– ¿La han descartado entonces?
– Aún no estamos en condiciones de descartar nada de modo absoluto.
– En ese caso no veo qué tiene de malo continuar con la vía de investigación que hemos iniciado.
– Explorar todas las posibilidades es interesante, pero el tiempo con el que contamos no es ilimitado y…
– ¡Un momento, inspectora Delicado! A mí me han dicho que realice un estudio diagnóstico de un posible psicópata asesino y eso es lo que he hecho. Si desean que interrumpa mi trabajo no tengo el menor inconveniente; pero en cualquier caso les recuerdo que son ustedes quienes me han llamado. ¿Quiere que le comente las características del hombre encartado sí o no?
Me mordí la lengua. Lo hubiera despedazado allí mismo a mordiscos verbales e incluso físicos, le hubiera hablado de los profesionales oportunistas y amantes de la exhibición mediática, pero en el fondo aquel tipo llevaba razón: alguien lo había llamado, aunque no fuera yo.
– Le escucho con atención, doctor.
– Aquí lo tiene todo escrito. El hombre se llama Isaac Reverter, es soltero y vive solo. Después de su diagnostico se le internó en una institución mental de la que se fugó. Más tarde fue ingresado de nuevo y tras un tiempo de medicación, pudo salir en régimen ambulatorio. Un taller mecánico le contrató para un trabajo de media jornada.
– Nada parece demasiado sospechoso hasta aquí.
Me lanzó una mirada desafiante. Estaba irritado; quizá era la primera vez que alguien no acataba su autoridad científica, mostrando escaso interés en sus ideas. Continuó, tenso.
– Cierto, pero tuvo que cambiar dos veces de trabajo porque amenazó a algún compañero con matarlo por mandato divino.
– Eso es bastante corriente en esquizofrénicos, ¿no?
– No sabía que tenía usted conocimientos de psiquiatría.
– Los medios de comunicación se han ocupado mucho de esos temas, creo que ahora todos sabemos un poco.
– ¿Me concede que yo puedo saber ligeramente más que usted, sólo ligeramente?
– En ningún momento he dudado de sus conocimientos.
– Muchas gracias. En ese caso le diré que he pasado visita médica con ese hombre y me parece que puede tener pulsiones asesinas. Además, en el hospital de día dicen que tiene mucho ascendiente sobre un pequeño grupo de enfermos, que a veces lo han oído impartiéndoles doctrina sobre la Virgen y los Santos.
– ¿Qué tipo de doctrina?
– No lo sé, inspectora. El personal sanitario no entró en tantos detalles. El caso es que ese hombre es inteligente y frío. Ha respondido a mis preguntas con agresividad contenida. Además, creo que está ocultando cosas deliberadamente.
– Habrá que averiguar dónde estaba durante los momentos del asesinato.
– Eso ya es cosa suya. Si quiere asesoría psiquiátrica cuando lo interrogue, estaré disponible.
Salió con el aire de un hombre seriamente ofendido. Garzón, que no había abierto la boca durante toda la conversación, lo hizo por fin.
– Irá a quejarse a los jefes, seguro. Les dirá que estamos obstaculizando su cometido, que prestamos oídos sordos a los informes científicos que nos facilita.
– Ya me lo imagino, pero me da igual. Que Coronas cargue con las consecuencias de sus actos.
– Y sin embargo la lógica del médico es intachable: él presenta unos informes que nosotros le hemos pedido.
– Lo que ha hecho ese tipo es mandar dar caza a unos cuantos locos que cuadran en su mierda de diagnóstico.
– ¡Quién sabe, a lo mejor siguiendo sus indicaciones llegamos a alguna conclusión que nos sorprende!
– Pura teoría.
– ¿Cómo calificaría usted toda la investigación que estamos llevando a cabo?
– Pura fantasía.
– ¿Y entonces?
– Entonces, calma. Todo se andará.
– ¡Cómo me gustaría tener su sangre fría, inspectora!
