Acabamos con el cometido que nos habíamos fijado para la jornada, aproximadamente la mitad de las referencias testimoniales con las que contábamos, sin obtener el más mínimo resultado. La fe del subinspector se tambaleó.
– Oiga, Petra, ¿de verdad cree que esta revisión nos conducirá a alguna parte?
– Debemos completarla. Ya que no tenemos ideas, debemos confiar en la tenacidad. Así es como triunfa la gente que carece de talentos especiales.
– Pero aun reconociendo que somos torpones, estos testigos tan circunstanciales no nos están aportando nada.
– Basta de saltos en el vacío, Garzón, seamos protocolarios por una vez. A lo mejor así Dios nos lo premia. Dios es amante del orden.
– Hablando de Dios, ¿a qué hora tenemos la reunión con los eclesiásticos?
– Ya mismo, ponga rumbo al convento.
– Pero, inspectora, yo he comido poquísimo. Llevo el día entero con una birria de menú.
– Ya comeremos después de la reunión.
– ¿Es que Dios también premia pasar hambre?
– ¡No lo sabe usted bien! De hecho es la segunda cosa que más premia. Adivine cuál es la primera.
– Me lo imagino; y con esas premisas, estoy casi deseando que Dios me castigue, la verdad.
Domitila y Magí habían estado trabajando duramente. Los encontramos en la biblioteca, enfrascados en sus deliberaciones y sus documentos. Formaban una imagen casi pictórica. Lamentablemente él iba vestido de calle, habiendo dejado su hábito en la abadía. De no ser así, hubiéramos podido estar perfectamente ante una imagen medieval. Una monja y un fraile, rodeados de legajos y libros, con los ojos fijos en su labor intelectual.
Nos recibieron con noticias en principio alentadoras. Al parecer, habían llegado a una especie de conclusión provisional. El hermano Magí se erigió en portavoz con enorme entusiasmo.
– Nuestro trabajo ha partido de una base teórica. Cuando ustedes nos encomendaron esta tarea, la hermana y yo barajamos la hipótesis de una venganza tal y como se nos sugirió. Y bien, hemos buscado en todos los documentos que sobre la Semana Trágica existen en el convento, hasta concluir que las corazonianas, si bien sufrieron sacrilegio en la capilla, no pidieron que se tomara ninguna represalia sobre los asaltantes. No hubo testimonios acusadores de la superiora de la época, y tampoco denuncias a escala institucional. Entonces nos planteamos la siguiente pregunta como escenario de investigación. Una venganza histórica tiene que haberse llevado a cabo, de modo simbólico, sobre algo institucional. El motivo de este primer punto es obvio: ningún individuo de carne y hueso puede haber permanecido vivo desde las fechas de la Semana Trágica. Bien, si en principio descartamos la orden de las corazonianas como objetivo del vengador, ¿qué otra institución puede quedar en pie desde aquellos tiempos?
La hermana Domitila lo interrumpió en ese momento, y con voz ligeramente angustiada, rogó:
– Hermano Magí, le ruego que sea muy cauto con lo que dice. Sería necesario subrayar con claridad que hablamos de hipótesis, de posibilidades quizá remotas.
El monje puso cara de contrariedad y pareció contar hasta tres para templar su paciencia y responder.
– Continúe informando usted a los inspectores, hermana.
– No, no; es mejor que siga usted. Al fin y al cabo, de usted han partido las ideas definitivas.
– En absoluto, hermana; sus consideraciones han sido básicas para comprender que…
Alarmada porque volviera a plantearse una guerra intestina entre intelectuales, dictaminé:
– Prosiga, hermano Magí. Estamos seguros de que los dos han contribuido a llegar al meollo de la cuestión. Pero ya que estaba usted en ello…
Con visible satisfacción el fraile dijo:
– Pues bien, como decía, sólo hay algo cuya nominalidad haya pervivido durante los años: la familia Piñol i Riudepera en su calidad institucional de donante y protectora del convento.
