– Tiene toda la razón -dijo Þórólfur, disponiéndose a levantarse-. Ay, perdone, una cosa más, la última.
Bergur miró al hombre con gesto de resignación.
– ¿Qué es?
– Encontramos algo escrito en una pared de la cuadra, más exactamente, algo grabado. Eran unas letras y estuvimos dándole vueltas a si llevarían allí mucho tiempo o si serían algo reciente.
– ¿Unas letras? -preguntó Bergur con extrañeza-. No recuerdo que hubiera allí ninguna letra grabada. ¿Qué ponía?
– Bueno, creo que era R-E-R. ¿Le dice eso algo?
Bergur sacudió la cabeza.
– Nada. No lo he visto nunca, y no sé qué puede significar. -A juzgar por su gesto, parecía responder con total sinceridad. Pero Þórólfur no pudo evitar la sensación de que Bergur tenía algo que ocultar. ¿Pero qué?
* * *
– Si no tuviera tanta hambre, propondría que siguiéramos buscando -dijo Matthew mientras abría la puerta del restaurante para dejar pasar a Þóra. Aquel local estaba especializado en comida vegetariana y pese a la burda traducción de Þóra de toda clase de recortes de periódico enmarcados que había en la ventana, alabando la excelencia del lugar, Matthew no estaba demasiado ilusionado.
– La cerveza es vegetal -dijo Þóra, enviándole una sonrisa-. O está hecha con vegetales, por lo menos.
Matthew sacudió la cabeza, escandalizado.
– No sé qué información tendrás sobre la cerveza, pero créeme, estás equivocada. -Entró tras ella-. La cerveza es, si acaso, de cereales.
– Cereales… vegetales -dijo Þóra mientras le hacía señas a un camarero para que les diera una mesa-. No hay diferencia-. Descubrió una mujer a la que reconoció, sentada en la barra. Le dio un codazo a Matthew-. Esa mujer trabaja en el hotel. Quizá deberíamos charlar un poco con ella.
– Yo no me acerco a esa barra a menos que me den una carta y que pueda pedir desde allí -declaró Matthew-. Y con la condición de que den galletitas.-De acuerdo -asintió Þóra, sonriéndole al camarero que llegaba en aquel mismo instante-. Nos apetece empezar en la barra, si no hay problema -le dijo-. Pero tenemos bastante hambre, así que preferiríamos que nos trajera ya la carta. -Entraron en el bar, que era pequeño en relación con el tamaño del local, y Þóra se sentó en un taburete alto al lado de la mujer. No había más que cuatro asientos, y Matthew se instaló junto a Þóra, justo delante de un pequeño cuenco con frutos secos.
– Hola -saludó la abogada, inclinándose para que la mujer le viera la cara-. ¿No te conozco del hotel? ¿Del de Jónas?
Saltaba a la vista que la mujer ya había bebido demasiado. Delante de ella había un vaso de lo más rococó lleno de un cóctel de venenoso color verde, y a su lado descansaban varias varillas rojas, todas coronadas por una pequeña cereza de cristal. La mujer necesitó un poco de tiempo para hacerse cargo de la pregunta, y aprovechó para controlar unos ojos que parecían nadar dentro de unas grandes órbitas pintadas. Cuando empezó a hablar, no sonaba en absoluto tan borracha como Þóra había pensado.
– Espera, ¿te conozco? -preguntó con voz considerablemente potente.
– No, no nos conocemos, pero te he visto. Me llamo Þóra y estoy haciendo un trabajito para Jónas. -Þóra extendió su mano.
El apretón de manos de la mujer fue bastante flojo.
– Ah, sí, es verdad. Ahora te recuerdo. Yo soy Stefanía, asesora sexual.
En el fondo, Þóra se quedó asombrada, pero no se atrevió a dejar traslucir ningún gesto. Estaba bastante segura de que a la mujer no le gustaría en absoluto.
– Ah, vaya. ¿Tienes mucho trabajo? -preguntó.
La mujer se encogió de hombros y bebió un sorbito de cóctel.
– A veces sí. A veces no. -Dejó el vaso y se pasó la lengua por los labios pintados de rojo-. Jónas se empeña en que todo llegará. Pero, a decir verdad, esto ha empezado de una forma demasiado tranquila.
