– Voy a sentarte en mi lomo. Quiero que te eches hacia delante, que aprietes tu cuerpo contra mí, y me abraces con fuerza. Después, muévete a mi ritmo.
Volvió a besarme.
Yo emití un maullido cuando sus dedos quedaron inmóviles y se retiraron. Él me sujetó con una mano, y con la otra se quitó el chaleco. Después, me tomó por la cintura y me levantó para sentarme firmemente en su espalda.
Volvió la cabeza y me dijo:
– Agárrate fuerte.
Yo me moví hacia delante, tanto como pude, disfrutando de la sensación que me producía en los pechos desnudos el calor que desprendía su espalda. Lo abracé con fuerza, acariciándole desde el pecho hasta el estómago duro, mientras le besaba y le mordía suavemente los hombros.
– Ahora, apriétate contra mí mientras me muevo -dijo.
Su voz estaba grave de deseo, y yo sentí escalofríos en los muslos como respuesta.
Comenzó a moverse a medio galope. Yo sentí mi pelvis mecerse con él, hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás, como si su mano siguiera acariciándome. Gemí y escondí la cara entre sus omóplatos. Sus brazos cubrieron mis brazos. Después, lentamente, su paso se aceleró, y el balanceo rítmico se incrementó… y se incrementó… hasta que, de repente, exploté y me disolví en él.
Fue tan gozoso que no podía creerlo.
Su galope disminuyó, y él dio la vuelta hacia nuestro tronco. Cuando llegamos al lugar desde el que habíamos comenzado, me sentía como si no tuviera huesos en el cuerpo. Aunque no me importaba.
– Rhea, voy a dejarte en el tronco.
Yo asentí adormilada. Con delicadeza, él me depositó en el tronco.
– Abre los ojos, para que sepa que no vas a caerte cuando te suelte.
Yo abrí los ojos y me estiré.
Él me observó durante un momento con una expresión de agrado. Entonces, me preguntó:
– ¿Te ha gustado mi sorpresa?
– Absolutamente. Pero, ¿y tú?
– ¿Yo?
ClanFintan se estaba poniendo el chaleco y buscando mis pantalones y mi peto.
– Sí. Ya sabes, eh… ¿Hay algo que yo pueda hacer para darte placer a ti?
Contuve el aliento esperando su respuesta.
Me llegó en forma de carcajada.
– Creo que no, mi amor -dijo cuando pudo controlarse.
Me entregó la ropa, sin dejar de reírse.
Yo me sentía un poco irritada y ligeramente avergonzada mientras me vestía, intentando atarme los lazos y las cintas.
– Deja que lo haga yo.
Entonces, sus dedos sustituyeron a los míos, y yo me aparté el pelo de la cara.
Cuando terminó, notó mi poco habitual silencio. Yo no lo miré a los ojos, pero notaba que él me estaba estudiando, y cuando me permití mirarlo, vi que entendía de repente. Me tomó la barbilla en la mano e hizo que lo mirara de frente.
– No quería rechazarte ni avergonzarte. Me encanta que te hayas ofrecido, pero… -su sonrisa iluminó la noche, y noté que mis labios también se curvaban como respuesta-: Eres una humana muy pequeña.
Volvió a reírse y me besó.
– Pero eso no es justo -dije entonces-. Yo también quiero satisfacerte.
– Tu placer es el mío. ¿Acaso no entiendes que nací para quererte?
«Os pertenecéis el uno al otro, Amada».
Las palabras de la diosa me llenaron la mente.
– Sí, lo entiendo -dije, con la voz llena de emoción. Observé su perfil a la luz de la luna, y vi que sonreía.
En aquel momento me juré que nunca me separaría de él.
El sonido de los cascos de los caballos en las hojas secas me sacó del sueño. Olí algo que me recordaba a los huevos revueltos… Y a carne frita. Rodé, intentado encontrar un punto cómodo en el suelo duro, para poder dormirme otra vez, pero unas voces graves que daban órdenes me hicieron abrir los ojos. Todavía estaba oscuro, pero veía la luz pálida del amanecer diluyendo la oscuridad de la noche.
– ¡Buenos días, lady Rhea! -me dijo Sila, con su voz alegre.
– Buenos días -murmuré yo, frotándome los ojos.
– Victoria ha encontrado un nido de huevos de perdiz. ¿A que huele deliciosamente?
