Y de repente, me vi arrancada de aquel sueño fabuloso y atravesé el techo del Templo de Epona.
– ¡Vaya! ¡Qué mareo! -dije, y mi voz espiritual resonó familiarmente.
Sentí júbilo al darme cuenta de que Epona estaba dirigiendo de nuevo mi espíritu, además de un revoltijo en el estómago. Mi espíritu flotó por encima del templo, mientras yo me orientaba y me acostumbraba de nuevo al Sueño Mágico, que no era en realidad ningún sueño, sino un viaje de mi alma, y por lo tanto, algo excepcionalmente mágico.
A medida que disminuía mi vértigo, pude relajarme y disfrutar de la increíble vista. La luna estaba casi llena, y su luz plateada y limpia acariciaba y hacía brillar las murallas del templo.
Vi que la fiesta debía de estar acabando. Las personas se movían en grupos de dos, tres o cuatro, y se tambaleaban un poco entre bromas y alegría mientras salían por la entrada principal del templo para dirigirse a sus hogares, fuera de las murallas. Sonreí al ver que varias de las parejas tenían dificultad para salir de entre las sombras, y cuando continuaban su camino a casa, permanecían abrazadas de un modo sugerente.
Supongo que mi gente se había sentido inspirada para emular mi estado.
Mientras continuaba haciendo de voyeur espiritual, me di cuenta de que una pareja de centauros se alejaba de la multitud, y emprendía el mismo camino que habían tomado otras parejas. Mi cuerpo los siguió, hasta que floté por encima de la espalda de la mujer centauro, lo suficientemente lejos como para que no notaran mi presencia, pero no tan lejos como para no darme cuenta de que eran mis amigos Victoria y Dougal.
No veía el rostro de Victoria, y no oía lo que estaban diciendo, pero sí podía ver que era Dougal quien hablaba, y que la Cazadora estaba embelesada con sus palabras. Mientras yo los observaba, Victoria alzó una de las manos y posó un dedo contra los labios de Dougal, para interrumpir su discurso. Después dio un paso hacia delante, y con un movimiento grácil, apoyó la cabeza en su hombro y asintió una sola vez.
La felicidad se reflejó en el semblante de Dougal, mientras abrazaba a su amante.
Yo sonreí, pensando que estaba impaciente por contarle a Alanna que lo que hubiera estado separando a Victoria y a Dougal se había arreglado por completo.
Lentamente, mi espíritu comenzó a moverse hacia delante, y dejé a mis amigos en su privacidad con un nudo de alegría en la garganta. Viajé por el cielo de la noche hacia la carretera, que conducía hacia el oeste de la llanura del templo. Cuando llegué al borde de la llanura, tomé velocidad, y avancé hacia una casa bonita que estaba situada al norte de la carretera, entre un campo de viñas. Junto a la casa había un establo, un corral y otra edificación que seguramente se usaba como bodega.
Durante un instante, floté por encima de la casa, y después atravesé el grueso tejado de paja.
– Ojalá me avisaras antes de hacer eso -murmuré, dirigiéndome a mi diosa, pero mi protesta terminó al ver lo que estaba ocurriendo por debajo de mí.
Estaba cerca del techo de una habitación bastante grande, iluminada por cientos de velas blancas. Había una cama enorme situada junto a una pared con ventana. Varias mujeres estaban rodeando a otra mujer desnuda, que estaba en pie, pero apoyada contra la parte superior de un diván. La mujer desnuda tenía un embarazo muy avanzado. Tenía la cabeza agachada y los ojos cerrados, y su expresión era de profunda concentración. Yo seguí observando mientras su vientre hinchado se ondulaba, y su respiración se hacía más profunda.
Mientras miraba la escena me di cuenta de que las otras mujeres estaban ayudándola. Una de las mujeres presionaba contra la parte baja de la espalda de la mujer parturienta con la palma de la mano. Otra mujer estaba agachada ante ella, respirando al ritmo de cada uno de sus jadeos. Otras dos mujeres la estaban abanicando suavemente. Otra estaba canturreando en voz baja.