– No me digas -dijo Þóra compasiva-. Pero, por lo demás, ¿es agradable trabajar allí? Es un lugar con un encanto muy especial.
La mujer resopló mientras hacía una mueca.
– Pues no, no es agradable. -Miró a Þóra y se esforzó por mirarla a los ojos.
– ¿Lo dices por las apariciones del fantasma? -preguntó Þóra-. ¿Te preocupa eso?
Stefanía negó enérgicamente con la cabeza.
– No, por suerte nunca estoy allí de noche. Yo no he percibido ningún fantasma, porque sólo aparecen en el turno de noche. Nunca he oído hablar de apariciones que asusten a la gente durante el día. -Se echó hacia atrás un mechón de pelo que le había caído sobre un ojo-. No, mi problema en ese bendito centro de trabajo son las mujeres. -Suspiró profundamente-. Las mujeres siempre son un fastidio. El sitio sería estupendo si sólo trabajaran hombres. -Soltó un hipo-. Y yo, claro.
– Sí, claro -dijo Þóra-. Pero ¿qué mujeres son esas que tan insoportables te resultan? No he conocido a muchas, pero sí que he charlado con Vigdís de recepción.
– Vigdís, dichosa Vigdís -murmuró Stefanía-. Es un bicho.
– Ah -exclamó Þóra extrañada-. Naturalmente, yo no la conozco, pero parece buena chica. A lo mejor me equivoco.
– Da lo mismo -dijo Stefanía irritada-. Por lo menos, a mí no me aguanta, aunque yo nunca le he hecho absolutamente nada. -Miró preocupada a Þóra y añadió-: He estado analizando el asunto y ya sé qué es lo que le pasa. -Hizo un silencio breve pero teatral-. Me tiene un miedo cerval… miedo sexual. -Miró triunfante a Þóra.
– ¿Y eso? -preguntó Þóra sin comprender-. ¿Tiene miedo a que la violes?
Stefanía se echó a reír. Su risa era ligera y sin afectación, completamente distinta a la persona misma.
– No, tonta. Como mujer, su temor primigenio va dirigido hacia las mujeres que son más atractivas que ella. -Sonrió de una forma empalagosa-. No hace falta tener rayos X en los ojos para darse cuenta de que yo soy sexualmente mucho más atractiva que ella. -Bebió un trago-. Siempre llego a la misma conclusión. Conozco a esa clase de gente como la palma de mi mano.
Matthew le dio un tironcito de la manga a Þóra.
– ¿Podríamos pedir algo? Yo ya he elegido y te recuerdo que soy capaz de asesinar cuando el hambre me acucia.
Þóra miró el vacío cuenco de las almendras.
– No importa, llama al camarero y pide tú. -Iba a darse la vuelta hacia Stefanía, pero Matthew la detuvo.
– ¿Y tú? ¿Tú, qué quieres comer? -Matthew señaló la carta, que le puso a Þóra delante de la cara, y que ella ni siquiera se dignó mirar.
– Cualquier cosa -respondió Þóra-. Pídeme algo. -Se dio la vuelta hacia Stefanía y Matthew hizo señas al camarero-. Hablando de mujeres -siguió-, ¿conocías a Birna, la arquitecta?
El gesto de Stefanía cambió como si le hubieran dado un bofetón. Se encogió y, en una fracción de segundo, Þóra notó cómo se le descomponía el rostro.
– Dios mío santísimo -dijo Stefanía, que parecía tener un nudo en la garganta-. Es espantoso.
– Desde luego -asintió Þóra-. ¿Ella no era una de esas mujeres tan fastidiosas?
– No, en absoluto. Era un cielo -afirmó Stefanía. Echó un largo trago, hasta vaciar el vaso. Después quitó la varilla con la cereza, se la metió en la boca y la chupó un momento. Luego la dejó con todo cuidado en el borde de la barra, junto a las demás-. Estoy tan afectada por todo esto, que ya no sé qué me pasa. -Miró a Þóra-. No tengo costumbre de venir por aquí los domingos por la tarde. Aunque vivo cerca.
– Comprendo -dijo Þóra, que no comprendía nada en absoluto-. Parece que tú conocías muy bien a Birna, ¿tienes alguna idea de quien habría podido albergar malos deseos hacia ella?
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