La figura vagamente familiar que había visto bajando por las escaleras al fondo del canal cruzaba ahora el puente en dirección a él. Era el policía ruso, Kovalenko. Llevaba una Makarov en la mano y tenía una mirada gélida. La confusión inundó el rostro de Alexander. ¿Por qué estaba Kovalenko avanzando hacia él con el arma levantada de aquella manera? ¿Por qué lo miraba de aquella manera, si estaba tirado en el suelo y desarmado y resultaba inofensivo? De pronto lo supo. Éste era su destino, y lo había sido desde el día en que había hundido la navaja en el pecho de su medio hermano en el parque de París.
– ¡Kovalenko, no! -oyó gritar a Marten detrás de él.
Demasiado tarde. El policía ruso estaba justo a su lado.
– ¡No! ¡No! ¡No lo hagas! -oyó a Marten gritar otra vez.
Entonces vio que la mirada del policía ruso se endurecía y sintióel acero del Makarov contra su cabeza. El dedo se tensó más sobre el gatillo. Un disparo atronador quedó interrumpido por una inundación de luz blanca dentro de su cabeza. Era una luz que lo cegaba todo como una marea feroz y que se hacía, más y más y más fuerte. Y luego. Finalmente. Se apagó.
Golfo de Finlandia, a la misma hora
Rebecca y lady Clem estaban frente a la cabina del barco pesquero de dieciocho metros de eslora número 67730, mirando hacia San Petersburgo, ahora mismo bañado en una luz dorada. El barco estaba a veinte minutos del puerto y avanzaba a ocho nudos a través de un suave oleaje con trozos de hielo intermitentes. La luz dorada duró todavía un rato y luego, como si de pronto hubieran bajado el telón, se oscureció mientras el sol se ocultaba tras las nubes del horizonte.
Una vez sumidas en la oscuridad y, como atraídas por la misma fuerza que había llevado la luz radiante sobre San Petersburgo, las dos mujeres se miraron.
– El tiempo pasará y el dolor te parecerá cada vez más soportable -dijo Clem con voz serena-, y, con el tiempo, tu mente se irá distanciando de los recuerdos. Es algo en lo que iremos trabajando, las dos, tú y yo. Lo haremos, te lo prometo.
Rebecca la miró atentamente unos instantes, tratando de creer lo que le decía, queriendo creérselo. Finalmente cerró los ojos y, con un sollozo terrible, empezaron a brotarle las lágrimas.
Lady Clem la rodeó con sus brazos y la abrazó fuerte, llorando con ella en silencio, compartiendo su dolor, tal vez el más doloroso de todos. Al cabo de unos minutos, tal vez horas, quién lo sabía, y al sentir la caricia del mar debajo de ellas, Clem volvió la vista de nuevo hacia San Petersburgo y llevó a Rebecca dentro, a la claridad y la calidez de la cabina.
San Petersburgo. El mismo sábado 5 de abril, 19:40 h
Kovalenko aceleró por la plaza Sennaya a oscuras, alejándose rápidamente con Marten del puente y del canal, lejos de Nevsky Prospekt.
– Estaba en el suelo. No llegaba a su pistola. No había ningún motivo para matarlo. -Marten estaba furioso.
– Tovarich -Kovalenko no desviaba la vista del tráfico que tenía delante-, ¿te salvo la vida y así es como reaccionas?
– Era inofensivo.
– Siempre llevaba la navaja, tal vez incluso otro revólver. ¿Quién sabe qué? Un hombre así sólo es inofensivo cuando está muerto.
– No tenías por qué ejecutarlo.
– ¿Qué te parecería desayunar mañana con tus chicas? -Kovalenko giró el vehículo por Moskovsky Prospekt y aceleró de nuevo, en dirección al aeropuerto Pulkovo-. Hay un vuelo a Helsinki en poco más de una hora.
Marten lo miró y luego desvió la vista bruscamente, con las luces de los coches que venían iluminándole el rostro de manera intermitente.
