* * *
– Aquí pone Kristín, con un signo de interrogación detrás del nombre. ¿Qué tal si empezamos por aquí? -Þóra señaló la hoja con el plano de la casa. Estaban los dos en la habitación a la que se accedía desde la entrada de la vieja granja y estaban decidiendo si seguir por la escalera hasta el segundo piso o inspeccionar la planta baja, donde, según el plano, tenía que haber dos salas, cocina, despensa, retrete y despacho.
– ¿Eso no está arriba? ¿No deberíamos hacer un recorrido por el piso inferior, primero? -preguntó Matthew, mirando por la puerta que daba a la izquierda.
– Pues muy bien -asintió Þóra, cerrando de nuevo el libro de golpe. Había dejado de preocuparse por no dejar huellas dactilares en él, pues no tenía intención de abandonarlo excepto en caso de absoluta necesidad-. ¡Uf, aquí apesta! -La casa exhalaba un olor extraño, que Þóra era incapaz de identificar. Era como una combinación de moho, polvo seco y bolitas antipolilla. Por lo menos, estaba claro que no habían aireado aquel lugar en años-. Caray -dijo poniéndose una mano sobre la boca.
Matthew respiró hondo.
– Si yo fuera tú, intentaría acostumbrarme. Dentro de un rato, dejarás de notar el olor. -Pese a sus grandilocuentes palabras, torció el gesto al hablar-. ¡Uf! ¿No podemos abrir una ventana?
Entraron en la habitación situada a mano derecha que, de acuerdo con el plano de Birna, era una biblioteca. El tirador de la puerta era prehistórico, un picaporte de madera, grueso y corto, que había que sujetar con fuerza. La puerta parecía abombada, y a Þóra le llamó la atención que las puertas interiores actuales fueran mucho más gruesas. Entró detrás de Matthew y echaron un vistazo alrededor sin decir una palabra.
– Aquí no hay mucho que ver -masculló Matthew después de repasar unos estantes vacíos colocados a lo largo de las paredes, y de abrir los cajones de una gran mesa de escritorio debajo de una ventana tremendamente sucia, y que resultaron estar tan vacíos como las estanterías, con la única excepción de un lápiz antiquísimo. Le habían sacado punta con cuchillo, y el extremo no tenía goma de borrar.
– Pero fíjate -observó Þóra-. Es como si hubiera habido libros en estas estanterías hasta no hace demasiado tiempo. -Señaló el polvo de los estantes. Era espeso en los bordes, pero la capa que cubría la parte interior era mucho más fina, apenas distinguible.
Matthew se acercó a las estanterías y miró.
– Tienes razón. ¿Sería Birna quien se habrá llevado los libros? A lo mejor había algo valioso en ellos. -Þóra se encogió de hombros-. No me parece lógico. No mencionaba libros en su plano. Claro que a lo mejor no los mencionaría si tenía intención de robarlos. Seguramente se los habrán llevado los anteriores propietarios. Jónas dijo que le habían avisado de que pensaban llevarse los enseres.
Salieron de aquella estancia y se dirigieron más al interior de la casa. Encontraron dos salas adyacentes con muebles antiguos, unos desgastados sofás, que en tiempos habían tenido adornos, un inmenso carrito de té y una mesa y sillas de comedor en madera oscura, con filigranas doradas en el respaldo. Había mesitas auxiliares aquí y allá, pero no se veían objetos. En las paredes colgaban dos cuadros, uno de un barco, otro del glaciar Snæfelssjökull. Los dos estaban tan sucios que no se podía distinguir el nombre del pintor. El aparador estaba vacío, lo mismo que la alacena.
– Te reto a que te dejes caer en el sofá -dijo Matthew, indicando la polvorienta tapicería. A través de la suciedad, se apreciaban las formas de unos dibujos floreados en colores pálidos-. Me encantaría ver la nube que se alzaría, formando graciosas volutas.
– No, gracias -contestó Þóra-. Hazlo tú mismo. Te daré cien coronas.
Matthew la agarró suavemente por el brazo.
– Ahora estoy pensando en algo muy diferente al pago en dinero en efectivo.
Þóra le sonrió.