Me acerqué más, y la contracción de la mujer terminó. Al instante, elevó la cabeza, y yo me quedé asombrada al ver que tenía una sonrisa de satisfacción. Se apartó un mechón de pelo húmedo de la cara.
– ¡Casi ha llegado el momento! -exclamó con júbilo, y no con dolor y tensión, como yo hubiera pensado.
Su anuncio fue recibido con palabras y risas de alegría.
Una mujer alta y guapa se acercó a ella y le ofreció un sorbo de una copa. Una muchacha le enjugó la frente con un paño grueso. Todas estaban sonriendo, como si tomaran parte en un evento maravilloso, como si la felicidad se escapara de sus cuerpos.
– Quiero colocarme, por favor, ayudadme -dijo.
La voz de la mujer era suave, pero alcanzaba todos los puntos de la habitación. Tres de las mujeres mayores se adelantaron. Una se arrodilló ante ella. Las otras dos la sujetaron por cada lado mientras ella se agachaba. La siguiente contracción atenazó todo su cuerpo. Vi cómo se le tensaban los músculos mientras respiraba profundamente y comenzaba a empujar.
Las mujeres que la rodeaban formaron un círculo, dándose de la mano mientras cantaban suavemente.
– ¡Veo la cabeza!
El vientre de la mujer se relajó durante un instante. Después, ella respiró de nuevo, profundamente, y siguió empujando.
Después de unos minutos apareció una forma húmeda entre sus piernas. Otra de las mujeres agarró a la criatura con habilidad.
– ¡Ha nacido tu hija! -gritó la matrona.
Las demás mujeres se unieron para darle la bienvenida a la recién nacida.
– ¡Bendita seas, pequeña!
Yo encontré mi voz entre las lágrimas, y me uní a sus gritos de alegría. Algunas veces, pero no todas, mi presencia puede ser percibida, por los demás cuando estoy en un viaje espiritual, así que me sorprendió y me agradó que la nueva madre alzara la cabeza en respuesta al sonido de mi voz etérea. Le brillaban los ojos de felicidad, y yo sentí un cambio en mi cuerpo espiritual que me dijo que mi forma flotante se había hecho visible para ella.
– ¡La Amada de Epona ha presenciado el nacimiento de mi hija! -dijo con embeleso.
Las demás mujeres empezaron a reír y a aplaudir, y algunas incluso comenzaron a bailar, girando mientras sus manos dibujaban formas intrincadas en el aire. Su alegría era contagiosa, y mientras las mujeres limpiaban a la recién nacida y a la madre, sentí que mi espíritu se movía al compás de su canción de vida nueva.
Y entonces me di cuenta de una cosa. El milagro del nacimiento era un momento de poder para todas las mujeres. Quizá en aquel mundo antiguo hubiera lecciones para el mundo moderno del que yo provenía. Las cesáreas y las epidurales deberían ser una bendición para las mujeres, pero de repente, me pregunté si se habían convertido en un medio para robarle a toda una generación de madres la magia del poder del nacimiento.
Mientras reflexionaba sobre aquello, sentí que mi espíritu comenzaba a elevarse. La nueva madre agitó la mano para despedirse de mí.
Con el corazón lleno de paz floté hacia el templo, atravesé el tejado de mi habitación y mi espíritu se reunió con mi cuerpo. Mientras volvía a dormir, oí un susurro en mi mente.
«Descansa ahora, mi Amada, y recuerda que siempre estoy contigo».
A la mañana siguiente, cuando el sol de la mañana entraba con intensidad a través de las cortinas de los grandes ventanales de mi habitación, noté un movimiento, y al mirar al otro lado del dormitorio, vi a Alanna y a Victoria sentadas en mi diván, observándome con los ojos brillantes y amplias sonrisas.
Yo parpadeé y me froté los ojos, con la esperanza de que fueran producto de mi imaginación.
No desaparecieron. En realidad, sus molestas sonrisas se hicieron más grandes.
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