P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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Capítulo 3

– Permitidme que os acompañe hasta el Gran Salón, para que vuestros guerreros y vos podáis disfrutar de la fiesta que hemos preparado en honor a vuestro matrimonio.

Alanna sonrió graciosamente, y nos precedió de camino hacia el salón.

ClanFintan inclinó ligeramente la cabeza y me ofreció el brazo. Yo posé la mano en la suya y comenzamos a andar. Sus hombres… (¿caballos?), nos siguieron.

– Sé que esto es muy desagradable para vos, pero me alegro de que finalmente hayáis podido dejar a un lado vuestros deseos y poner por delante vuestro deber.

No me miró y habló en voz baja, para que sólo pudiera oírlo yo. Yo alcé la vista y me di cuenta de que su rostro era una máscara impenetrable.

¿En qué demonios me había metido?

– Como hemos jurado que vamos a honrarnos durante el año próximo, os perdonaré el deshonor que me habéis hecho al negaros a verme durante nuestro compromiso, al devolverme los regalos y al obligarme a seguiros hasta aquí para finalizar nuestro acuerdo.

Su voz sonaba tensa.

Caballo o no caballo, no iba a permitir que me amedrentara.

– Y yo os perdonaré la falta de respeto que me estáis demostrando al criticarme en el templo de mi diosa el día de nuestro matrimonio.

¡Ja!

Él tuvo que inclinar la cabeza para poder oír mis susurros. Se quedó muy sorprendido, y se detuvo en seco.

– Tenéis razón, lady Rhiannon. Perdonad que me haya comportado groseramente.

Sus ojos se clavaron en los míos.

Yo tuve que carraspear para poder chirriar una respuesta.

– Os perdono.

Él todavía estaba molesto, pero en aquel momento parecía más enfadado consigo mismo que conmigo. Al menos, por el momento había quedado satisfecho con mi respuesta, porque comenzó a seguir de nuevo a Alanna, conmigo detrás.

Alanna acababa de llegar a otra puerta en forma de arco, flanqueada por otros dos guardias magníficos, y por ella entramos a un gran salón de banquetes. Era muy raro.

Bien. Aquello tenía que ser un sueño, pero incluso para mí era un sueño raro.

La habitación acogía unas dos docenas de divanes planos, grandes. Todos tenían un brazo a uno de los lados, y junto a cada una de ellos había un pilar de mármol que servía de mesilla, con una copa de oro encima. Había muchas ninfas bellas que iban de diván en diván, llenando las copas de un vino tinto que parecía muy apetecible.

Aquél sí que era un sueño estupendo.

Alanna nos señaló dos de los divanes, situados cabecera con cabecera en el centro de la sala. Compartían un solo pilar. El resto de los divanes estaban dispuestos en círculo, alrededor de aquellos dos.

– ¿Cenamos, mi señora?

Supongo que no me quedaba otro remedio. Además, estaba hambrienta. Así pues, asentí y me acerqué al diván, que me recordaba a la Antigua Roma. Todos aquellos romanos y su «aquél que controle Roma controlará el mundo», bla, bla, bla, túmbate a comer, come demasiado, vomita. Ni siquiera podían poner la mesa. Por favor.

Bien, al menos estar reclinada me haría más delgada…

En cuando me senté en el diván, todo el mundo se puso nervioso y murmuraban mirándome, así que me levanté rápidamente y agarré suavemente a Alanna por la manga para atraerla hacia mí y poder susurrarle al oído.

– ¿Qué es lo que no estoy haciendo?

Ella sonrió y me hizo una reverencia, como si hubiera dicho lo correcto, que yo sabía que no había dicho. Se dirigió a mi recién estrenado marido para decirle:

– Lady Rhiannon os pide perdón por su voz perdida. Está consternada por no poder bendecir la fiesta de su propio matrimonio, pero no puede hablar.

Sonriendo, comenzó a ayudarme a que me reclinara sobre el diván.

– ¿No puede susurrarte a ti su bendición? Tú podrías transmitirnos sus palabras, como hiciste antes.