– Has trabajado cuidadosamente para construir la confianza entre nosotros, incluso la amistad. -La voz de Marten estaba llena de amargura-. Y mientras tanto buscabas la manera de descubrir quién soy. Me hacías preguntas para hacerme caer, y cuando finalmente lo descubres, empiezas a jugar con mi sentimiento de culpa, por lo que ocurrió en la brigada, por toda la gente a quien Raymond mató en Los Ángeles, y más tarde en París, y con mi amor por mi hermana. Me facilitas un pasaporte y un visado, hasta un teléfono móvil. Y entonces, cuando llega el momento oportuno, me das un arma y me mandas a hacer el trabajo sucio. Y yo lo he hecho, por todos los motivos que predicabas y más. Y luego le tengo y estaba tumbado en el suelo. Podías haberlo arrestado, pero en vez de ello, vas y lo matas. -La mirada de Marten se dirigió de nuevo a Kovalenko-. Ha sido un asesinato, ¿no es cierto?
Kovalenko miraba a la carretera mientras los faros del Ford iban iluminando alternativamente las entradas de plantaciones de patatas y densos bosquecillos de abedules y arces, todavía desnudos, y, en medio, bosques todavía más densos de paneles iluminados con anuncios de Ford, Honda, Volvo y Toyota.
– Esto es lo que va a suceder, tovarich. -Kovalenko miró a Marten y luego otra vez a la carretera-. A estas alturas ya habrán descubierto el cadáver. Se quedarán horrorizados cuando se den cuenta de quién es. Tardarán un rato en deducir lo que ha sucedido en el Ermitage, pero luego lo harán, en especial cuando vean que todavía lleva la navaja en el bolsillo de la americana.
»Al cabo de poco Moscú emitirá el comunicado oficial de que el zarevich ha muerto, asesinado cuando intentaba capturar a los asesinos de la baronesa y de su FSO, el coronel Murzin, en el Ermitage. Las tres personas a las que ha matado por el camino serán identificados como conspiradores, y se organizará una misión exhaustiva de busca y captura de su asesino o asesinos. Lo más probable es que la culpa recaiga sobre alguna facción comunista, porque los demócratas siguen enfrentados con los comunistas. Al final, para proteger el respeto a la ley, puede que incluso haya un arresto y un juicio.
»Tu hermana, la zarina, amada por el zarevich asesinado antes de su coronación, amada por el pueblo ruso, estará en un lugar desconocido, enviada a un lugar secreto en el que pasar un periodo de duelo junto a su buena amiga y confidente, la hija del conde de Prestbury, lady Clementine Simpson.
»Lo siguiente serán unos cuantos días de duelo oficial. El féretro de Alexander será expuesto en el Kremlin, aclamado como un héroe nacional. A ello le seguirá un funeral de Estado, y acto seguido será enterrado junto a su padre y los otros emperadores rusos en la cripta de la capilla de Santa Catalina de la catedral de Pedro y Pablo en San Petersburgo. Se esperará que tu hermana asista al acto y, sin duda, tú también.
– Eso no responde…
– ¿A por qué lo he matado? Era un loco, y Rusia no se merece tener a un zar loco.
Marten seguía enojado.
– Lo que estás diciendo es que si ese loco estuviera vivo y detenido, deberíais someterlo a un juicio y, al final, tendríais la obligación de meterlo en la cárcel de por vida o de ejecutarlo. Y eso no es lo que más convenía al gobierno ruso. De modo que tú te has ocupado de liquidar el asunto.
Kovalenko sonrió un poco.
– Eso es una parte de la verdad.
– ¿Cuál es el resto?
– Como ya he apuntado, cabía siempre la posibilidad de que llevara la navaja u otro revólver. ¿Qué habría pasado si, cuando te le acercaras, hubiera intentado matarte? Conocemos demasiado bien sus acciones. Habría actuado con rapidez, y no habrías tenido más remedio que matarle o ser víctima, ¿no es cierto?
– Es posible.
Kovalenko apretó los ojos y miró a Marten.
– No, tovarich, no es posible, es seguro. -Lo miró un rato más, dejando que Marten quedara convencido, y luego volvió a mirar a la carretera-. Primero te diré que es cierto, que te tenía fichado cuando nos fuimos de París, y que también es cierto que te he mandado al museo a matar a Alexander porque sabía que eras capaz de hacerlo y tenías un motivo para hacerlo, y además porque así no tenía que involucrar a nadie más.
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