Karin Alvtegen - Vergüenza

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A primera vista, Monika y Maj-Britt son diametralmente opuestas.
Como médico jefe, Monika es una mujer realizada y extrovertida, mientras que Maj-Britt -una solitaria con graves problemas de sobrepeso- aniquila moralmente a todo asistente social que se le asigna.
No obstante, tienen una cosa en común, un pasado amargo que las obliga a rechazar a quienes tratan de aproximarse a ellas. Hasta ese momento, ambas mujeres han vivido sus vidas sin conocerse, pero el cambio está a la vuelta de la esquina. Un hecho inesperado pondrá en marcha una cadena de sucesos que hará inevitable el encuentro de ambas y las empujará a una situación límite. ¿Serán capaces de reconciliarse con su pasado y con la vergüenza? ¿O será necesario sacrificar algo por el camino?
Vergüenza es un inquietante drama psicológico en torno a la complejidad de las relaciones humanas y a la dificultad del ser humano por zafarse del pasado. Karin Alvtegen confirma con esta novela su posición destacada dentro del panorama actual de las letras escandinavas.

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Monika la escuchaba presa de la mayor tensión. ¿Un grupo de voluntarios para casos de emergencia?

– ¿De qué grupo se trata, lo sabes?

– No.

Escribió «¿¿¿¿GRUPO DE EMERGENCIAS????» debajo de sus notas sobre Jacob Magnus Sprengporten y subrayó la expresión varias veces.

– Tenía mucho miedo de que estuviese enfadada o algo así, pero no. Incluso me dio las gracias por haber sido tan valiente de ir a verla. Börje y Ellinor vinieron conmigo, no me habría atrevido a ir sola. Se alegró de conocer todos los detalles de cómo fue, me dijo. Al saberlo, se sentía aliviada.

Monika sintió que se le helaba el cuerpo.

¿ A qué detalles te refieres?

– Del accidente. El aspecto del lugar y cómo fue durante el seminario. Le dije que nos había hablado mucho de ella y de Daniella.

Monika tenía que saber más sobre los detalles que ahora conocía Pernilla, pero la pregunta era difícil de formular. Åse no le dejó opción. Hizo lo posible por que la pregunta sonase natural.

– No es que tenga importancia pero… ¿le dijiste algo de mí?

Se hizo una breve pausa. Monika estaba en tensión, expectante. ¿Y si Åse lo había estropeado todo?

– No…

Se quedó con la mirada fija y perdida. De pronto se levantó y se encaminó al ordenador del despacho. Estaba a medio camino cuando Åse le hizo la pregunta:

– Y tú, ¿cómo estás?

Monika se detuvo. La mirada clavada en la porción de pared que quedaba por encima de la pantalla del ordenador. Åse había formulado su pregunta con mucha cautela, casi con timidez, como si no se atreviese a pronunciarla.

– ¿A qué te refieres?

La respuesta de Monika sonó más áspera de lo que pretendía.

– No, bueno, quiero decir que pensé que tal vez tú te sentías, en fin, que tú habrías pensado que…, pero en realidad no hay razón alguna para…

Durante medio minuto, Åse se esforzó al máximo por ahogar su pregunta en una larga retahíla de ridículas incoherencias. Monika estaba inmóvil. Su culpa era suya y a nadie le incumbía. Pero la pregunta la hizo entender que también Åse había reparado en ello y que era totalmente necesario mantenerla apartada de Pernilla. No podía arriesgarse a que Åse anduviese por allí y que tarde o temprano revelase que, en realidad, todo era culpa de Monika.

– ¿Sigues ahí?

Monika respondió enseguida.

– Sí, aquí sigo. Estaba pensando.

– No sé qué hacer. Me gustaría tanto ayudarle de algún modo.

Monika siguió hasta llegar al ordenador y tecleó la dirección de la página web del ayuntamiento. Escribió «grupo de emergencias» en la ventana de búsqueda y enseguida obtuvo respuesta. Apartó la vista de la pantalla. En el alféizar había un hibisco que necesitaba agua. Se acercó y clavó el dedo en la tierra reseca.

– Åse, de verdad, lo mejor que puedes hacer es dejarla en paz. No hay nada que puedas hacer. Te lo digo como médico, porque es la experiencia que tengo en estos casos. Has de intentar discernir entre lo que es bueno para ella y lo que en realidad sólo es bueno para ti.

Åse guardó silencio mientras Monika esperaba. Quería a Pernilla para ella sola. Pernilla era responsabilidad suya y de nadie más.

Åse continuó, casi desconcertada.

– ¿De verdad lo crees?

