– Así que es eso -declaró Matthew con una mueca-. Todo de lo más natural, claro.
– Por Dios, qué va -respondió Þóra a toda prisa-. A decir verdad, no resulta tan absurdo en este lugar, porque desde hace mucho tiempo existe la creencia en lo sobrenatural, si se puede expresar así. Hay una historia que dice, por ejemplo, que dentro del glaciar vive un hombre llamado Bárður que se marchó allí tremendamente deprimido después de que su hija fuese arrastrada hasta Groenlandia en un témpano de hielo. Se le considera el protector de la comarca. Naturalmente, se dice que el glaciar posee poderes sobrenaturales. Aunque, en realidad, no sé si esas fuerzas tienen que ver con el tal Bárður, o con el glaciar mismo.
– ¿Las fuerzas sobrenaturales del glaciar? -Era obvio que Matthew no creía en esas cosas-. Una montaña cubierta de nieve que no se derrite, ¿no?
– Ja, ja -dijo Þóra-. Sólo estoy contándote cómo están las cosas. No mi opinión. La creencia en las fuerzas de este glaciar es muy antigua en Islandia, aquí vino gente de todas partes para recibir a los extraterrestres a fines del siglo pasado.
– Y naturalmente no hubo ningún mensaje, ¿verdad?
Þóra se encogió de hombros.
– No están todos de acuerdo al respecto. El portavoz del grupo dijo que sí se había recibido un mensaje. Aunque sólo espiritualmente. No hubo ninguna nave espacial ni nada por el estilo. Una especie de viaje espiritual.
– ¿O una fantasía, quizá? -Matthew sonrió.
Þóra devolvió la sonrisa.
– Seguramente, aunque hay que decir que es una montaña espléndida.
– ¿Y qué relación tiene todo esto con el cadáver?
– Ah, eso. No creo que el cadáver tenga nada que ver con estas historias sobrenaturales. En mi opinión, al menos. El dueño no está completamente de acuerdo conmigo en esta cuestión. Piensa que el fantasma está involucrado en el caso. -Sonrió con embarazo-. Es un personaje bastante peculiar.
– No me digas -repuso Matthew alzando las cejas-. ¿Encontraron el cadáver aquí en el hotel?
Þóra le contó en pocas palabras dónde habían encontrado el cuerpo, que se trataba de una mujer que trabajaba para Jónas, y que pensaban que había sido asesinada.
– ¿Y hay algún sospechoso? -preguntó Matthew.
– No, que yo sepa -respondió Þóra-. Dudo que la policía haya llegado a formarse una opinión todavía. El caso está aún dando los primeros pasos.
– Por tu bien, espero que no sea Jónas -dijo Matthew.
– No, seguramente no fue él -replicó Þóra, distraída. Y añadió, con cautela-: En realidad tengo algo que quizá podría arrojar alguna luz en el caso. -Sonrió incómoda.
– ¿Que tienes algo? ¿A qué te refieres? -preguntó Matthew, mirándola atentamente.
– Bueno, tengo un diario de la mujer que, según todos los indicios, es la víctima. Un dietario, en realidad -respondió Þóra con la cara roja como un tomate, aunque intentando sonar lo despreocupada posible.
– ¿Qué? -preguntó Matthew-. ¿Conocías a esa mujer?
– Nunca la he visto -respondió Þóra.
– Pero tienes su agenda. ¿Cómo es posible?
– Me la encontré -contestó Þóra, pero enseguida decidió ser sincera y añadió-: En realidad la robé, aunque sin darme cuenta.
Matthew sacudió la cabeza.
– Sin darte cuenta, vaya. -Abrió las manos y miró al cielo-. Dios mío, que no haya sido ella quien mató a la arquitecta a causa de esa agenda. Aunque haya sido sin darse cuenta.
* * *
Jónas estaba en la puerta principal observando a tres policías vestidos de civil, dedicados a investigar el coche de Birna. Habían venido en una furgoneta especial que habían aparcado en un rincón apartado. Allí bajaron y, sin anunciarse a nadie del hotel, empezaron a fotografiar el pequeño automóvil deportivo y el terreno a su alrededor. Vigdís, la de recepción, avisó a Jónas para informarle tan pronto se dio cuenta de la llegada del vehículo, y él acudió a toda prisa a la entrada.
