Michael Connelly - El Poeta
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Hispano, nacido el 14-9-56, fallecido el 24-9-94 Arma: pistola de servicio, S &W 38 Dos disparos, dos impactos – pecho y cabeza Lugar: coche. Sin testigos
5. Sean McEvoy Departamento de Policía de Denver, homicidios.
Blanco, nacido el 21-5-60, fallecido el 10-2-95 Arma: pistola de servicio, S &W 38 Un disparo – cabeza Lugar: coche. Sin testigos
Lo primero que noté fue que todavía no habían puesto en la lista a McCafferty Era el número dos. Entonces sentí que los ojos de casi todos los que estaban en la sala volvían a clavarse en mí a medida que leían el último nombre y, al parecer, se daban cuenta de quién era yo. Mantuve la mirada en la página que tenía ante mí, fijándome en las notas que figuraban bajo el nombre de mi hermano. Su vida había quedado reducida a una serie de someras descripciones y fechas. Por fin, Brasilia Doran intervino y desvió la atención.
– Bueno, para vuestra información, esto se imprimió antes de que hubiéramos confirmado el sexto caso -dijo-. Si queréis añadirlo a la lista, está entre Beltran y Brooks. Su nombre es John McCafferty, detective de homicidios del Departamento de Policía de Baltimore. Os daré más detalles después. De todos modos, como podéis ver, no existen muchas coincidencias entre estos casos. Las armas utilizadas son diferentes, difieren los lugares de las muertes, y entre
las víctimas tenemos tres blancos, un negro y un hispano…, El caso añadido, McCafferty, era un varón blanco de cuarenta y siete años.
»Pero existen ciertos comunes denominadores en cuanto a la escena del crimen y a las pruebas. Todas las víctimas eran detectives de homicidios varones que fallecieron a consecuencia de un tiro mortal en la cabeza y en ningún caso hubo testigos oculares de los disparos. De ahí pasamos a las dos coincidencias claves con las que queremos trabajar. En todos los casos tenemos una referencia a Edgar Alian Poe. Ésa es una. La segunda clave es que, según sus colegas, cada una de las víctimas estaba obsesionada con un determinado caso criminal, dos de ellas hasta el punto de que habían pedido tratamiento. Si pasáis a la página siguiente…
El rumor de las páginas al girar inundó toda la sala. Noté que a todos los presentes les embargaba una cierta fascinación. Para mí era un momento surrealista. Me sentía como un guionista cuando, por fin, ve su película en la pantalla. Antes, todo aquello era algo oculto en mis cuadernos y en mi ordenador y formaba parte del lejano reino de las conjeturas. Ahora había allí una sala abarrotada de investigadores hablando abiertamente de ello, mirando fotocopias, confirmando la existencia de aquel horror.
La página siguiente contenía las notas de los suicidas, todas las citas de los poemas de roe que yo había encontrado y anotado la noche anterior.
– Aquí es donde todos los casos confluyen de manera irrefutable -dijo Doran-. A nuestro Poeta le gusta Edgar Alian Poe. Todavía no sabemos por qué, pero es algo sobre lo que vamos a trabajar aquí, en Quantico, mientras vosotros viajáis por ahí. Voy a ceder la palabra a Brad un momento para que os explique un poco todo esto.
El agente que se sentaba junto a Doran se levantó. Volví a la primera página del expediente y encontré en la lista un agente llamado Bradley Hazelton. Brass y Brad. «Vaya equipo», pensé. Hazelton, delgaducho y con las mejillas picadas de acné, se encajó las gafas sobre la nariz antes de empezar a hablar.
