Se agachó, me cogió la mano sana y me la apretó. Su roce fue cómo el beso a la bella durmiente: me devolvió a la realidad. De pronto comprendí lo que había sucedido y lo que yo había hecho, y me sentí inundado de felicidad sólo por el hecho de seguir vivo. Las ideas de justicia y venganza quedaban muy lejos.
Miré hacia Thorson. Los enfermeros se afanaban con él; uno de ellos, una mujer, estaba montada sobre él a horcajadas dándole un masaje cardíaco con toda la fuerza de su cuerpo, mientras otro le sujetaba la mascarilla de oxígeno. Un tercero envolvía su cuerpo postrado con un traje presurizado. Backus se arrodilló al lado de su agente caído, le tomó la mano y le acarició la muñeca gritando:
– ¡Respira, maldita sea, respira! ¡Vamos, Gordon, respira!
Pero todo era en vano. No rescatarían al pobre Thorson de entre los muertos. Todos lo sabían, pero nadie quería parar. Siguieron intentándolo y, cuando los camilleros entraron con la camilla de ruedas por el escaparate destrozado y lo tendieron allí, la enfermera volvió a ocupar su sitio a horcajadas sobre Thorson. Con los codos separados y una mano sobre otra presionó el pecho varias veces. Así salieron de la tienda.
Observé cómo Rachel miraba el desfile con ojos más distantes que tristes, hasta que su mirada pasó de su ex marido al hombre que lo había matado, que yacía en el suelo a mi lado.
Me volví hacia Gladden. Lo habían esposado y nadie se ocupaba de él todavía. Lo dejarían morir. Las intenciones de sacarle alguna información habían salido volando por la ventana en el momento en que le clavó a Thorson el cuchillo en la garganta.
Lo miré y pensé que ya estaba muerto; sus ojos miraban al techo sin ninguna expresión en ellos. Pero entonces movió los labios y dijo algo que no logré oír. Luego giró la cabeza hacia mí, lentamente. Primero se quedó mirando a Rachel. Sólo duró un instante, pero sus miradas se cruzaron y se comunicaron algo. Reconocimiento, tal vez. A lo mejor él la había reconocido.
Después, siguió girando la cabeza hacia mí poco a poco. Estaba mirándole a los ojos cuando expiró.
Rachel me ayudó a salir de Data Imaging y me llevaron en ambulancia a un hospital llamado Cedars Sinai. Cuando llegué, Thorson y Gladden ya estaban allí y habían certificado su muerte. En una sala de urgencias, un doctor me miró la mano, me dio unos toques en la herida con algo que parecía una paja de refresco negra y después me la cosió. Me curó las quemaduras con un bálsamo y me vendó la mano.
– Las quemaduras no tienen importancia -me dijo-. No se preocupe por ellas. Pero la herida es más delicada. Por el lado positivo, no tiene ningún hueso afectado, pero por el negativo, la bala ha atravesado ese tendón y, si no se lo cuida en serio, afectará al movimiento del pulgar. Si quiere, le pongo en contacto con un especialista que seguramente le arreglará el tendón o le pondrá uno nuevo: Con una pequeña intervención y algo de ejercicio se recuperará perfectamente.
– ¿Puedo escribir a máquina?
– De momento, no.
– Quiero decir como ejercicio de recuperación.
– Sí, quizá. Pero es mejor que lo consulte con su médico.
Me dio una palmadita en el hombro y se marchó. Me quedé solo diez minutos, sentado en la camilla de reconocimiento, hasta que llegaron Backus y Rachel. Backus tenía la mirada perdida del que ha visto cómo sus planes se iban al carajo.
– ¿Cómo te va, Jack? -me preguntó.
– Bien. Lamento lo del agente Thorson. Fue un…
– Lo sé. Estas cosas…
Nadie habló durante un momento. Miré a Rachel y sostuvimos la mirada unos segundos.
– ¿Seguro que te encuentras bien?
– Sí, perfectamente. No podré escribir a máquina, durante una temporada, pero… soy el que más suerte ha tenido. ¿Qué ha sido de Coombs?
– Todavía no se ha recuperado del susto, pero se encuentra bien. Miré a Backus.
