Miguel miró a Infante con ojos centelleantes de cólera.
– ¿Pero qué hace este tipo? -le preguntó en catalán.
Infante se lanzó rápidamente sobre el brazo de Nourissier y lo paralizó:
– Eso no es necesario.
– No pretendía ofenderle.
– Hago esto porque quiero, porque Carlos es mi amigo.
– Lo sé, y le pido perdón.
Una hora más tarde, mientras cenaban en el hotel los dos solos, Carlos Infante le espetó sin aviso previo:
– No vuelva a intentar pagarle a nadie, doctor, a nadie. Puede que los españoles formemos parte de un país atrasado y pobre, pero somos muy orgullosos, ¿comprende?, mucho.
– Lo lamento. Pensé que era un modo de agradecer su interés.
– Piense lo que piense no tome ninguna iniciativa de ese tipo sin consultarme.
– ¿Sabe de dónde ha sacado su amigo la información?
– Sí, lo sé, pero no voy a decírselo. Ya le advertí que estamos tocando un tema peligroso y que cuanto menos sepa, mejor será para usted. No puedo estar revelándole las fuentes de mis informadores. Tiene que fiarse de mí de una maldita vez, y si no cuento con su confianza absoluta será mejor que lo dejemos aquí. Puedo devolverle el dinero que me ha dado hasta el momento.
Nourissier bajó la vista, apretó las mandíbulas tragándose sus deseos de contestar. Emitió un breve mugido en señal de aceptación. Siguieron comiendo. En cuanto el francés hubo terminado el único plato pedido, se levantó de la mesa pretextando que estaba cansado.
– ¿A qué hora salimos mañana? -preguntó.
– A las nueve, no es preciso madrugar.
– ¿Puedo saber adónde iremos o considera que eso es darme demasiada información?
Infante lo miró irónicamente, le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
– Vamos a La Sénia, un pueblo bastante pequeño. Nos quedaremos unos días allí. ¿Le parece suficiente?
– Buenas noches -concluyó el psiquiatra, y salió dando zancadas de hombre muy apresurado.
En cuanto llegó a la habitación sacó los cuadernos en blanco que había traído consigo. Se sentó frente al escritorio y anotó:
«Hoy primer contacto testimonial con la sujeto.
La situación la muestra en un estado de clara desesperación. Vemos cómo ella y su compañero han llevado a cabo un arriesgadísimo atraco. De hecho tan arriesgado, que podemos apuntar la posibilidad de que se trate de un acto suicida, uno de esos actos que las personas llevan a cabo cuando su vida se mueve en una indefinición muy poco satisfactoria. Debemos pensar que los dos compañeros se han separado del grupo guerrillero que daba sentido a sus actuaciones, a su vida. No sólo eso, sino que ese mismo grupo ya no existe. La sensación de aislamiento, soledad e inutilidad se vuelve máxima. Las fuerzas de seguridad intentan cazarlos como si fueran alimañas. El conflicto interior se desata al comprobar que todo aquello por lo que habían luchado ha desaparecido, con lo que, psíquicamente, su actuación hasta aquel momento queda deslegitimada ante los demás y ante ellos mismos. La decisión de "dar un golpe" de dificultad mayor a la habitual viene probablemente dictada por un deseo inconsciente de ser atrapados. El compañero de la sujeto, llamado Francisco como nombre de guerra, es muerto en el asalto en circunstancias que no hemos podido aclarar. La reacción de la sujeto es intentar el socorro de su compañero, arriesgando incluso su propia vida, puesto que sabe que son perseguidos. Lo venda, intenta curarlo y llevarlo consigo en su huida. Su acción se basa en los sentimientos de piedad y compañerismo. Esta primera información no concuerda, pues, con el retrato previo de la sujeto con que contamos y que la muestra como persona incapaz de actos altruistas y de emociones humanas. Cuando Francisco muere, la sujeto huye sola por fin, pero realiza un acto simbólico dejando junto al caído su arma. Es una señal de homenaje, de intento de devolver al compañero muerto la dignidad de guerrillero. Con esa acción vuelve a poner orden en el caos que los había convertido a ambos en simples piezas de caza».