– Sí, ya he visto cosas así antes, después de un accidente. -Un nuevo silencio. Arrancó una hoja seca y se encaminó a la cocina-. Intenta cuidarte tú, Åse. Tu familia te necesita. Lo hecho, hecho está y lo mejor que puedes hacer es intentar seguir adelante y comprender que tú no tuviste la culpa.

Continuó hasta el fregadero y abrió el armario donde guardaba la basura, aplastó la hoja seca con la mano y dejó caer los fragmentos entre los desechos.

– Te llamaré dentro de unos días para ver cómo estás.

Y, dicho esto, concluyeron la conversación.

Pero Monika no llegó nunca a llamarla. La próxima vez, también sería Åse quien llamara.

Monika se sentía desanimada cuando terminaron la conversación. En el apartamento de Pernilla sucedían cosas que escapaban a su control. Había llegado el momento de dar el siguiente paso. La hora de investirse de su nuevo papel en serio. Fue al vestíbulo y se puso el abrigo.

Ya en el coche, sólo con verse en camino, sintió cierto alivio. Lo más difícil siempre era tomar la dirección adecuada. Una vez decidido el objetivo, el resto era sólo cuestión de energía para ponerlo en práctica. Y de energía estaba ella sobrada. Su misión había arrumbado la desesperanza que sentía y ahora todo era resolución. Todo volvía a tener sentido.

En esta ocasión, no dudó al cruzar el portal, simplemente comprobó con la mano la forma del picaporte y supo que muy pronto lo sentiría como a un viejo conocido. Pasó de largo ante su puerta camino del tercer piso, escuchó un poco con la oreja contra la hoja de la puerta antes de seguir, pero no se oía nada. Allí dentro reinaba el silencio. Se sentó en la escalera, dobló el abrigo para protegerse del frío suelo de piedra. Y así pasó una hora. Cada vez que oía que alguien se acercaba, se levantaba y fingía que bajaba o que subía, lo que más natural pareciese según de dónde vinieran. En una ocasión, pasó un hombre que volvió al cabo de un rato y ambos sonrieron pensando que deberían dejar de verse en aquellas circunstancias. Monika acababa de doblar el abrigo para volver a sentarse cuando por fin se abrió la puerta.

Se puso de pie. Estaba fuera de la vista de nadie y sólo podía ver los pies de la persona que salía, pero se percató de que llevaba zapatos de mujer. La puerta se cerró sin que nadie pronunciase una palabra y los pies desconocidos se encaminaron a la escalera. Monika los siguió. Pertenecían a una mujer de mediana edad, llevaba el cabello recogido y un abrigo beis. Cuando llegó al portal, Monika ya le había dado alcance y le sonrió cuando la mujer le sostuvo la puerta, le dio las gracias y se dirigió al coche.

Ya tenía el número guardado en el móvil, lo había copiado de la página web del ayuntamiento.

– Se trata de Pernilla Andersson, a la que habéis estado ayudando últimamente.

– Ah, sí, exacto, eso es.

– Me pidió que llamara para agradeceros la ayuda y para avisar de que no tenéis que seguir viniendo. A partir de ahora se encargarán unos amigos.

El hombre del grupo de emergencias del ayuntamiento le respondió que se alegraban de haber sido de utilidad y le dijo que Pernilla podía volver a llamar si necesitaba apoyo o ayuda de cualquier tipo. Monika le aseguró que no creía que fuese necesario, pero, por supuesto, le dio educadamente las gracias por su ofrecimiento.

Era importante hacerlo todo bien.

Realmente importante.

Se quedó media hora en el coche, antes de volver a su casa. Durante unos minutos, permaneció de pie respirando despacio, adoptando el riguroso papel profesional, pero sin abrocharse el último botón. Estaba allí como amiga, no como médico; era Monika, no la especialista Lundvall quien llevaría a cabo la misión, pero necesitaba la seguridad en sí misma que le infundía su profesión. Para lo que estaba a punto de hacer, no le bastaba sólo la seguridad personal.

Dio unos toquecitos en la puerta, no quería despertarla si estaba durmiendo. Nada sucedió y, tras haber esperado un buen rato, volvió a llamar, con algo más de ímpetu esta vez, y entonces oyó pasos que se acercaban.

«Sólo escuchar. No intentes procurar consuelo, sólo escuchar y estar ahí.»

Había asistido a varios cursos sobre cómo enfrentarse a la gente que acaba de sufrir la pérdida de un ser querido.

Se abrió la puerta. Monika sonrió.

– ¿Pernilla?

– Sí.

No era como Monika se la había imaginado. Era pequeña y delgada, llevaba el cabello oscuro muy corto y vestía unos pantalones de chándal grises y un jersey de punto demasiado grande.

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