En la parte inferior de la página había una lista de socios de la firma por su nombre. Estaba a punto de hacer clic en el nombre de Tom Fox para ver si podía conseguir una biografía cuando vi la frase y el enlace en la parte inferior de la página.
DISEÑO Y OPTIMIZACIÓN DEL SITIO:
WESTERN DATA CONSULTANTS
Sentí que los átomos chocaban entre sí y creaban un compuesto nuevo y de valor incalculable. En un instante supe que tenía la conexión. La página web del bufete de abogados se alojaba en la misma ubicación que el sitio trampa del Sudes. Eso era demasiado casual para ser una coincidencia. Los diques internos se abrieron de par en par y la adrenalina se vació en mi torrente sanguíneo. Rápidamente hice clic en el enlace y fui a parar a la página principal de Western Data Consultants.
La página web ofrecía una visita guiada por las instalaciones en Mesa, Arizona, donde se proporcionaba seguridad de máximo nivel y servicio en las áreas de almacenamiento de datos, gestión de alojamientos y soluciones de red basadas en la web; significara lo que significase.
Hice clic en un icono que decía VER EL BÚNKER y fui dirigido a una página con fotos y descripciones de una granja subterránea de servidores. Era un centro de hosting donde los datos de empresas y organizaciones se almacenaban de manera accesible para esos clientes las veinticuatro horas del día a través de conexiones de fibra óptica de alta velocidad y proveedores de conexiones troncales de Internet. Cuarenta torres de servidor se alzaban en filas perfectas. La habitación estaba revestida de hormigón, monitorizada por infrarrojos y sellada herméticamente. Se hallaba a seis metros bajo tierra.
La página web hacía hincapié en la seguridad de Western Data. «Lo que entra no sale a menos que usted lo pida.» La firma ofrecía a empresas grandes y pequeñas un medio económico de almacenamiento y seguridad de los datos a través de copias de seguridad instantáneas o de intervalo. Cada pulsación en el teclado del ordenador de un bufete de abogados en Los Ángeles podía ser inmediatamente registrada y almacenada en Mesa.
Volví a mis archivos y saqué los documentos que William Schifino me había dado en Las Vegas. En ellos se incluía el expediente del divorcio de Oglevy. Escribí el nombre del abogado de divorcio de Brian Oglevy en mi buscador y obtuve una dirección y número de contacto, pero no una página web. A continuación, puse el nombre del abogado de Sharon Oglevy en la ventana de búsqueda y esta vez conseguí dirección, número de teléfono y página web.
Fui a la página web de Allmand, Bradshaw y Ward y me desplacé a la parte inferior de la página principal. Allí estaba.
DISEÑO Y OPTIMIZACIÓN DEL SITIO:
WESTERN DATA CONSULTANTS
Había confirmado la conexión, pero no los detalles. Las dos firmas de abogados recurrían a Western Data para el diseño y alojamiento de sus páginas web. Necesitaba saber si las empresas también almacenaban los archivos de sus casos en Western Data. Pensé en un plan durante unos momentos y luego abrí mi teléfono para llamar al bufete.
– Allmand, Bradshaw y Ward ¿puedo ayudarle?
– Sí, ¿puedo hablar con el socio gerente?
– Le pasaré con su oficina.
Esperé, ensayando mi guión, con la esperanza de que funcionara.
– Oficina del señor Kenney, ¿en qué puedo ayudarle?
– Sí, mi nombre es Jack Mc Evoy. Estoy trabajando con William Schifino y Asociados y estamos creando una página web y un sistema de almacenamiento de datos para la empresa. He hablado con Western Data en Arizona sobre sus servicios y mencionan a Allmand, Bradshaw y Ward como uno de sus clientes aquí en Las Vegas. Me preguntaba si podía hablar con el señor Kenney acerca de su opinión sobre Western Data.
– El señor Kenney no está hoy.
– Humm. ¿Sabe si hay alguien más con quien pueda hablar allí? Estábamos pensando en decidir esto hoy.
– El señor Kenney se ocupa de la presencia de nuestro bufete en la web y del hosting . Tendría que hablar con él.