Había escrito todo aquello de un tirón. Dejó la pluma y se quedó pensando, con la mirada perdida en la penumbra. Aquella mujer perdida en el monte tenía valor. Alguien con el corazón oprimido por el miedo no hace lo que ella hizo, no se detiene para procurar atenciones a alguien que está a punto de morir. Y ahora, sola por completo, escondida en aquel lugar alejado de la civilización, ¿qué pensará? ¿Cuál será el estímulo que la hace sobrevivir? ¿Qué hay en su cabeza: genuinas ideas políticas, odio a sus enemigos o se trata de una mente extraviada? Hubiera dado cualquier cosa por saber qué sucedió la noche del asalto a la casa de aquella familia, por mirar a través de un orificio qué estaba haciendo La Pastora en aquel mismo instante. Se reconvino a sí mismo, no podía permitirse sentir simple curiosidad como si fuera un lector de periódicos en busca de noticias chocantes. Debía tener siempre presente que su interés se fundamentaba en lo científico, no en dejarse atrapar por el aura de fascinación mítica que emanaba del personaje.
Cerró el cuaderno y se dispuso a dormir. Estaba muy cansado, sólo la excitación de los acontecimientos lo mantenía despierto a aquellas horas.
No puedo hablar bien pero ya se me pasará cuando haya hablado más tiempo. Llevo dos años solo y no sé cantar, así que no me he oído la voz en dos años. Cantar era también peligroso porque podían oírme. Los lobos no hablan ni cantan, por eso siguen vivos en el monte. Yo sé cómo vivir en la montaña, siempre lo he sabido. Lo malo es que no he podido tener animales: ni un perro, ni un gato, ni una oveja. Los animales son buenos, las personas son peores. Me gustaría volver a tener perros y gatos, ovejas también, pero eso es para los que tienen tierra y una casa, para los que viven siempre en el mismo sitio, para los que trabajan. Yo ya no soy así, pero lo era, cuidaba el ganado y lo hacía muy bien, todos los amos estaban muy contentos conmigo. Cuidar de algo aunque no sea tuyo y dormir siempre en la misma cama aunque tampoco sea tuya está bien. Ya ni me acuerdo de cómo era eso, la verdad. De pequeño vi una vez unas sábanas de seda retratadas en una revista, que tenían flores pintadas y brillaban. Me dio por reír. «La gente rica duerme en sábanas así», dijo una niña que venía conmigo; la revista era de su madre. A mí me daba igual, yo dormía en la paja y estaba caliente. Entonces era una niña, pero ahora soy un hombre, ustedes ya lo ven, un hombre de verdad. Cuando era pequeño no sabía cómo era el mundo, y ahora lo sé un poco más, aunque tampoco mucho, pero sé qué hay que hacer para seguir vivo. He pasado dos años escondido en un sitio que aún no les voy a decir dónde está porque me quedaré ahí un poco más y no me fío de nadie. Es un sitio que la puta Guardia Civil ha pasado mil veces por delante y nunca lo han visto. Digo malas palabras porque me acostumbré a hablar así en el maquis, que antes hablaba bien, y si se me escapaba algo mi madre me daba con la mano en la boca. No me gustaba que me diera pero me aguantaba. Muchas cosas no me gustaban pero enseguida me di cuenta de que daba igual. Tenía que hacer lo que tenía que hacer, me gustara o no, y siempre hacía lo mismo: cuidar del ganado; así que me acostumbré a que cuidar de las ovejas me gustara.
Les diré que estoy ya cansado de estar solo, dos años es mucho tiempo, y eso que estoy acostumbrado, siempre he estado solo y no me importaba. Lo que pasa es que después he tenido compañía en el maquis. Pero desde que mataron a Francisco estoy solo y sé que no puedo salir del sitio que no puedo decirles. Me persiguen como a una alimaña, como a una bestia del campo que puede comerse a las ovejas, hacer daño. Pero yo no soy un lobo ni una bestia y nunca he matado a nadie. ¡Soy una persona y soy un hombre! Miren: llevo pantalones. Aunque a las malas, ahora ya me daría igual ser una mujer. No importa cuando te persiguen como a una bestia. Acabas por no ser ni una mujer ni un hombre: no eres nada, nadie te espera, nadie se preocupa por ti. Pero yo sí me preocupo de mí mismo. He visto morir a hombres, he visto morir a bestias y los unos y los otros se revolvían en contra. He visto cómo querían estar vivos por encima de todas las cosas. Yo también quiero seguir vivo. Nadie espera que vuelva, pero quiero seguir vivo. Nadie me ha esperado nunca pero quiero seguir vivo. He visto nacer corderos y morir corderos y los que morían tenían los ojos apagados como candiles a los que se es va acabando el aceite. Francisco tenía los mismos ojos cuando ya no pudo ir más adelante y se quedó tumbado en las piedras. Allí lo dejé, Los ojos de los corderos que nacen buscan cosas: la teta de su madre, la luz del día, buscan algo. Los que se mueren no buscan nada. No me da miedo morir pero quiero seguir vivo.
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