– Hummm, a la conclusión a que hemos llegado es que las seis citas de estos casos, o sea, incluyendo el de Baltimore, proceden de tres poemas de Poe, así como de sus últimas palabras. Estamos examinándolas para decidir si podemos llegar a algún tipo de denominador común sobre la temática de los poemas y aclarar de qué manera se relacionan con el delincuente. No buscamos nada en concreto. Parece estar bastante claro que en esto es en lo que el delincuente está jugando con nosotros y asumiendo su mayor riesgo. Creo que no estaríamos aquí ahora, y que el señor McEvoy no habría hallado una conexión entre estos casos, si nuestro hombre no hubiera decidido citar a Edgar Alian Poe. Así pues, esos poemas son su firma. Intentaremos averiguar por qué ha elegido a Poe en vez de, pongamos por caso, a Walt Whitman, aunque yo…
– Te diré por qué -le interrumpió un agente sentado en el otro extremo de la mesa-. Porque roe era un gilipollas morboso, igual que nuestro hombre.
Hubo algunas risas.
– Bueno, sí, probablemente es correcto en sentido general -dijo Hazelton, pasando por alto el hecho de que el comentario había servido para aliviar la tensión en la sala-. No obstante, Brass y yo vamos a trabajar en ello y si se os ocurre alguna idea tendré mucho gusto en escucharla. Por el momento, se pueden extraer un par de conclusiones. Poe está considerado el padre de la literatura de misterio desde la publicación de Los crímenes de la calle Morgue, qué es básicamente una novela policíaca. Así que quizá se trata de un delincuente que está considerando esto como una especie de rompecabezas misterioso. Simplemente, quiere divertirse a costa nuestra, dejándonos las palabras de Poe como pistas. También he empezado a leer a algunos expertos en el análisis y la crítica de la obra de Poe y he encontrado algo interesante. Uno de los poemas que ha utilizado nuestro hombre se titula «El palacio encantado». Este poema está incluido en un cuento titulado La caída de la casa Usher. Estoy seguro de que habéis oído hablar de él o lo habéis leído. De todos modos, el análisis clásico de este poema es que, aunque su interpretación literal sea la de una descripción de la casa de los Usher, es también una descripción encubierta o subconsciente del protagonista del cuento,
Roderick Usher. Y este nombre, como sabéis los que estuvisteis en la reunión de anoche, apareció relacionado con la muerte de la víctima número seis… Perdón, con la de Sean McEvoy. Que no es sólo un número. Me miró asintiendo con la cabeza y le devolví el gesto.
– La descripción que hace en el poema es la siguiente… un momento -Hazelton se puso a buscar entre sus notas hasta que encontró lo que necesitaba, volvió a subirse las gafas y continuó-: Ya está, aquí lo tenemos: «Amarillos pendones, sobre el techo flotaban, áureos y gloriosos», y más adelante dice: «… por las almenas expandía una fragancia alada». Bueno, un poco más adelante tenemos una mención a «dos ventanas luminosas», bla, bla, bla. De todos modos, lo que esto deja traslucir con respecto a la descripción del personaje es que se trata de un varón blanco que vive aislado, de cabello rubio, quizás un cabello rubio largo o rizado, y con gafas. Es el punto de partida para trazar su perfil físico.
La sala estalló en una ronda de carcajadas y Hazelton pareció tomárselo como algo personal.
– Está en los libros -protestó-. Estoy hablando en serio y creo que es un punto de partida.
– Espera un momento, un momento -dijo una voz desde la fila exterior. Un hombre se puso en pie para atraer la atención de toda la sala. Era mayor que la mayoría de los agentes y ostentaba ese aire inconfundible de los veteranos-. ¿De qué estamos hablando aquí? Banderas amarillas ondeando… ¿qué es esa mierda? Todo esto de Poe está muy bien, probablemente le sirva a este chico para vender muchos periódicos, pero en las veinticuatro horas que llevo en esto no he visto nada que me convenza de que hay por ahí, en la calle, un tipejo que de un modo u otro ha conseguido cargarse a cinco, seis compañeros veteranos metiéndoles sus propias armas en la boca. ¿Adonde vamos a ir a parar?
Se levantó en la sala un murmullo de comentarios favorables y gestos de asentimiento.
Oí que alguien llamaba «Smitty» al agente que había echado a rodar la bola y encontré a un tal Chuck Smith en la lista de la primera página. Estaba destinado a Dallas. Brass Doran se levantó para reconducir el asunto.
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