– Y a mí su hermoso bigote, Fermín, pero cada cual a lo suyo. Dígale a Yolanda que haga un primer interrogatorio del tal Isaac Reverter.
– No sé si cuenta con la experiencia necesaria.
– Así se va fogueando.
– Por cierto, inspectora; mi mujer dice que los invita a usted y a toda su familia a cenar en nuestra casa este sábado.
– ¿Mi familia? -pregunté sinceramente despistada.
– ¡Pero, inspectora! Me refiero a Marcos y a los chicos.
– Por mí encantada, pero es un jaleo para ustedes.
– A Beatriz le hace mucha ilusión.
– De acuerdo entonces, cuenten con nosotros.
Me resultaba chocante el acudir a una casa en plan familiar, pero jamás me hubiera permitido contrariar a la encantadora Beatriz. Supuse que mi marido estaría de acuerdo, y en cuanto a los niños… desde que Garzón les había mostrado la dureza del mundo delictivo, se había convertido en un auténtico líder de popularidad. Entré en el despacho y revisé todos los datos que había enviado el hermano Magí, perfectamente recogidos y amalgamados por el subinspector. Observé las listas de conventos que había incluido:
Trienio constitucional (Conventos desamortizados)
1. Capuchinos de Santa Madrona: convento derruido para hacer la plaza Real.
2. Iglesia de Sant Jaume: derruida para el ensanchamiento de la plaza Sant Jaume.
3. Convento de los Trinitarios Calzados: convento derruido para hacer la calle Ferran.
4. Iglesia y convento del Carme: destruidos para el ensanchamiento de la calle dels Àngels.
5. Convento de la Mare de Déu de la Bonanova: destruido para erigir el Gran Teatro del Liceo.
La lista continuaba durante un par de páginas más. Luego venían los conventos e iglesias quemados durante la Semana Trágica, 18 iglesias y 49 conventos. Sin embargo, según el informe del hermano, la mayor parte fueron reconstruidos. Sólo habían desaparecido por completo el convento de las Jerónimas, el de los Claretianos, las Paulas, las Dominicas, los frailes de Sant Felip Neri, las monjas cistercienses de Valldonzella y el monasterio de Sant Antoni. Junto a estos nombres había escritas unas direcciones. Por último, el informe señalaba que casi todas las quemas acaecidas en la guerra civil habían sucedido en edificios religiosos después reerigidos. Pero incluso en este apartado el fraile había elaborado una tercera lista con los más dañados. Un trabajo impecable, quizá merecedor de una tesis doctoral. Lástima que, aplicado a nuestro caso, siguiera pareciéndome una especie de cuento de hadas. En ese momento entró Garzón.
– Inspectora, lamento mucho tener que molestarla, pero ha dicho Coronas que si no interrogamos al psicópata en el plazo de dos horas nos podemos considerar relevados del caso.
– ¡El puto psicópata! Está bien, dígale que lo haré yo. ¿Dónde está?
– En la sala de interrogatorios, custodiado por Domínguez. Lo reconocerá por el gorro de Napoleón.
– Muy gracioso.
Domínguez se ofreció a quedarse conmigo durante el interrogatorio para garantizar mi seguridad. Lo hice salir con gesto firme. Como aquel hombre era nuestro psicópata oficial todo el mundo parecía olvidar que el día anterior se paseaba por la calle tranquilamente.
Miré a la cara del presunto loco, que tenía un aspecto corriente, si bien parecía asustado.
– Hola, Isaac. ¿Sabe usted por qué está aquí? -le pregunté sin disimular mi mal humor.
– Sí, porque creen que he matado a un fraile.
– Eso es. ¿Y lo hizo?
– No, yo nunca mataría a nadie, y menos a un fraile porque creo mucho en Dios.
– ¿Dónde estaba la noche del crimen?
– En el casal del Ayuntamiento de Rius y Taulet. Los del taller ocupacional preparábamos el escenario de una función de teatro que se hacía al día siguiente. Estuvimos hasta la madrugada.
– ¿Hay alguien que pueda testificarlo?
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