– Siempre es posible llegar a un acuerdo. -Volvió a mirar el sofá e hizo una mueca-. Pero me temo que eso tendrás que olvidarlo, no estoy segura de que el polvo se asentara antes de la llegada de la noche, y entonces quizá no seríamos capaces de desenterrarnos. Ven, vamos a ver la cocina.
No estaba tan vacía como las otras habitaciones, pero era igual de anticuada, con armarios sencillos y pintados de blanco, el fregadero pequeño y poco profundo. El lugar de trabajo no era muy grande en comparación con una cocina actual, pero el espacio para la mesa de la cocina era mucho mayor de lo que Þóra estaba acostumbrada. De unos ganchos colgaban cucharones y espumaderas de acero, una cafetera antigua de peltre reposaba sobre del fogón.
– Qué raro, abandonar todo esto -dijo Þóra, mirando a su alrededor.
Matthew abrió uno de los armarios de cocina y se encontró ante toda una colección de tazas y vasos, todos diferentes.
– Quizá todo esto sea indicativo de alguna otra cosa mucho más desagradable. Es probable que pensaran hacer algo, pero que luego no resultó posible. A lo mejor murieron y por eso no necesitaron llevarse todas estas cosas. Los herederos, sin duda, ya tenían cafeteras y utensilios de cocina, y no necesitaron recoger lo que había aquí. -Se calló y señaló una caja de cartón que había sobre una de las sillas de la cocina-. Mira, ¿qué es eso?
Se acercaron a la caja y vieron que contenía objetos envueltos en hojas de periódico. Al lado de la caja había también un montón de hojas. Þóra cogió una de ellas y buscó la fecha.
– Esto es de mayo. Parece que los antiguos propietarios estuvieron aquí hace poco, empaquetando. Pero ¿qué es esto? -dijo, señalando un termo que estaba colocado a la sombra de la caja-. Esto no es antiguo -agarró el termo y lo agitó. Dentro sonó el líquido al moverse, y Þóra abrió la tapa. Olió con precaución el contenido-. Café -reveló-. Esto tiene que ser de Elín y Börkur, o de la persona que enviaron aquí para llevarse sus pertenencias. -Volvió a dejar el termo en el suelo.
– ¿Quiénes son Elín y Börkur? ¿Los antiguos propietarios? ¿Vivían aquí? -preguntó Matthew.
– Son hermanos, los herederos de las tierras, un hombre y una mujer de mediana edad. Si vivían aquí, lo ignoro, pero lo dudo, a la vista de lo antiguo que es todo lo que hay aquí dentro. -Þóra observó el anticuado mobiliario-. Como mucho andarán por los cincuenta. Todos estos utensilios son mucho más antiguos, de modo que no pudieron criarse aquí.
– Pero ¿por qué han decidido llevarse todo esto ahora? -preguntó Matthew-. La venta de la propiedad se tuvo que realizar hace algunos años. La parte nueva del hotel no puede haberse levantado en unos pocos meses.
– No, no, eso es cierto. Supongo que la idea de Jónas de construir en esta casa no les llamó la atención al principio, pero luego cayeron en la cuenta. -Þóra abrió los cajones de la cocina uno tras otro y los examinó. No contenían nada que despertara su interés.
Terminaron de examinar el piso inferior sin encontrar nada. En la despensa había diversos objetos que habían pasado años y años en las estanterías, pero también algunas cajas de cartón recientes, con viejos libros polvorientos. No abrieron más que dos cajas, pensando que las que estaban cerradas contendrían objetos de la sala que habían quitado para llevárselos, igual que el resto de los libros de las estanterías. Þóra dejó que Matthew inspeccionara el cuarto de baño y, a juzgar por el gesto que puso al volver, no se había perdido nada al no ir ella también.
– Vamos arriba -dijo él con cara de asco, dirigiéndose hacia la escalera.
Primero miraron por la puerta que daba al sótano pero no había luz y Þóra decidió que allí no tenían necesidad imperiosa de ir. De modo que se dirigieron al piso superior. En el rellano encontraron cinco puertas, todas ellas cerradas. La primera que Matthew intentó abrir resultó estar cerrada con llave. Dejó de intentarlo en la siguiente puerta, cuando ya tenía la mano sobre el picaporte.
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