Cuchulainn se echó a reír con amargura.
– Si ella hubiera sabido que yo iba a beberlo, lo habría envenenado.
– No digas tonterías. Dijo que te curaría si estuvieras enfermo. Si hubiera sabido que tú ibas a beberlo, habría hecho que tuviera mal sabor.
– Me odia, El.
– No lo creo. En realidad, sé que no te odia, pero ése no es el problema -dijo ella, y carraspeó antes de continuar-. Cuchulainn, como Jefa del Clan, tengo el deber de preguntarte cuáles son tus intenciones.
– ¿Mis intenciones?
Elphame comenzó a caminar de un lado a otro.
– No te hagas el bobo, Cu. Sabes muy bien que te estoy preguntando por tus intenciones hacia Brenna. Verás, creo que tiene algo de razón, por lo menos en parte de lo que ha dicho. Por supuesto que yo te conozco mejor que ella, así que no creo que mientas cuando dices que la deseas, pero no puedo evitar preguntarme si la estás persiguiendo como si fuera un juego. Después de todo, no estás acostumbrado a que las mujeres te digan que no.
Cuchulainn entrecerró los ojos peligrosamente.
– No estoy jugando a nada con Brenna.
– Me alegro de oírlo. Entonces, ¿la deseas porque no puedes resistirte a causarle entusiasmo a una chica con la cara desfigurada? ¿O tal vez para poder ver el resto de su cuerpo y averiguar hasta dónde llegan sus cicatrices?
Cuchulainn dio un puñetazo en la mesa.
– Si no fueras mi hermana, ¡haría que te tragaras lo que acabas de decir!
Elphame dejó de caminar, se puso en jarras y sonrió.
– Sabía que estabas enamorado de ella.
Cuchulainn echó la cabeza hacia atrás como si lo hubiera abofeteado.
– ¿Enamorado? No…
– ¿Acaso es demasiado fea como para que el gran Cuchulainn admita que la ama?
– Elphame -dijo él, bajando la voz de una manera amenazante-. Si no dejas de hablar así de ella, voy a…
Ella se echó a reír.
– Entonces, estás diciendo que no te parece fea.
Él le lanzó una mirada fulminante.
– Claro que no. Brenna es muy bella.
– ¿Y sus cicatrices?
– ¿Qué pasa con sus cicatrices? Son parte de ella. ¡Por Epona! No puedo creerme que tú estés diciendo estas cosas. Creía que era tu amiga.
– Y lo es. Por eso quería estar segura de ti, Cuchulainn. No pensaba que fueras a jugar con ella, pero tenías que decirlo en alto para que nosotros dos lo creyéramos.
Cuchulainn miró a su alrededor.
– Pero si estamos solos.
– Exactamente -dijo Elphame, y miró al cielo con resignación-. Tenías razón -dijo-. Es un borrico.
Su hermano la miró con cara de pocos amigos.
– ¿Has estado hablando con ese viejo fantasma otra vez?
– Sí, pero eso no es lo importante. Intenta centrarte, hermano mío. Estás enamorado de Brenna.
Cuchulainn se encorvó, asintió y se quedó mirando la taza de té.
– Y ella está un poco disgustada contigo.
– ¡Mff!
– Bien, tal vez eso sea un eufemismo -se corrigió Elphame.
– Creo que me odia, El.
– Tonterías. Escucha. Anoche subí a la torre…
– No deberías haberlo hecho. Ya sabes que Brenna te dijo que tuvieras cuidado.
– Sí, sí, ella ya me ha reprendido -dijo Elphame con impaciencia-. Olvídate de eso y escucha lo que vi desde arriba. Vi a Brenna saliendo del castillo. Estaba llorando, Cu, con tanta intensidad que tuvo que apoyarse en la muralla para mantener el equilibrio.
– Era por mi culpa. La avergoncé. Eso no significa que me quiera, El. Sólo significa que yo soy tan egocéntrico y tan insensible como ella piensa.
Elphame negó con la cabeza.
– No, Cu, no significa eso. Brenna se apoyó en el muro del castillo mientras yo estaba apoyada en la balaustrada del balcón de la torre. Es difícil de explicar, pero el espíritu de la piedra me conectó con ella y sentí lo que ella estaba sintiendo, desesperanza, dolor, soledad. Lo que ocurriera en el salón no la avergonzó, le rompió el corazón.
