David Serafín - Golpe de Reyes

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La tercera novela del comisario Bernal.

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– Unos cuatrocientos más o menos. Todos vestían el uniforme de marras.

– ¿Oíste bien el discurso?

– A rachas, jefe, porque estaba muy arriba y tenía que esconderme en una escalera que conducía al terraplén superior. Da miedo de noche ese sitio, se lo puedo asegurar.

– ¿Qué captaste del discurso?

– Habló de la importancia y solemnidad de la misión conjunta que todos tenían el cinco de enero y que restaurarían los sempiternos valores de la España tradicional.

– ¿Estás seguro de que dijo el cinco?

– Totalmente. Lo repitió y luego se lanzó a una encendida perorata sobre la desastrosa situación moral del país. Estuvo hablando durante tres cuartos de hora aproximadamente, y luego el obispo bendijo a la concurrencia.

– ¿Tomó parte el marqués?

– No habló, pero estuvo junto al padre Gaspar, el teniente general y el obispo.

– ¿Estás seguro de que era el padre Gaspar?

– Totalmente. Vino en el helicóptero con el teniente general.

– ¿Y no había nadie más, ningún otro cabecilla; Juan?

– No, solamente estos cuatro, más un sujeto que parecía el ayudante del general.

– Gracias por todo, Juan. Procura ponerte en contacto con Carlos y Ángel. Dile a Ángel que consiga que reparen el vehículo de La Corneta como sea y que regrese a Madrid, porque de lo contrario van a descubrirle.

Bernal estaba cada vez más preocupado por el retraso de su hijo y a las nueve volvió a llamar a Eugenia.

– No, Luis, aún no ha llegado, pero no creo que tarde ya mucho. ¿Vas a venir a cenar?

– Más tarde te lo diré. Dile a Diego que me llame en cuanto llegue.

Bernal encendió otro Káiser y miró por la ventana las aceras de la calle Carretas, llenas de gente que daba el paseo de los domingos, puesto que el tiempo había mejorado, al menos por el momento. Casi todos miraban los escaparates, atraídos por la apariencia de los artículos navideños. Al cabo de un rato llamó a Navarro.

– Por favor, Paco, ¿querrías consultar los horarios de Renfe y ver a qué hora tenía prevista la entrada en Atocha el Talgo que ha salido de Sevilla a mediodía?

Navarro volvió en seguida con la información.

– Tendría que haber llegado a las 19.34. Si quieren, llamo y lo compruebo.

– Sí, por favor. Estoy preocupado por Diego. El jueves estaba en Camas y en Santiponce y desde entonces no ha vuelto a llamarnos.

Tras encontrar el número que buscaba, Navarro telefoneó a la comisaría de la estación. El inspector de guardia le dijo que el Talgo de Sevilla había llegado a las 19.52.

– Pero entonces ya tendría que estar en casa -dijo Bernal, cada vez más preocupado-. Por favor, llama a la Facultad de Ciencias de la Complutense y entérate de qué ha ocurrido con la expedición geológica que ha estado haciendo investigaciones de campo en el bajo Guadalquivir estas dos últimas semanas. No sé el nombre del que la dirige.

Tras no pocas intentonas, reapareció Navarro.

– Jefe, no se puede comunicar con los responsables a esta hora y en domingo. Sólo están los vigilantes. Y desconocen el nombre del que encabezaba la expedición.

– Estoy intranquilo, Paco. ¿Y si probamos con la Renfe de Sevilla? La expedición tendría billetes con reserva y sería una treintena de estudiantes, si no más. Tenían que ocupar medio vagón.

Navarro volvió al teléfono y Bernal fue incapaz de concentrarse mientras tanto en los informes sobre Magos; fumaba sin parar. Hasta que por fin hubo noticias.

– En taquilla de la estación sevillana dicen que se reservaron treinta y cuatro asientos, pero que es imposible saber si todos se ocuparon cuando partió el tren. El único que puede saber si quedó vacío algún asiento reservado es el jefe de tren, aunque, como es lógico, no se comprueban los nombres de los viajeros.