Mi nuevo marido habló en un tono desafiante. Estaba resultando ser una pesadez. Quizá pensara que estaba frente a una sacerdotisa corta de entendederas.

Pero estaba muy equivocado. Comencé a sonreír.

De nuevo, busqué la intercesión de Alanna, y le susurré al oído:

– Repite lo que yo diga.

– ¡Mi señora!

Su respuesta fue de pánico. No sabía que, para una profesora de instituto que tenía que enfrentarse con adolescentes a diario, aquello era pan comido.

– Confía en mí -le dije, y le guiñé un ojo. Ella asintió, aunque con reticencia.

– Tenéis razón en recordarme cuál es mi lugar, lord ClanFintan. Perdonadme. Yo repetiré la bendición de mi señora para esta feliz ocasión.

Entonces, comencé a recitarle a Alanna versos de una antigua bendición irlandesa que había aprendido para una clase. Tenía que ser adecuada.

– Pido porque siempre tengamos…

– Pido porque siempre tengamos… -la voz dulce de Alanna se convirtió en mi eco mientras yo hablaba ante el público embelesado, disfrutando de su silencio respetuoso.

– Muros para el viento…

– Muros para el viento…

– Un tejado para la lluvia.

– Un tejado para la lluvia…

– Un té junto al fuego…

Sentí un momento de pánico y rogué que aquella gente bebiera té.

– Un té junto al fuego… -sonrisas en todos los rostros, así que supuse que sí lo tomaban.

– Risa para alegraros…

– Risa para alegraros…

Y ahora, el golpe definitivo. Me volví hacia mi nuevo marido y lo miré directamente mientras recitaba el verso final, y entonces me deleité al ver cuánto abría los ojos, sorprendido, mientras Alanna repetía el final de la bendición.

– ¡Y porque aquéllos a los que amamos estén cerca de nosotros, además de todo lo que nuestro corazón pueda desear!

Sus palabras fueron un eco de las mías, y los centauros gritaron «¡Salud!». Creí ver que ClanFintan formaba con los labios, cínicamente, las palabras «jaque mate».

La cara de alegría de Alanna fue otra prueba de mi victoria, y los olores que emanaban de las bandejas que trajeron los sirvientes comenzaron a subírseme a la cabeza. Me mareé. ¿Cuánto tiempo hacía que no comía nada?

– Mi señora, por favor, sentaos.

Alanna me salvó de nuevo con su oportuna intervención.

Todos los demás me imitaron, y después, comenzaron a salir platos deliciosos de la cocina. Sin embargo, el supuesto objeto de mis afectos hizo una elegante reverencia en mi dirección y se fue a un lado a hablar, en voz baja, con un tipo que debía de ser su amigo, o su ayudante, o cualquier cosa. Yo comencé a dar sorbitos a mi vino, un tinto excelente, y aproveché la oportunidad para mirarlo atentamente de soslayo.

ClanFintan era la encarnación del poder. Grande y musculoso, aunque no exageradamente. Estaba muy concentrado en su conversación, así que pude estudiarlo a gusto.

Tenía el pelo de la cabeza espeso y negro, con algunas ondulaciones. Lo llevaba largo y sujeto con una cinta de cuero, y su rostro era masculino, curtido, de pómulos altos, con una nariz bien formada y una hendidura marcada en la barbilla, un poco parecida a la de Cary Grant, que Dios lo bendiga. Tenía el cuello fuerte y los hombros anchos, y un pecho magnífico con un poco de vello oscuro. Su piel era del color del bronce, y todo él parecía una estatua dorada perfecta. Llevaba un chaleco de cuero oscuro, abierto, lo cual me permitía admirar sus maravillosos y bien definidos pectorales y sus abdominales de tableta de chocolate. Y su estómago suave, delicioso. En resumen, su parte humana, que terminaba donde terminaban sus abdominales, en el lugar donde empezarían las caderas de un hombre, era muy parecida a la de un tipo muy guapo en la flor de la vida, de unos treinta y tantos años. Fuera lo que fuera eso en la edad de los caballos, claro.

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