en sus propios sufrimientos que no se había fijado bien en él. Sonrió y puso un gesto que a Þóra no le hizo ninguna gracia.
– ¿Quién es ése? ¿Tu amigo? -preguntó melosa.
Þóra decidió garantizar su derecho exclusivo a él, escudándose en el idioma.
– Es extranjero. Está aquí para descansar. -Se inclinó hacia Stefanía, bajando el tono de voz-. Sida. -Luego movió la cabeza con gesto cómplice y se echó hacia atrás en su taburete.
La sexóloga abrió los ojos de par en par.
– ¡Jo! -exclamó decepcionada-. Si queréis puedo daros algunos consejos que os podrán ayudar. Hay muchas cosas divertidas que se pueden hacer en el sexo sin llegar a la penetración.
– No, gracias -dijo Þóra con una sonrisa cortés-. Te lo agradezco de todos modos. -Se volvió hacia Matthew-. Vamos. La comida estará a punto de llegar.
Stefanía le sonrió al alemán.
– Es muy importante que comas bien y no te saltes ninguna comida -le recomendó amistosa.
– Desde luego -dijo Matthew sorprendido.
Þóra agarró por el hombro a Stefanía un instante.
– Muchísimas gracias. Seguramente nos volveremos a ver más tarde, porque tengo que seguir haciendo algunas cosas más para Jónas.
Stefanía la miró con extrañeza.
– ¿No quieres saber quién es el otro?
– ¿El otro qué? -preguntó Þóra desconcertada.
– Bueno, el otro hombre que desearía perjudicar a Birna -explicó Stefanía medio disgustada.
Þóra asintió moviendo enérgicamente la cabeza:
– Sí, por supuesto.
Stefanía se inclinó para hablarle al oído. Cuando estuvo tan cerca que Þóra quedó convencida de que la había manchado de lápiz de labios, dijo en un susurro:
– Jónas.
* * *
Þóra siguió con la vista los coches de policía uno detrás del otro. Tres coches… Evidentemente, allí pasaba algo muy grave. Entraron tranquilamente en la explanada de grava delante del hotel y aparcaron uno junto al otro en una esquina. Los golpes de las puertas al cerrarse resonaron en la oscuridad cuando seis agentes de policía salieron de ellos; uno era una mujer.
– ¿Y ahora? -preguntó Þóra, mirando extrañada a Matthew-. Dijeron que no pensaban venir por aquí hasta mañana. -Luego miró silenciosa a aquella pequeña tropa, que se acercaba a paso ligero hacia la puerta principal, donde Matthew y ella estaban sentados al sol vespertino, cada uno con su vaso de vino. Ella seguía con hambre, pues Matthew se había vengado de su indiferencia ante la carta del restaurante encargándole única y exclusivamente una ensalada verde. Tampoco es que él hubiera salido mucho mejor parado, con la lasaña vegetariana que había pedido. No le había dado para nada. Repitieron pan dos veces más, pero tampoco quedaron demasiado satisfechos.
Þóra reconoció a dos de los policías. Se trataba de los que habían hablado con Jónas y se llevaron su teléfono. Recordó que el mayor se llamaba Þórólfur.
– Buenas tardes -dijo, dirigiendo a éste su saludo.
– Buenas -fue la seca respuesta.
– Tenía entendido que no volverían hasta mañana -dijo Þóra-. ¿Sucede algo malo?
Þórólfur respondió brevemente sin detenerse ni siquiera a mirarles hasta que llegó delante de su mesa.
– Todo es efímero en este mundo. -E inmediatamente desapareció con el resto del grupo en el interior del edificio.
Þóra carraspeó.
– Hay una cosa que no consigo comprender en todo esto. -Miró a Jónas, que estaba sentado, pálido, a su lado, antes de continuar-: ¿Por qué quieren hablar con mi cliente? Él no tiene caballeriza y no puedo imaginarme que haya surgido en su investigación inicial nada que pueda indicar que él tuviera parte alguna en lo que parece haber sucedido allí. -Dirigió una dura mirada a Þórólfur a los ojos-. ¿O hay algo más?
Le llegó entonces a Þórólfur el turno de carraspear, y lo hizo con ganas.
– Ahora mismo se lo explico bien claro. El cadáver encontrado cerca de aquí resultó que se trataba de una mujer que trabajaba para su cliente. En vista de que han pasado sólo muy pocos días, las cosas parecen indicar que aquí hay algo que no va como debería. Tenemos motivos para sospechar que es la misma persona la que ha intervenido en las dos ocasiones.
Jónas se inclinó hacia adelante en su silla.
– Hagan el favor de referirse a mí por mi nombre. Estoy harto de que me llamen cliente.
Þóra suspiró, pero miró a Jónas y asintió con la cabeza. Luego se dirigió de nuevo a Þórólfur.
– En todo caso, ustedes están aquí exclusivamente para preguntar a Jónas si el difunto era cliente o empleado del hotel, no porque consideren que esté relacionado de alguna otra forma con este caso, supongo.
Þórólfur abrió las manos.
– No he dicho nada de eso, pues la investigación se encuentra en una fase preliminar en estos momentos. Pero es evidente que por ahora sólo estamos intentando averiguar quién es el difunto. Lo que suceda al final no lo podemos predecir.
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