– ¿Se puede llamar a este hombre? -preguntó Bernal.

– En Sevilla dicen que va a ser difícil esta noche. Vive allí y volverá en el Talgo de la mañana. Creen que esta noche la pasará en alguna pensión próxima a la estación de Atocha, pero ignoran en cuál.

– ¿Se hicieron las reservas a nombre del jefe de expedición?

– No, por desgracia; se hicieron al parecer a nombre de la Universidad Complutense. Los billetes se compraron aquí en Madrid, en las oficinas de Renfe de la calle Alcalá.

– Entonces es posible que aquí sepan quién los pagó.

– Sí, es posible -replicó Navarro con paciencia-, pero hasta mañana por la mañana no abrirán las oficinas. Los de Sevilla probaron con su terminal del ordenador electrónico, pero no aparece ningún nombre. ¿Llamo a la Policía Nacional de Sevilla?

– Aún no. Esperemos antes a ver si hay aquí más noticias.

A las once de la noche, Bernal había llamado ya varias veces a su mujer, pero Diego seguía sin dar muestras de su paradero. A las once y diez fue ella quien le llamó para decirle que un tal doctor Montalbán había telefoneado. Era el jefe de la expedición geológica y estaba preocupado porque Diego Bernal no se había reunido con los demás estudiantes en la estación de Sevilla para tomar el Talgo a la hora acordada. En consecuencia, había resuelto acompañar a los demás en el viaje de regreso sin él.

– ¿Dejó algún número de teléfono, Geñita?

Eugenia se lo dio.

– Aún tardaré un buen rato en volver a casa. No te preocupes por la cena.

Nada más colgar marcó el número del doctor Montalbán. Bernal se identificó en cuanto el geólogo cogió el auricular.

– ¿Explicó mi hijo por qué no iba a ir con la expedición? ¿Cuándo lo vio usted por última vez?

– Fuimos a Sevilla anoche, comisario, y nos hospedamos en dos hotelitos; no cabíamos tantos en uno solo. Después de cenar, los estudiantes se fueron a dar una vuelta por el barrio de Triana. Les oí volver pasadas las tres de la madrugada. Bueno, ocurre que su hijo se alojaba en el otro hotel, no en el mío. Yo no supe que faltaba hasta que estuvimos todos en la estación, pero sus compañeros me dijeron que les había dicho que se reuniría con ellos allí. La última vez que lo vieron fue después de medianoche, en un bar con tablao flamenco. Según sus compañeros, aquel insulso tipismo para turistas le aburría, y se marchó de allí tras decir que se reuniría con los demás en la estación.

– ¿Y no dio explicaciones a nadie?

– Todos se imaginaron que habría ligado con alguna chica y que se habría ido con ella a alguna discoteca.

– ¿Vio alguien a la chica?

– No, creo que no, pero la primera vez que hicimos noche en Sevilla, hace una semana, conoció a una joven morena. Y a ésta sí que la vi yo.

– ¿Y el equipaje de Diego? ¿Se quedó en el hotel?

– El compañero que compartía la habitación con él le hizo la maleta una hora antes de marcharnos y la dejó en recepción, ya que teníamos que dejar libres las habitaciones a mediodía.

– ¿Cómo se llama ese compañero suyo? -preguntó Bernal.

– Federico Payo. Puedo buscar la dirección si quiere esperar un momento, comisario.

– No cuelgo.

Una vez conseguida la dirección, Bernal telefoneó a su casa, aunque allí le dijeron que el estudiante se había ido después de cenar.

Navarro entró en aquel momento con expresión seria.

– El subinspector de servicio dice que un chaval ha traído esto hace unos minutos, que no dio su nombre cuando se lo preguntó y que se fue corriendo. Va dirigido personalmente a ti, jefe, aunque las señas parece que las han puesto con letraset. Será mejor que te tranquilices un poco antes de leerlo.

El mensaje decía:

Comisario Bernal. Si quiere que su hijo Diego vuelva a casa sano y salvo, deje en paz a MAGOS. De ser así, estará con usted para la Epifanía del Señor. Melchor.

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