– Bob. No pude hacer nada. Pasó algo. Me pareció que se reconocieron de pronto. No sé. ¿Por qué Thorson no llevó el plan adelante? ¿Por qué no se limitó a entregarle la cámara, en vez de intentar sacar la pistola?
– Porque quería ser el héroe -respondió Rachel-. Quería apuntarse el tanto del arresto. O de la muerte.
– Rachel, eso no lo sabemos -replicó Backus-. Ni lo sabremos jamás. Lo que sí podemos averiguar es por qué entraste en la tienda, Jack. ¿Por qué?
Me miré la mano vendada. Con la sana me toqué la mejilla.
– No lo sé -respondí-. Vi por el monitor que Thorson bostezaba y se me ocurrió… No sé por qué lo hice. En una ocasión me llevó café… Fue como devolverle el favor. Ni se me ocurrió que Gladden fuera a presentarse en ese momento.
Mentía. Pero me resultaba imposible formular mis verdaderos motivos y mis emociones. Lo único que sabía era que tuve la corazonada de que si iba a la tienda, Gladden aparecería. Y quería que me viera. Sin disfraz, sin barba. Quería que viese a mi hermano.
– Bueno -dijo Backus, rompiendo el mágico silencio-. ¿Crees que tendrás un rato mañana, para pasar por la estenógrafa? Comprendo que estás herido, pero nos gustaría tener tu declaración para dejar zanjado este asunto. Hay que presentar la documentación al fiscal del distrito.
Asentí con un gesto.
– Sí, allí estaré.
– ¿Sabes una cosa, Jack? Cuando Gladden disparó a la cámara, el sonido también se cortó. No sabemos lo que se dijo allí. De modo que cuéntamelo tú. ¿Gladden dijo algo?
Me quedé un momento pensando. Todavía se me removían los recuerdos.
– Primero dijo que él no había matado a nadie. Después admitió que había matado a Sean. Dijo que había matado a mi hermano.
Backus arqueó las cejas como sorprendido y luego asintió con un gesto.
– Bien, Jack. Hasta mañana -se volvió hacia Rachel-. ¿Has dicho que lo acompañarías tú a la habitación?
– Sí, Bob.
– De acuerdo.
Backus salió de allí con la cabeza gacha y me sentí mal. Me pareció que mi explicación no le había convencido y me pregunté si algún día dejaría de culparme por lo horriblemente mal que habían salido las cosas.
– ¿Qué va a ser de él? -pregunté.
– Bueno, para empezar, el vestíbulo está lleno de periodistas y tiene que explicarles por qué este asunto ha terminado tan mal. Después, supongo que el director traerá a los de Asuntos Internos para que investiguen la planificación de este trabajo. Y en eso las cosas se le van a poner peor.
– El plan era de Thorson. ¿No podrían limitarse a…?
– Bob le dio el visto bueno. Y si hay que buscar responsables, Gordon ya no está.
Backus había dejado la puerta abierta al salir y vi que pasaba un médico, se detenía y echaba un vistazo a la habitación. Llevaba un estetoscopio en la mano y varios bolígrafos en el bolsillo de la chaqueta blanca.
– ¿Todo bien por aquí? -preguntó. -Sí.
– ¿Seguro?
– Todo en orden -añadió Rachel.
Dejó de mirar hacia la puerta y se volvió hacia mí.
– ¿De verdad? Asentí con la cabeza.
– Me alegro tanto de que estés bien. Lo que hiciste fue una locura.
– Pensé que le sentaría bien un café. No es…
– Me refiero a cuando te lanzaste a por el revólver, cuando fuiste a quitárselo a Gladden.
Me encogí de hombros. Quizás había sido una locura, pensé, pero a lo mejor me había salvado la vida.
– ¿Cómo lo sabías, Rachel?
– ¿Saber qué?
– Me preguntaste qué haría si alguna vez me lo encontraba cara a cara. Y fue tal como tú dijiste.
– No lo sabía, Jack. Fue sólo una pregunta.
Se acercó y me acarició la mandíbula como cuando tenía barba. Después, con un dedo, me levantó la cara por la barbilla hasta que la miré. Se colocó entre mis piernas y me besó profundamente. Fue curativo y sensual al mismo tiempo. Cerré los ojos. Puse la mano sana debajo de su chaqueta y le toqué el pecho suavemente.
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