– ¿Tienes su dirección?
– No. Tú me hablaste de 1953, así que no creí que te interesase una anciana.
– Tiene lógica.
– ¿Te interesa?
– Podría ser… si no es demasiado…
– Vale, vale. Déjame quitarme este traje de mujer de negocios y llamaré a la oficina, para tratar que mi ayudante supere su fobia a los ordenadores. Me llevará un tiempo. ¿Dónde puedo encontrarte?
– Te estoy llamando desde un teléfono público.
– ¿Ahora haces todas esas tonterías de los agentes secretos? ¿En qué estás metido, Alex?
– Desenterrando esqueletos.
– ¡Uff! ¿Cuál es ese número?
Se lo leí.
– Eso es en mi barrio. ¿Desde dónde me llamas?
– Desde una gasolinera en Melrose, cerca de Fairfax.
– ¡Oh, por Dios, si estás a un par de minutos de distancia! Ven aquí y me verás hacer de detective de alta tecnología.
La casa de los Brickerman era pequeña, estaba recién pintada de blanco y tenía un techo de tejas españolas. A lo largo del camino para coches, que ya quedaba lleno con el descomunal Chrysler New Yorker de Olivia, había plantados estrechos parterres de petunias.
Había dejado la puerta sin cerrar. Albert Brickerman estaba en la sala de estar, en bata y zapatillas, mirando a su tablero de ajedrez. Lanzó un gruñido en respuesta a mi saludo. Olivia estaba en la cocina, batiendo huevos, vistiendo una blusa con muchas blondas y una falda color azul marino del tamaño más grande; su cabello era una masa de ricitos pequeños, teñidos con henna, sus mejillas eran regordetas y sonrosadas. Estaba a principios de los sesenta, pero su piel era tan tersa como la de una niña. Me dio un abrazo, aplastándome contra su repleto pecho.
– ¿Qué te parece? -Se pasó las manos por la falda, para alisársela.
– Muy de sala de juntas.
Se echó a reír, bajó el fuego bajo los huevos.
– ¡Si mi papi, el socialista, me viese ahora! ¿Te hubieras creído que, a mi edad, iban a arrastrarme… eso sí, gritando y pataleando, al mundo de los yupies?
– Tú repítete a ti misma que estás trabajando dentro del sistema para cambiarlo.
– ¡Oh sí, seguro! -Me hizo un gesto para que me sentase a la mesa de la cocina. Puso los huevos revueltos en platos, colocó bandejas con pan de centeno y tomates cortados a rodajas, llenó tazones con café-. Me imagino que me queda un año, quizá dos. Y, luego, adiós a toda esta tontería y me dedicaré a viajar en serio… y no es que vaya a poder mover a Príncipe Alberto, pero tengo una amiga que el año pasado perdió a su esposo. Hemos planeado ir a Hawai, a Europa, a Israel. Todo.
– Suena maravilloso.
– Suena maravilloso, pero tú tienes mariposas en la tripa de ganas de contactar con el ordenador.
– Cuando te vaya bien.
– Llamaré ahora. A Mónica le costará un tiempo meterse en el sistema.
Llamó a su asistente, le dio instrucciones, las repitió y colgó:
– Mantén los dedos cruzados. Y, mientras esperamos, comamos.
Ambos teníamos hambre, así que devoramos en silencio. Justo cuando había empezado con mi segundo plato de huevos, sonó el teléfono.
– Vale Mónica, no pasa nada. Sí. Teclea SRCH, todo en mayúsculas. Bien. Ahora teclea M mayúscula, guión, C mayúscula, R mayúscula, luego dale a la tecla RETURN dos veces. CAL. Teclea C-A-L, también todo con mayúsculas, cuatro, tres, cinco, seis, guión, cero, cero, nueve. Bien. Ahora mayúsculas LA, guión, mayúscula W, guión, uno, guión, dos, tres, seis. ¿Vale? Pruébalo de nuevo, esperaré… Bien. Ahora, aprieta el RETURN una vez más, luego el botón… ORIGEN. Está debajo del 7… No, mantén apretado el botón Control mientras lo haces… está ahí, al lado izquierdo del tablero, control. Eso es, bien. Y ahora, ¿qué sale en la pantalla? Bien. Ahora teclea el siguiente apellido: Ransom. Sí, te lo deletreo: R-A-N-S-O-M. Coma. Shirlee. Acabado con dos es. S-H-I-R-L-E-E… Vale, muy bien. ¿Qué aparece? Vale, mantenlo ahí, Mónica. Voy a por un lápiz y me repites la fecha de nacimiento y la dirección.