– ¿Qué están haciendo? -preguntó Vigdís.
Jónas dio un respingo. Estaba tan enfrascado en mirar lo que hacían los policías, que no había notado la presencia de Vigdís. Se puso una mano en el corazón y la miró.
– Uf, vaya susto. -Se dio la vuelta para seguir mirando al exterior-. Están examinando el coche de Birna, me parece. Dios sabe por qué.
Vigdís entornó los ojos para ver mejor.
– ¿Será que sospechan que la mataron en el coche, a lo mejor?
Jónas sacudió la cabeza.
– No creo. Hace días que el coche no se ha movido de allí. Recuerdo que se lo dije.
– ¿Y eso qué cambia? -preguntó Vigdís-. Quiero decir, la podrían haber matado en el coche ahí fuera.
Jónas se volvió hacia ella enfadado.
– ¿Qué estupideces dices? Ante todo, no tenemos ni idea de si se trata de un crimen, de modo que no nos tenemos que preocupar lo más mínimo sobre el lugar donde haya podido cometerse.
Vigdís se encogió de hombros.
– ¿Quién crees que puede ahogarse en esa playa? Es así de honda. -Marcó un centímetro de distancia entre el índice y el pulgar-. Tienen que haberla asesinado.
Jónas iba a responder a Vigdís y a pedirle que no exagerase tanto, cuando vio a uno de los policías sacar un teléfono del bolsillo. El débil sonido de la llamada llegó hasta ellos. El policía respondió y pudieron ver que hablaba con alguien. Enseguida levantó los ojos y miró hacia la puerta de entrada. Se quedó con los ojos fijos en Jónas, que estaba al lado del cristal y empezó a notar un desagradable cosquilleo en el estómago. El agente de policía concluyó la conversación sin apartar los ojos del propietario del hotel, y se dirigió a la entrada.
– ¡Jo! -le susurró Vigdís a Jónas-. ¿Lo has visto? Parece que viene a hablar contigo.
* * *
Þóra se dirigió a toda prisa a la oficina de Jónas. La había llamado requiriendo su presencia, diciéndole únicamente que la policía estaba preguntándole unas cosas de las que no tenía ni idea. Las palabras de Matthew acerca de Jónas parecían haber sido premonitorias, y ella no pudo evitar pensar en que, a fin de cuentas, quizá el glaciar sí poseía una fuerza sobrenatural.
– Perdón -dijo después de tocar en la puerta del despacho y abrir. Jónas estaba sentado detrás de su escritorio, frente a otro hombre con el rostro enrojecido. Éste se encontraba de espaldas a ella, pero se giró cuando la oyó decir, en tono tranquilizador-: ¿Va todo bien?
– No, no va todo bien, en absoluto -bramó el propietario del hotel, que se levantó para arrastrar una tercera silla hacia su mesa.
El agente de policía era de mediana edad y con aspecto rudo. Se levantó cinco centímetros en su silla y le dio la mano a Þóra. Aquello fue suficiente para que ella pudiese comprobar que era un hombre extraordinariamente grande y fuerte.
– Hola. Me llamo Pórður Kjartansson. Policía de investigación.
– Hola. Þóra Guðmundsdóttir, abogada. -Se estrecharon la mano-. ¿Cuál es el problema? -preguntó a Jónas.
– Pues que resulta que creen que yo tuve algo que ver con la muerte de esa mujer -exclamó Jónas fuera de sí. Hizo un gesto con la mano para señalar al hombre que tenía delante, y añadió-: Les dejo revisar mi ordenador y mi impresora, y ahora dice que también tiene una orden para llevarse mi teléfono móvil. -Jónas estaba tan furioso que hasta le faltaron las palabras adecuadas y se contentó con mirar a Þórólfur con los ojos cargados de odio.-Comprendo -dijo Þóra con tranquilidad-. ¿Puedo ver la orden? Soy la abogada de Jónas y él ha solicitado mis servicios legales.
Þórólfur le entregó el papel sin decir una sola palabra. Þóra leyó rápidamente el texto y vio que era una orden del Juzgado de Distrito de Vesturland para requisar el teléfono móvil de Jónas Júlíusson. La justificación era el interés del mismo para la investigación del asesinato de Birna Halldórsdóttir. El corazón de Þóra dio un brinco. Ahora ya lo sabía con toda claridad.
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