John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Cuando sonó la campana de la merienda, ni siquiera Sally Carstairs esperó a Michelle. En cambio, en pocos segundos el aula quedó vacía, salvo Michelle y Corinne. Michelle buscó su cartapacio bajo su pupitre y sacó su merienda. Luego se incorporó, disponiéndose a salir del aula.

– ¿Por qué no te quedas y comes conmigo? -sugirió Corinne.

Por un breve instante, Michelle vaciló. Luego sacudió la cabeza diciendo:

– Iré afuera.

– ¿Estás segura? -insistió Corinne. Michelle asintió con la cabeza.

– Me sentaré en lo alto de la escalera, desde donde puedo ver todo. -Estaba casi fuera del recinto cuando de pronto se detuvo y se volvió haciendo frente a Corinne -. Poder ver es importante. ¿Lo sabía usted, señorita Hatcher?

Sin esperar respuesta, Michelle salió del aula.

Michelle estaba sentada en el escalón más alto, con la pierna izquierda rígidamente extendida, la derecha recogida contra el pecho. Con la barbilla apoyada en la rodilla derecha, observaba a los niños que estaban en el patio de la escuela.

Bajo el arce grande podía ver a sus propios condiscípulos, Susan, Jeff y Sally… todos… apiñados en un grupo.

Estaban hablando de ella. Y ella lo sabía.

En particular Susan Peterson.

Michelle podía verla, inclinándose para susurrar algo al oído de alguien; después los dos, Susan y la persona a quien había hablado, mirando a Michelle y riendo por lo bajo.

En una ocasión, Susan empezó a decir algo a Sally, pero Sally se limitó a mover la cabeza e inmediatamente se puso a hablar con otra persona.

Michelle se obligó a no mirarlos más. Sus ojos recorrieron el campo de juego. Allá, junto a la cerca de atrás, algunos alumnos de cuarto grado jugaban a la pelota; Michelle sintió una punzada de envidia al mirarlos correr. Ella solía jugar antes a la pelota. Había sido una de las corredoras más veloces de su escuela.

Pero eso había sido antes.

Del otro lado del patio, cerca de la entrada, Michelle vio a Lisa Hartwick sentada sola. Durante un segundo deseó que Lisa se acercara y se sentara en los escalones con ella, pero entonces recordó… los otros niños no simpatizaban con Lisa, y aun cuando no le hablaban, no iba a empeorar las cosas mostrándose amistosa con ella.

Cerca de ella, al pie de los escalones, tres niñas -que tal vez tuvieran ocho años- estaban absorbidas en una partida de boliche, sin advertir la presencia de Michelle. Esta contempló la partida por un rato, recordando cuando ella tenía esa edad. Jamás había sido hábil para el boliche… las pequeñas piezas siempre se le habían resbalado entre los dedos. Y sin embargo, ese juego no requería correr, ni saltar, ni ninguna de las cosas que Michelle ya no podía hacer. Tal vez si les pidiera…

Sonó la campana. La hora de la merienda había terminado.

Poniéndose de pie, Michelle volvió a entrar en el edificio. Se aseguró de ser la primera en entrar al aula. Tan pronto como entró, se deslizó en un asiento situado al fondo del salón.

Un asiento, donde ninguno de ellos pudiera verla, a menos que se dieran vuelta y la miraran francamente.

Pero ella sí podría verlos.

Vigilarlos.

Saber quien se estaba riendo de ella…

Cuando sonó la campana de las tres y diez, Corinne Hatcher volvió a pedirle a Michelle que esperara, y le hizo señas de que se acercara a su escritorio, al frente del salón vacío.

– Quiero pedir disculpas en nombre de la clase.

Michelle permanecía inmóvil frente a ella, inexpresiva, con el rostro hecho una máscara de indiferencia.

– ¿Disculpas? ¿Porqué?

– Por el modo en que te trataron hoy. Fue muy grosero.

– ¿Lo fue? No me di cuenta de nada respondió Michelle con voz inexpresiva.

Reclinándose en su silla, Corinne golpeteó el escritorio con un lápiz.

– Noté que no merendabas con tus amigos.