Comenzó a escribir, y yo leí, por encima de su hombro:
Ransom, Shirlee. FDN: 1/1/1922
Rural Route 4, Willow Glen, Ca. 92399
– Vale, Gracias, Mónica.
– Pregúntale por un tal Jasper Ransom -le dije.
Me miró con cara de incomprensión, y dijo por teléfono:
– Mónica, no limpies aún la pantalla. Teclea ADD SRCH. Espera que salga de nuevo el cursor parpadeante… ¿Ya lo tienes? Vale, ahora teclea Ransom, el mismo apellido que antes, coma, Jasper… No, con J… Sí. J-A-S-P-E-R. Vale… ¿Sí? Dame su fecha de nacimiento.
Escribió:
FDN: 25/12/1920
Misma dirección.
– Muchas gracias, Mónica. ¿Te queda mucho que hacer? Vale, entonces acaba más pronto. Nos vemos mañana. -Colgó-. Bueno, cariño, ahora tienes a dos ancianos Ransom por el precio de uno.
Miró el papel otra vez y señaló las fechas de nacimiento:
– Año Nuevo y Navidad. Qué mono. ¿Cuáles deben de ser las posibilidades de que pase esto? ¿Quiénes son esas personas?
– No lo sé -le contesté-. Willow Glen. ¿Tienes un mapa del estado?
– No hay necesidad -me dijo ella-. He estado allí. Está en pleno campo, en el condado de San Bernardino, cerca de Yucaipa. Cuando los niños eran pequeños, acostumbraba a llevarlos allí, para que cogiesen manzanas.
– ¿Manzanas?
– Manzanas, cariño. ¿Sabes esas cosas redondas, coloradas? ¿Eso que se come? ¿A qué viene la sorpresa?
– No sabía que se cultivasen manzanas allí.
– Antes las había. Pero un año fuimos allí y ya no quedaba nada. Todos los campos de frutales, en los que una cogía lo que quería por sí misma y luego le pagaba al dueño, estaban cerrados; y los árboles cortados o secándose. Estamos hablando de una zona yerma, Alex. Allí no hay nada. Excepto la señora Año Nuevo y el señor Navidad.
La autopista de San Bernardino me impulsó, como un garbanzo disparado con un tubo por un chico, más allá de una mancha borrosa formada por zonas industriales, urbanizaciones de tres al cuarto y zonas de almacenamiento de coches más extensas que algunos pueblos grandes. Justo más allá de Pomona y los Terrenos Feriales del Condado, el paisaje pasó a ser de ranchos, granjas avícolas, almacenes y playas de vías del ferrocarril. Corriendo paralelamente al borde sur de la autopista había vías de tren. En los raíles se hallaba detenido un tren de carga formado por vagones de mercancías cerrados, de las compañías Cotton Bowl y Southern Pacific. La tercera parte del tren era de vagones portacoches, repletos de relucientes utilitarios japoneses. Hubo un breve estallido de fervor arquitectónico después de Claremont, y más tarde todo se veía tranquilo.
Conduje a través de vacías colinas, abrasadas por el sol, más allá de granjas y ranchos más pequeños que los de antes, inclinados campos de alfalfa, caballos que pastaban cansinamente al calor. La salida de Yucaipa se estrechaba hasta un solo carril y corría a lo largo de un cementerio de tractores. Disminuí la velocidad y pasé al lado de una hilera de remolques de costados de aluminio, marcados con el logotipo «The Big Mall», un barracón de venta de tacos sin nadie dentro, y una tienda, cerrada con tablones claveteados, que anunciaba «Antigüedades poco comunes».
Willow Glen compartía un letrero de carretera con una Escuela Superior Bíblica, situada a unos treinta kilómetros al sur, y con unos silos agrícolas estatales. La flecha direccional me apuntó hacia un puente cubierto y una carretera, recta como trazada con regla, que cortaba a través de más terrenos agrícolas, con plantaciones de limones y aguacates, establos maltrechos y campos no cultivados. Grandes porciones de terrenos vacíos, color marrón, estaban ocupados por aparcamientos para remolques, baruchos con techo de uralita e iglesias de ladrillo visto, y rodeadas por el telón de fondo, en granito, de las montañas de San Bernardino.
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