John Saul - Ciega como la Furia
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– iMe haces sentir como si fuera un fenómeno! exclamó-. ¿Por que no te vas a casa y me dejas tranquila?
Jeff se detuvo de pronto, mirándola extrañado. Abrió la boca, luego la volvió a cerrar. Se le enrojeció la cara y se le crisparon los puños.
– Bueno, si eso es lo que piensas, tal vez lo haga -dijo por fin.
– ¡Me alegro!
Michelle sintió que las lágrimas le brotaban en los ojos y por un momento temió llorar. Pero entonces Jeff se apartó de ella y se alejó rápidamente. Cuando estaba a pocos metros de distancia, de pronto miró atrás, saludó con la mano y echó a correr. Para Michelle fue como una bofetada.
Jeff entró ruidosamente en su casa, gritando para comunicar a su madre que había vuelto. Arrojó los libros sobre una mesa y entró en la sala de recibo donde se dejó caer en el sofá, apoyando los pies en la mesita baja. ¡Esas niñas! ¡Que fastidiosas eran!
Primero Susan Peterson diciéndole que no debía hablar más con Michelle: luego Michelle diciéndole que no quería que la acompañara más. Era una locura simplemente. Miró por la ventana.
Allí estaba ella, totalmente sola. Jeff vio que Michelle pasaba frente a su casa y se disponía a pasar frente al cementerio. De pronto se detuvo y clavó la vista en el camposanto. Como si estuviese observando algo. Pero no había nada que observar. Para Jeff el cementerio tenía el mismo aspecto de siempre… tapado por las malezas, con las lápidas cayéndose, abandonadas. ¿Qué estaba mirando Michelle?
Cuando Michelle llegó frente al cementerio, el luminoso sol de la tarde se desvaneció. En torno a ella comenzó a formarse la niebla. Ya se había habituado a eso y no se sorprendió cuando la fría humedad se cerró de pronto alrededor de ella, borrando el resto del mundo, dejándola sola entre la bruma. Sabía que no estaría mucho tiempo sola. Cuando venía la niebla, también venía Amanda. Michelle empezaba a esperar, la niebla con ansia, anhelando ver a su amiga.
Allí estaba ella, acercándose desde el cementerio, sonriéndole y saludándola con la mano.
– Hola -dijo Michelle en voz alta.
– Estuve esperándote -respondió Amanda al atravesar la cerca rota-. ¿Fue tan malo como yo pensaba?
– Sí. Se rieron de mí y no dejaron de cuchichear unos con otros.
– No importa -dijo Amanda -. Caminaré contigo y podrás mostrarme cosas.
– ¿No puedes ver cosas tú misma?
Los blancos ojos lechosos de Amanda se clavaron en el rostro de Michelle.
– No puedo ver nada a menos que estes conmigo -dijo.
Tomando la mano de Amanda, Michelle echó a andar por el sendero.
Notó que, por algún motivo, era más fácil caminar con Amanda. Junto a ella, no le dolía tanto la cadera y apenas cojeaba.
Amanda la condujo cruzando el cementerio y bordeando la senda del risco. Pronto llegaron a casa de los Pendleton; instintivamente Michelle fue hacia ella.
– No -dijo Amanda. Michelle sintió que le apretaba más la mano.- El cobertizo. Lo que quiero ver está en el cobertizo.
Michelle vaciló; luego, despierta ya su curiosidad, permitió que Amanda la condujese hacia el estudio de su madre.
Amanda llevó a Michelle del otro lado de la esquina del pequeño edificio y se detuvo junto a la ventana.
– Mira adentro -susurró a Michelle.
Obediente, Michelle espió por la ventana.
La densa niebla que la rodeaba parecía haber impregnado también el estudio. Había adentro una nebulosidad; todo era confuso.
Y nada tenía el aspecto de siempre.
Allí estaba el caballete de su madre, pero el cuadro que estaba apoyado en él no era de su madre.
Michelle contempló el cuadro con fijeza durante un segundo; luego un movimiento atrajo su mirada, que se desvió. En el estudio había gente, pero ella no podía verlos con claridad. La bruma remolineaba en torno a ellos, impidiéndole ver sus caras.
Entonces Michelle oyó los sonidos.
Era Amanda, junto a ella.