Sonrió mientras removía el contenido de una sartén de hierro que estaba encajada entre dos piedras, colgada sobre la hoguera.
– Sí, huele muy bien.
Era cierto, pero el dolor y el entumecimiento de mi cuerpo me privaban del placer que siempre me causaba un olor agradable.
Se me había olvidado lo horrible que era viajar a lomos de un centauro durante un tiempo prolongado. Todos los músculos me pedían a gritos mi piscina de aguas termales y un buen masaje. Me puse en pie lentamente, sintiendo todos y cada uno de mis treinta y cinco años multiplicados por diez. Mi pelo era un nido. Me dolía la espalda. Y seguramente, tenía mal aliento.
Odiaba ir de acampada.
Intenté corresponder a la sonrisa de Sila. Estupendo. Otro centauro mañanero.
– Voy a… adecentarme.
– ¡Estupendo! Los huevos estarán listos cuando volváis.
¿Cómo podía ser tan feliz alguien antes de que hubiera salido el sol?
– De acuerdo -dije, y me dirigí, cojeando, hacia la orilla del río.
Por el camino, los centauros me llamaban por mi nombre y me deseaban buenos días. Yo hice lo posible por ser amable, sobre todo cuando varios de ellos me hicieron comentarios agradables sobre el Fantasma del Templo. Por fin, encontré un arbusto, y después conseguí bajar hasta el agua para lavarme las manos y la cara, y para enjuagarme los dientes.
Ah, el maravilloso mundo del camping. Por mí, podía irse al infierno.
Cuando regresé, acababa de salir del fuego una buena cantidad de huevos revueltos con carne de Bambi recalentada. ClanFintan, Dougal y otros dos centauros a los que reconocí de la noche anterior ya estaban comiendo. Me pregunté dónde estaba Victoria, pero el sentido común me dijo que seguramente estaba reconociendo los alrededores, buscando algo tierno que matar.
– Buenos días, mi señora -dijo ClanFintan, y me sonrió mientras me entregaba una hoja ancha llena de huevos revueltos y carne.
– Buenos días -respondí, intentando sonreír también.
Me senté en el tronco y comencé a comer. Vi que mi cama ya estaba recogida en algún sitio. Parecía que todo el mundo estaba ansioso por partir.
– ¿Vamos a llegar hoy mismo al templo? -pregunté, mientras ClanFintan y yo masticábamos el delicioso revuelto.
– Sí, llegaremos justo antes del anochecer.
– Ellas saben que vamos a ir, ¿verdad?
– Nos hemos comunicado a través de centauros y palomas mensajeras. Conocen nuestros planes.
– ¿Y se sabe algo sobre su estado?
– No. Los mensajeros llevaron la orden de que permanecieran allí y se prepararan para nuestra llegada, y los mensajes de las palomas no mencionaban nada de su salud.
– Palomas… son ratas con alas -murmuré yo.
ClanFintan me miró con curiosidad.
– No me hagas caso. Estoy refunfuñona por las mañanas. Sobre todo, antes de que amanezca.
ClanFintan se rió de buena gana.
– Sólo tienes que montarte en mí. Cuando estemos de camino otra vez, podrás volver a dormirte -dijo. Bajó la voz y se inclinó hacia mí para apartarme un rizo de la cara-. Si no recuerdo mal, te sientes muy cómoda sobre mi lomo.
Yo le quité la mano con unas palmaditas y sonreí.
– Eres un fresco.
– ¡Vamos! -dijo, mientras me subía por los aires y me depositaba sobre su espalda-. Puedes terminar el desayuno mientras viajamos.
– Sí, estupendo -dije, mientras apartaba su pelo espeso de mi hoja para poder terminar el resto de los huevos revueltos. Echaba de menos el café.
Los centauros levantaron el campamento rápidamente, y pronto, el ejército estuvo en camino. Tengo que admitir que la mañana era deslumbrante. Todavía era muy temprano, pero incluso yo admiré la exhibición matinal de la Madre Naturaleza. El sol se elevaba por encima del bosque, brillando precozmente con un color claro y brillante. Hoy, nuestro camino discurría hacia la ribera pintoresca, que cada vez era más y más empinada. Sin embargo, estaba poblada de sauces llorones, álamos y algunos cerezos silvestres. Los cascos de un millar de centauros enmudecían el ruido del río, pero su majestuosidad era visible cuando la vegetación escaseaba, y su tumultuoso cauce me impresionó.
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