Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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Su historial delictivo era calificado como «extenso», e incluía detenciones por extorsión, cuando había tratado de arrancarles pasta a algunos corredores de apuestas de tres al cuarto del este de L. A., por embriaguez pública, por conducta escandalosa, por robo y robo con intimidación. Una letanía triste pero vulgar, nada que apoyase el etiquetado que les habían hecho a su hermana y a él los diarios como: «importantes traficantes de narcóticos, despiadados, sofisticados y que, de no haber muerto en la acción policial, hubieran llegado a inundar la ciudad de drogas».

Una fuente anónima del Departamento era citada afirmando que los Johnson estaban asociados a «elementos de la Mafia mexicana». Habían crecido en la ciudad fronteriza de Port Wallace, al sur de Texas, «un poblado sin ley que, entre los agentes de la justicia, es bien conocido como punto de entrada en el país de heroína marrón»; y luego se habían trasladado a L. A. con la clara intención de enganchar con esta sustancia a los escolares de Brentwood Pasadena y Beverly Hills.

Como parte de su plan, habían logrado puestos de trabajo en un estudio no especificado; Cable Johnson como operario de equipo de rodaje, Linda como actriz contratada, a la que se le encargarían pequeños papeles de figuración. Esto les suministraba una tapadera para «traficar con narcóticos dentro de la comunidad cinematográfica, un segmento de la población del que es bien sabido que está viciado por el consumo de las drogas ilegales y que presenta hábitos personales no conformistas».

La droga y los bolcheviques, los dos cocos de los Estados Unidos de los años cincuenta. Cocos lo bastante temidos como para hacer que la muerte a tiros de una mujer joven y hermosa pareciese aceptable…, incluso deseable.

Pasé unos cuantos carretes más por la máquina. No había nada que estableciese un nexo entre Linda Lanier y Leland, ni una palabra acerca de las orgías en los apartamentos especiales. Y nada tampoco acerca de una descendencia de Linda. Ni en solitario ni por parejas.

27

Viejas historias, viejas conexiones, pero aunque iba atando cabos, todavía quedaban muchos sueltos, y no estaba más cerca de comprender a Sharon: ni de cómo había vivido ella, ni de por qué ella, y tantos otros, habían muerto.

A las diez treinta Milo me llamó y añadió algo más a la confusión.

– El bastardo de Trapp no ha perdido tiempo en pasarme por la piedra -me dijo-. Me ha puesto a reorganizar el archivo de casos no resueltos…, puro trabajo inútil. El caso es que, al menos, he podido gastarme el oído de tanto tenerlo pegado al teléfono. Y te diré que tu chica Ransom tenía una grave alergia a la verdad. No hay ningún certificado de nacimiento a su nombre en Nueva York, ni existen unos Ransom en Manhattan… ni en Park Avenue, ni tampoco en cualquiera de los otros barrios caros. Y eso que he retrocedido en el tiempo, hasta llegar a los años cuarenta. Lo mismo digo para Long Island. Southampton es una pequeña comunidad muy unida, y los gendarmes locales dicen que no hay Ransom alguno en el listín telefónico, y que ningún Ransom ha vivido jamás en ninguna de las mansiones grandes.

– Ella estudió allí.

– En Forsythe… que no es allí, sino cerca. ¿Cómo lo averiguaste?

– Por sus impresos de solicitud de entrada en la Universidad. ¿Y tú?

– Por la Seguridad Social. La solicitó en 1971, y dio esa academia como su dirección. Pero ésa es la primera vez en que su nombre aparece en alguna parte. Es como si antes no hubiera existido.

– Si tienes algún contacto en Palm Beach, Florida, prueba allí. Kruse trabajó allí hasta 1975, Milo. Y cuando se vino a L.A. la trajo con él.