– Ya le dije… era más fácil no tratar de bajar los escalones. ¿Puedo irme ahora? Hay una larga caminata hasta mi casa.

– ¿Irás caminando? -Corinne quedó espantada. Michelle no podía ir caminando… era demasiado lejos. Pero la niña asentía tranquilamente.

– Me hace bien -dijo afablemente. Corinne advirtió que ahora, cuando el tema nada tenía que ver con sus condiscípulos, Michelle parecía serenarse.- Además, me gusta caminar. Y ahora que no puedo caminar tan rápido como solía hacerlo, veo mucho más. Se sorprendería usted.

En la mente de Corinne resonaron las palabras de Michelle: ”Es importante ver".

– ¿Que ves? -preguntó la maestra.

– Oh, toda clase de cosas. Flores, y árboles y rocas… cosas así. -Bajó un poco la voz.- Cuando se está solo, realmente se mira todo.

Corinne sintió mucha tristeza por Michelle. Cuando habló su voz reflejó sus emociones.

– Sí -dijo-, estoy segura de que es así.

Se puso de pie y comenzó a juntar sus cosas. Caminando muy despacio para que Michelle pudiera seguirla, salió del salón y cerró con llave la puerta.

– ¿Estás segura de que yo no podría llevarte a casa? -ofreció Corinne cuando llegaron a los escalones delanteros.

– No, gracias. De veras estaré perfectamente.

Michelle parecía distraída: sus ojos exploraron el patio de la escuela, como si buscara a alguien.

– ¿Alguien te iba a acompañar?

– No… no, solo pensé… – Michelle calló, se interrumpió y empezó a bajarlos peldaños-. Hasta mañana, señorita Hatcher, dijo por sobre el hombro.

Al llegar al pie de la escalera, se colgó del hombro su cartapacio y cojeó hacia la acera.

Corinne Hatcher la observó hasta verla desaparecer al doblar la esquina; luego se encaminó hacia su automóvil.

"El habría podido esperarme", pensó amargamente Michelle.

Caminaba lo más rápido posible, pero no tardó en dolerle la cadera, obligándola a disminuir el paso.

Trató de no pensar en Jeff Benson, pero mientras caminaba, cada cosa que veía le recordaba los días en que habían vuelto a casa caminando juntos. Ahora, pensó, probablemente haya acompañado a casa a Susan Peterson.

Dejando atrás el poblado, tomó por el camino, permaneciendo bien lejos del empedrado. Aunque el sendero era áspero y resultaba más fácil caminar por el pavimento, sabía que no podría apartarse si llegara un automóvil… el sendero era mucho más seguro.

Se detenía cada pocos metros, en parte para descansar, pero también para mirar alrededor, para examinar todo cuidadosamente, como si lo estuviera viendo por primera vez, o quizá por última vez. Una o dos veces se quedó totalmente inmóvil, cerró bien los ojos y procuró imaginarse cómo sería estar ciega. Con el bastón hurgaba los objetos en torno a ella, viendo si podía identificarlos por el contacto.

Casi nunca lo conseguía.

"Sería espantoso", pensó. Ser ciego sería la cosa más espantosa del mundo.

Estaba casi a mitad del trayecto cuando oyó una voz que la llamaba.

– Michelle… ¡oye, Michelle, espérame!

Estoicamente, sin hacer caso de aquella voz, Michelle siguió andando. Un minuto más tarde, Jeff Benson la alcanzo.

– ¿Por qué no esperaste? -la interrogó-. ¿No me oíste acaso?

– Te oí.

– Pues ¿por qué no te detuviste?

– ¿Por que tú no me esperaste después de la escuela? -replicó a su vez Michelle.

– Prometí a Susan que la acompañaría.

– ¿Y sabías que podías alcanzarme?

Jeff enrojeció al responder:

– No dije eso.

– No era necesario -hubo un silencio y Michelle prosiguió su camino, mientras Jeff le seguía el paso-; si quieres irte a casa no hace falta que me esperes – agregó ella.

– No tengo inconveniente.

Siguieron caminando. Michelle deseaba que Jeff se marchase, finalmente se lo dijo.

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