¿ Ha intimado con ella?
¿ Es ella quien ha robado en las casas de invitados de Hughes?
S í , s í , no. Sonrisa presuntuosa de uno de los polic í as.
¿ Discuti ó alguna vez con Harold John Miciak?
S í . Mierda de tipo, odiaba a la polic í a.
Complicidad instant á nea, un comentario ir ó nico: ¿ No le parece que el se ñ or Hughes podr í a querer joderle por haberse quedado con su dinero y, adem á s, con su chica?
D á ndose prisa conmigo, Sid Riegle y los seis hombres de A.L: comprobaciones de antecedentes/entrevistas/papeleo. Meg, ocupada en la b ú squeda de un t í tulo de propiedad: Spindrift, 4980. «¿ Por qu é encontrarnos all í ? » Mi propia hermana hurgando en registros, siguiendo la pista del dinero: la fortuna de Phillip Herrick, muy turbia…
Kafesjian/Herrick. Mam á a Richie: « Larga historia de locura en nuestras dos familias. »
¿ Richie, asesino? No.
¿ Tommy, asesino? Dudoso.
Lo cual llevaba a: don Tercer Individuo, loco.
Insistentes rumores en la brigada: los hombres de Narc ó ticos, al borde del p á nico. Apartamentos del servicio en masa, revelaci ó n de las gratificaciones de Kafesjian. Los rumores pon í an a Dan Wilhite suplic á ndole a Exley: « Di algo, haz algo. »
Exley, sin comprometerse; rumores federales: diecinueve citaciones a otros tantos miembros de Narc ó ticos.
Mis citaciones, retenidas (v í a extorsi ó n de la custodia federal). El testigo clave, Dave Klein, abierto a compromisos si la filmaci ó n llegaba al escritorio de Noonan. Digamos que el « si » era un pensamiento ilusorio; segu í a convencido de que la pel í cula aparecer í a all í . El tiempo se agotaba.
Corriendo, pensando:
ELLOS tomaron la pel í cula; el hombre clave del asunto, Chick Vecchio. Hacerle cantar: ELLOS me forzaron a hacer de protagonista.
Acusaciones por conspiraci ó n, posiblemente pendientes; « tal vez » un testigo corrupto no ofrece garant í as.
Tal vez puras fantas í as.
Corriendo, observando:
La casa de LOS TIPOS. Vigilancia nocturna; agentes aparcados tres puertas m á s abajo. Lleno absoluto: federales delante de la casa, federales detr á s. Dentro, bronca familiar: la banda sonora de mi nostalgia. Los Dos Tonys: salpicaduras de gomina con los disparos a quemarropa a la cabeza. «¡ No, mis hijos! » , el sollozo de una de mis v í ctimas. Un violador de doble vida: la perdigonada le arranc ó la cara a ese negro.
Vestidos de seda para Meg, regalos de penitencia. Ahora, Meg con Jack Woods (su mat ó n particular). Meg, con diez grandes en el bolsillo: Jack, pendiente de cobro; Junior, por otra parte, muerto. Un pensamiento perdido: Abe Voldrich, eliminado; se observ ó un coche. El coche de Jack: misma marca, mismo modelo.
M ú sica para acompa ñ ar la vigilancia: la primera noche, por la radio del coche, un poco de bop; la segunda, Champ Dineen puro.
Suave: Richie y Lucille, tal vez amantes. Suave: Glenda, volvi é ndose hacia m í tras un resbal ó n, tanto valor…
Champ Dineen: la radio del coche, con el volumen muy bajo. El eco de la m ú sica en la ventana de Lucille: la misma emisora.
Lucille en la ventana, sin maquillaje, nuevo peinado. Las fotos del dormitorio de Richie, a tama ñ o natural.
Un camis ó n puesto, casi recatado.
Federales en la calle; la familia, cerca.
Un estribillo constante, imposible de acallar: Johnny suplicando…
Dos d í as consumidos, dos m á s por delante antes de la custodia. Dos ú ltimas noches con Glenda.
– Quiz á no salgamos de é sta - dijo ella.
– T ú , s í - respond í .
– Est á s cansado - insisti ó ella - . T ú quieres confesar.
***
– Bien, la autorización judicial parece en orden, pero, ¿qué es ese sello al pie?
– Es una estampilla de Correos. El fiscal de aquí envió los papeles a un juez del Este.
– ¿Por alguna razón en especial?
Para esquivar a los juristas amigos de Exley. Abre la caja fuerte, tipejo entrometido.
– No; sencillamente, el señor Noonan sabía que el juez federal de este distrito estaba demasiado ocupado para atender peticiones de registro.
– Entiendo. Bien, supongo…
Le corté al instante:
– El documento es válido, así que vamos de una vez.
– No es preciso ser tan brusco. Por aquí, caballeros.
Ventanillas de caja, cabina del vigilante, entrada a la caja fuerte. La puerta, abierta: una Pinkerton en formación de revista. Henstell:
– Antes de entrar, quiero que repasemos las instrucciones del señor Noonan.
– Le escucho.
– Uno, puede quedarse todo el dinero que encontremos. Dos, solamente puede inspeccionar los papeles personales que encuentre, y hacerlo en una dependencia del banco. Una vez los haya estudiado, me los entregará para marcarlos y tomar nota de ellos como pruebas federales. Tres, me entregará inmediatamente cualquier artículo de contrabando que pueda encontrar, como narcóticos o armas de fuego, para identificarlo como prueba.
«Armas de fuego»: escalofrío helado.
– De acuerdo.
– Muy bien, entonces. Señor Welborn, usted primero.
A paso ligero, detrás de Welborn. Pasillos de metal gris; cajas de depósito de seguridad apiladas de suelo a techo. Giro a la izquierda, giro a la izquierda, alto.
Welborn, con las llaves oscilando en sus dedos:
– 5290 y 5291. Detrás de esa esquina encontrarán una salita para examinar el contenido.
– Ahora, nos dejará usted a solas al agente Henstell y a mí.
– Como desee.
Dos cajas, altas hasta las rodillas; cuatro cerraduras. Hormigueo al introducir mis llaves.
Welborn: las llaves maestras. Chasquidos simultáneos.
En las mangas de mi chaqueta, sendos pañuelos.
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