Cuchulainn se tapó la cara con las manos y gimió.
– Cu -dijo Elphame, y le apretó el hombro-. Tú puedes arreglar esto. Lo único que tienes que hacer es demostrarle que la quieres y conseguir que crea que puede confiar en ti.
Su hermano la miró entre los dedos.
– ¿Y cómo lo hago?
Ella le sonrió.
– No tengo ni idea.
Elphame se estiró suavemente y giró el hombro herido con cuidado de no revelar ninguna incomodidad. Estaba sentada en el suelo recién arado, entre dos caballones en los que iban a crecer plantas de menta. Por lo menos, eso era lo que le había asegurado Wynne. Elphame no sabía mucho de hierbas ni de jardinería, así que aquella vieja parcela situada detrás de las cocinas en la que las plantas estaban tumbadas sobre la tierra no le parecía un huerto de hierbas aromáticas. Sin embargo, las cocineras que estaban al mando de Wynne sabían lo que hacían. Quitaban malas hierbas, trasplantaban y charlaban sobre una u otra hierba. En realidad, Elphame habría preferido estar fregando los muros de piedra del Gran Salón, pero Brenna se lo había prohibido. Elphame frunció el ceño mientras aplastaba un poco de tierra alrededor de una plantita. La Sanadora se había negado a que Elphame hiciera algo más fatigoso que sentarse cómodamente y trasplantar pequeñas mentas.
Suspiró. No debería quejarse, porque al menos había escapado de su confinamiento. Era un día cálido, claro, con una brisa que extendía el aroma de las flores y del mar dentro de los muros del castillo. El sol era maravilloso, y también los ruidos que hacían los miembros del clan mientras reparaban los barracones de los guerreros. Habían colocado la puerta cerca de las cocinas, lo cual era muy práctico. Parecía que los guerreros siempre tenían hambre. Por lo menos, Cuchulainn siempre tenía hambre.
Una figura con un kilt se acercó a los trabajadores, dando órdenes y supervisando el progreso del techo. Elphame lo observó atentamente. Cu estaba mucho más malhumorado de lo normal, y ella tuvo que contener la sonrisa. Sin embargo, su hermano no era tonto, y sabía cómo conseguir lo que deseaba de verdad. Brenna no se hacía una idea de la batalla que iba a lanzar contra sus defensas. Elphame esperaba fervientemente que, fuera cual fuera la campaña de Cu, funcionara. Brenna y él formaban una buena pareja.
Distraídamente, Elphame comenzó a preparar otro hueco para la siguiente menta. ¿Y qué ocurría con su amante? Notó un escalofrío al recordar cómo había respondido Lochlan a su caricia. Sus alas…
– Estás sonrojada. Deberías descansar un rato…
Elphame dio un respingo de culpabilidad. Miró hacia arriba y se protegió los ojos del sol con una mano. Entonces vio las siluetas de Brenna y de Brighid.
– No estoy sonrojada. Me siento muy bien -dijo, y se puso en pie con agilidad.
– A mí me parece que está descansada -dijo Brighid.
Elphame le habría dado un beso a la Cazadora.
Brenna entrecerró los ojos.
– No estarás…
– ¡No! No estoy haciendo ningún esfuerzo -exclamó Elphame, interrumpiendo a su amiga-. Sólo estoy trasplantando estas cosas.
– Estás trasplantando brotes de menta -dijo Wynne alegremente, al entrar en el huerto. La cocinera inspeccionó la fila que acababa de terminar Elphame-. Y lo estás haciendo muy bien.
Elphame sonrió.
– ¿Lo veis? Estoy bien.
Brenna se relajó, aunque sólo un poco.
– Bueno, procura ir con calma. Y si te empieza a doler el hombro, no lo fuerces.
Wynne, Brighid y Elphame comenzaron a hablar sobre los menús del castillo, y Brenna aprovechó para mirar a hurtadillas a la cocinera. Era voluptuosa y bella. No era posible que Cuchulainn no la deseara, como no era posible que la deseara a ella. Con el transcurso del día, la ira que sentía hacia él se había ido calmando, y se había transformado en una irritación confusa. ¿Por qué se había empeñado Cuchulainn en que la deseaba? Brenna se mordió el labio al recordar su respuesta. En realidad, no pensaba que él fuera egoísta y cruel; lo único que ocurría era que se había sentido completamente trastornada por su declaración. Y por su caricia. Y por su cercanía.
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