– Es verdad -susurró Amanda, cuya voz oprimida era un susurro-. Es una prostituta… ¡una prostituta!
Los ojos de Michelle se dilataron de miedo por la furia que expresaba la voz de su amiga. Trató de retirar la mano que Amanda le tenía apretada, pero ésta no se lo permitió.
– ¡No! -imploró-. ¡No te alejes! ¡Déjame ver! ¡Tengo que ver! -Su cara se retorció de furia, y apretaba tanto la mano de Michelle, que se la hacía doler.
Súbitamente Michelle logró zafarse. Retrocedió, apartándose de Amanda; al separarse sus manos, la ciega mirada de Amanda se fijó en ella.
– No -repitió -. Por favor… no te vayas. Déjame ver. Soy tu amiga y te ayudaré. ¿No quieres ayudarme también?
Pero Michelle ya se había apartado. Se encaminó hacia la casa. La niebla pareció disiparse un poco.
Cuando llegó a la casa, la bruma se había despejado.
Su cojera la había obligado casi a detenerse, y la cadera le palpitaba otra vez de dolor.
CAPITULO 14
Michelle dejó que la puerta de la cocina se cerrara violenta y ruidosamente tras ella, arrojó su cartapacio sobre la mesa y fue hacia el refrigerador. Terriblemente conciente de que su madre la observaba, luchó por controlar el temblor de sus manos. June no le habló hasta que la niña se sirvió un vaso de leche.
– Michelle… ¿te sientes bien?
– Estoy perfectamente -replicó Michelle, mientras volvía a guardar la leche y sonreía a su madre. June contempló cautelosamente a su hija. Algo andaba mal. Se la notaba asustada. Pero ¿que podía haberla asustado? June la había visto llegar por el sendero, vacilar un momento y luego continuar hasta el estudio, donde se había detenido brevemente junto a la ventana. Cuando se dirigió hacia la casa, fue como si hubiera visto algo.
– ¿Qué estabas mirando?
– ¿Mirando? -repitió Michelle. June se sintió casi segura de que procuraba ganar tiempo.
– En el estudio. Te vi mirando por la ventana del estudio.
– Pero no pudiste… -empezó Michelle. Luego se contuvo y. miró por la ventana.
El sol brillaba luminoso.
La niebla había desaparecido.
– Nada agregó Michelle-. Solamente miré para ver si estabas trabajando.
– Hum -dijo June sin comprometerse. Luego agregó: -¿Cómo te fue en la escuela?
– Bien, muy bien.
Michelle terminó su vaso de leche y se incorporó trabajosamente, con la cadera dolorida. Recogió su cartapacio y se encaminó hacia la despensa.
– Pensé que tal vez trajeras a Sally esta tarde -sugirió June.
– Ella… ella tenía algunas cosas que hacer -mintió Michelle. Además, yo quería caminar sola.
– ¿Quieres decir que Jeff ni siquiera te acompañó?
– Lo hizo por un rato. Acompañó a casa a Susan Peterson, después me alcanzó.
June fijó en Michelle una mirada penetrante. Había algo que su hija no le estaba diciendo. La expresión de Michelle era inocente. Y sin embargo, June estaba segura de que la niña ocultaba algo.
– ¿Estás segura de que no pasó nada malo? -insistió.
– Fue perfecto, mamá -replicó Michelle con cierta irritación, por lo cual June decidió abandonar el tema.
– ¿Quieres ayudarme con el pan?
Michelle lo pensó un momento: luego sacudió la cabeza diciendo.
– Tengo mucho que repasar. Creo que mejor subiré a mi cuarto.
June la dejó ir, luego volvió a su masa para el pan. Mientras trabajaba, sus ojos se desviaron hacia el estudio. afuera. "¿Que fue? ¿Qué vio ella allí? Algo que la asustó, de eso estoy segura'*. Retiró los dedos de la masa, se los frotó en el delantal, luego abandonó la casa. Lo que hubiera visto Michelle debía de estar todavía en su estudio…
Michelle cerró la puerta de su dormitorio y se desplomó en la cama. Se preguntaba si debía haber hablado con su madre sobre las personas del estudio. Pero algo le había indicado no hacerlo. Lo que había visto era un secreto. Un secreto entre ella y Amanda. Pero había sido algo atemorizados. Al recordarlo, un estremecimiento recorrió su cuerpo.
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