– Entonces, ¿usan Western Data para almacenar datos? No estaba seguro de si era solo para la página web.
– Sí, sí, pero tendrá que hablar con el señor Kenney al respecto.
– Gracias. Volveré a llamar por la mañana.
Cerré el teléfono. Ya tenía lo que necesitaba de Allmand, Bradshaw y Ward. A continuación volví a llamar a Daly y Mills y utilicé la misma argucia, recibiendo la misma confirmación de rebote por parte de una secretaria del socio gerente.
Sentía que había dado en el clavo con la conexión. Los dos bufetes de abogados que habían representado a las dos víctimas del Sudes guardaban sus expedientes en Western Data Consultants, en Mesa. Ese tenía que ser el lugar donde los caminos de Denise Babbit y Sharon Oglevy se cruzaron. Era allí donde el Sudes las había encontrado y elegido.
Volví a guardar todos los archivos en mi mochila y arranqué el coche.
De camino al aeropuerto, llamé a Southwest Airlines y compré un billete de ida y vuelta que despegaba del LAX a la una en punto y me dejaría en Phoenix una hora más tarde. Después reservé un coche de alquiler. Estaba pensando en la llamada que tendría que hacer a mi SL cuando mi teléfono empezó a sonar.
La pantalla decía llamada privada y supe que era Rachel que me llamaba por fin.
– ¿Hola?
– Jack, soy yo.
– Rachel, ya era hora. ¿Dónde estás?
– En el aeropuerto. Voy a volver.
– Cambia tu vuelo. Nos veremos en Phoenix.
– ¿Qué?
– He encontrado la conexión. Es Western Data. Voy allí ahora.
– Jack, ¿de qué estás hablando?
– Te lo contaré cuando te vea. ¿Quieres venir? -Hubo una larga pausa-. Rachel, ¿vienes?
– Sí, Jack, voy.
– Bien. Tengo un coche reservado. Haz el cambio y luego me llamas para decirme tu hora de llegada. Te recogeré en el Sky Harbor.
– Está bien.
– ¿Cómo ha ido la vista de OPR? Parece que ha durado mucho.
Una vez más, una vacilación. Oí un anuncio de aeropuerto en el fondo.
– ¿Rachel?
– Lo dejo, Jack. Ya no soy agente del FBI.
C uando Rachel apareció en la puerta de la terminal del Sky Harbor International, llevaba una maleta con ruedas en una mano y un maletín de portátil en la otra. Yo estaba de pie junto a todos los conductores de limusinas que sostenían carteles con nombres de pasajeros escritos en ellos y vi a Rachel antes de que ella me viera. Me estaba buscando, mirando a un lado y a otro, pero sin prestar atención a qué o quién estaba justo delante de ella.
Casi chocó conmigo cuando me crucé en su camino. Entonces se detuvo y relajó un poco los brazos, pero sin soltar su equipaje. Era una invitación obvia. Me acerqué y la atraje a un fuerte abrazo. No la besé, solo la abracé. Ella apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello y no dijo nada durante quizás un minuto.
– Hola -dije por fin.
– Hola -dijo ella.
– Un día largo, ¿eh?
– El más largo.
– ¿Estás bien?
– Lo estaré.
Me agaché y cogí el asa de la maleta de ruedas que sujetaba. Señalé a Rachel la salida del aparcamiento.
– Por aquí. Ya tengo el coche y el hotel.
– Genial.
Caminamos en silencio y mantuve mi brazo alrededor de ella. Rachel no me había contado mucho por teléfono, solo que se había visto obligada a renunciar para evitar ser procesada por mal uso de fondos gubernamentales: el jet del FBI que la había llevado a Nellis para salvarme. Yo no iba a presionarla en ese momento para obtener más información, pero al final querría conocer los detalles. Y los nombres. La conclusión era que Rachel había perdido su puesto de trabajo por venir a salvarme. La única manera de vivir con eso sería tratar de repararlo de alguna manera. Y la única manera que conocía para hacerlo era escribir sobre ello.
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