Garzón y yo formamos un mismo cuerpo en la sorpresa.
– ¿Cómo dice? -fue la pregunta que salió sin freno de mi alma.
– Sólo los Piñol i Riudepera han ido sucediéndose en las generaciones, y nunca, en ninguna época, han abandonado sus donaciones anuales a la comunidad corazoniana. Por lo tanto, como base, nos parecía lícito investigar en los anales del convento para ver si algo había sucedido en la Semana Trágica con la mencionada familia.
– ¿Y qué han encontrado? -soltó a bocajarro Garzón sin poder contenerse ni un segundo más.
– Hemos encontrado algo sorprendente. Don Luis Piñol i Riudepera sí se distinguió en los días posteriores al conflicto por una actitud de beligerancia contra los profanadores de la iglesia del convento. Es más, parece ser que ordenó incluso persecuciones privadas para que fueran prendidos los culpables.
– ¡Carajo! -exclamó el subinspector como si aquello le escandalizara hasta lo más profundo del tuétano.
Mi pregunta se centró en el dato central.
– ¿Han encontrado ustedes el nombre de las personas que fueron represaliadas?
– No en los legajos consultados hasta el momento; pero queremos abordar el tema desde diferente documentación, para lo cual necesitamos más tiempo.
– Hay algo que no entiendo, hermano Magí -objeté-. Si descartamos a una persona individual porque no puede estar viva y tenemos que pensar en instituciones o descendientes como objetivo de una venganza, ¿quién sería el vengador?
– Estaríamos en lo mismo, inspectora, los descendientes de los represaliados o alguna institución.
– Es muy fácil ascender o descender en los árboles genealógicos de las familias influyentes, pero ¿usted cree que el pueblo llano tiene tan claro lo que les pasa a sus bis o tatarabuelos? ¿Y una institución, qué tipo de institución se erige como vengadora utilizando algo tan extremo como un asesinato?
La hermana Domitila, que se veía profundamente turbada por el cariz que estaban tomando las cosas, intervino por fin.
– El hermano Magí piensa que quizá en la actualidad, con la recuperación de la memoria histórica y todos los grupos que se han creado para desenterrar muertos de la guerra y… en fin, que puede haberse creado alguna sociedad clandestina dispuesta a actuar y hacer publicidad de las injusticias del pasado.
– Pero como para llegar al asesinato…
– Como ustedes mismos apuntaron, el asesinato pudo ser casual. Ellos sólo pensaban en robar la momia e ir haciendo un juego con la policía a partir de su posterior desmembramiento. Lo que ocurre es que el hermano Cristóbal apareció en mal momento y… le golpearon con demasiada fuerza.
Di un suspiro que contenía cierta decepción y no poca desconfianza.
– ¡Sociedades clandestinas…! No sé qué pensar, hermana.
– Llámelo como quiera. Puede tratarse de un puñado de exaltados, de algunos miembros escindidos de algunos de los grupos de recuperación de la memoria histórica que existen ya. Y tampoco podemos descartar a un descendiente directo de un obrero represaliado. Ese tipo de cosas tan terribles suelen transmitirse por vía oral de generación en generación. Y, de repente, algún individuo puede reaccionar de manera insólita e irracional con las informaciones que ha recibido.
– ¿Un loco?
– Un loco con motivaciones, o que se basa en esos falsos motivos para vehicular su locura.
Garzón permanecía en silencio, quieto como un gato al acecho. En vano lo miré varias veces para que emitiera alguna opinión, parecía hechizado por las palabras de los monjes. Al comprobar que nuestra reacción no era entusiasta, el hermano Magí dijo con humildad:
– Ustedes nos pidieron que elaboráramos una posibilidad de explicación partiendo de las fuentes históricas y eso es lo que hemos intentado hacer. De ahí a que realmente las cosas hayan ocurrido como nosotros aventuramos puede haber una distancia infinita.
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