– Ya, ya… Voy por delante de ti: sobre él encontré cantidad de papeles. Nacido en Nueva York… de hecho, en Park Avenue. Tenía allí un gran apartamento, que vendió en 1968. El contrato de compraventa de la propiedad da una dirección en Palm Beach, así que llamé allí. No es fácil tratar con los Departamentos de las ciudades ricas: tienden a mostrarse protectores con los nativos. Les dije que la Ransom había sido víctima de un robo, que habíamos recuperado sus cosas y deseábamos devolvérselas. Miraron a ver si la encontraban. Nada. Ni sombra Alex. Así que Kruse la debió de encontrar en algún otro sitio. Y, hablando de Kruse, no era el psicoterapeuta de gran éxito del que me hablaste. Conecté con mi fuente de Hacienda, y me dio acceso a las declaraciones de impuestos del tipo. Su consulta sólo le producía unos ingresos de unos treinta mil al año… y a un centenar de pavos la hora, eso representa sólo cinco o seis horas de trabajo a la semana. Por lo que no se puede decir que fuera un comecocos atareado. El resto, otro medio millar de pavos, eran ingresos por inversiones: acciones y bonos del estado, propiedades y un pequeño negocio denominado Creative Image Associates.

– Películas porno.

– Él la describía como una «productora y realizadora de materiales de educación en temas de salud». Él y su esposa eran los únicos accionistas, declararon pérdidas durante cinco años, y luego cerraron la empresa.

– ¿Qué años?

– A ver, déjame mirar. Lo tengo aquí: de 1974 a 1979.

El último año de Sharon en la Academia, los primeros cuatro en la Universidad.

– Lo que resulta de todo esto, Alex, es que era un tipo rico que vivía de una herencia. Sin matarse a trabajar. Trasteando.

– Trasteando con las vidas de la gente -dije yo-. El Ejército le enseñó Guerra Psicológica.

– ¡Para lo que sirve eso…! Cuando yo era enfermero en Vietnam pude ver lo que era la Guerra Psicológica de nuestro Ejército: en su mayor parte, pura estupidez. Los Viet Cong se reían de ellos… las agencias de publicidad lo hacen mucho mejor. En cualquier caso, el resumen es que la Ransom surge de todo esto como la típica dama misteriosa con un protector rico. Y, por lo que sabemos, podría haber caído del cielo en 1971.

– Martinis en el solárium.

– ¿Cómo dices?

– No te preocupes -le contesté-. Hay otra posibilidad: encontré los informes de la prensa que hablaban del asunto de drogas de la Lanier y su hermano. Linda y Cable eran del sur de Texas… de un lugar llamado Port Wallace. Quizá haya información allá.

– Quizá -aceptó él-. ¿Había algo en los periódicos que no nos hubiese contado Crotty?

– Sólo que, además del tema de las drogas, también agitaron el coco rojo… aparentemente, los Johnson asistían a fiestas de subversivos. Y, dado el estado de ánimo de la nación, eso debió de garantizar el apoyo público al tiroteo. Hummel y De Granzfeld fueron tratados como si fuesen héroes del deporte.

– Tío Hummel -dijo él-. Llamé a Las Vegas. Sigue vivo, continúa trabajando para la Magna: Jefe de Seguridad en la Casbah y otros dos casinos que la empresa posee allí. Vive en una gran mansión, en la mejor parte de la ciudad. Y luego dicen eso de que el crimen no paga.

– Una cosa más que rumiar -dije-: Billy Vidal y Hope Blalock son hermanos. Vidal preparó tratos entre Henry Blalock y Leland Belding. Después de que Henry muriese, Magna compró sus negocios a buen precio, y cuando le llegó la hora a Leland, Vidal acabó de presidente del Consejo de la Magna. La señora Blalock estaba financiando a Kruse…, supuestamente porque habría curado a uno de sus hijos. Pero resulta que no parece tener ningún hijo.

– ¡Jesús! -exclamó Milo-. ¿Nunca has tenido la sensación de que estamos jugando a un juego que no es el nuestro, con las reglas de otro? ¿Y en el campo del jodido contrario?

Milo aceptó tratar de averiguar algo en Texas y, antes de colgar, me dijo que me cuidase las espaldas.

Deseaba volver a llamar a Olivia, pero ya eran cerca de las once, lo cual era mucho más tarde de la hora en que, habitualmente, Albert y ella se iban a la cama, así que aguardé hasta las nueve de la mañana siguiente, llamé a su oficina y me dijeron que la señora Brickerman estaba en Sacramento por asuntos de trabajo, pero que esperaban que regresaría pronto.

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