Giró con su silla, miró al millar de libros, y simuló estudiar el lomo de uno de los volúmenes.
– Si está usted atascado -le dije-, déjeme que le dé un empujoncito: Kruse le dio los fondos para poner en marcha su pequeña incursión al mundo de la libre empresa…, todo el dinero para los anuncios, para la impresión de los folletos, para la fabricación de las cintas. O bien era de su propio dinero, o se lo sacó a la señora Blalock. ¿A cuánto ascendía…, diez mil dólares? ¿Quince mil? Él se gastaba más en su vestuario de verano. Pero para usted debió de ser un gran capital inicial para su negocio.
No me contestó nada.
– Seguro que fue Kruse quien le sugirió el hacer una cosa así -le dije-. Empezando por poner los anuncios en la revista que le publicaba a él su columna.
Más silencio, pero había perdido todo color.
– Añádase a esto la promesa de un flujo ininterrumpido de dinero de los Blalock para sus investigaciones académicas, un trato maravilloso para ambas partes. Para usted, representaba ya no más ir por ahí suplicando donaciones o pretendiendo ser pertinente. Y Kruse lograba prestigio, respetabilidad instantánea. Con el fin de evitar las maledicencias y los celos en el Departamento, probablemente dispuso que se le diesen también fondos a otros miembros de la Facultad. Y todos ustedes, «los investigadores serios» estarían de acuerdo; al fin y al cabo estarían haciendo lo suyo. Aunque supongo que los restantes catedráticos se habrían quedado sorprendidos de haberse enterado de la mucha pasta extra que le pasaba a usted Kruse… ¿no le parece que sería un tema precioso para una reunión de la Facultad, profesor?
– No -dijo débilmente-. No hay nada de lo que avergonzarse. Mi programa para los fumadores está basado en serios principios de conducta. Y el obtener fondos privados para la investigación es una tradición consagrada por el paso del tiempo. Y, desde luego, dado el estado de nuestra economía nacional, en el futuro habrá que ir recurriendo más y más a ello.
– Usted nunca pensó en el futuro, profesor. Kruse le mandó a él de una patada.
– ¿Por qué está haciendo esto, Delaware? ¿Por qué está atacando al Departamento? ¡Nosotros le hicimos a usted!
– Yo no estoy hablando del Departamento. Sólo hablo de usted y de Kruse.
Hizo movimientos parecidos a los masticatorios con los labios, como si estuviese tratando de sacar la palabra adecuada. Cuando finalmente habló, su voz era débil:
– Aquí no hallará escándalo alguno. Todo ha sido hecho a través de los canales adecuados.
– Estoy dispuesto a poner a prueba eso.
– Delaware…
– He pasado la mañana leyendo un documento fascinante Frazier: «El Compañero Silencioso. Crisis de Identidad y Disfunción del Ego en un Caso de Personalidad Múltiple…». Etcétera, etcétera… ¿Le suena a algo?
Puso cara de no entender de lo que le estaba hablando.
– Era la disertación doctoral de Sharon Ransom, presentada al Departamento para lograr su doctorado, y aprobada… por usted. Un simple estudio de un único caso, sin una brizna de investigación empírica… en clara violación de todas las reglas que usted, impuso. Y usted firmó, con su nombre y rúbrica, la maldita cosa. ¿Cómo hizo ella para conseguirlo? ¿Cuánto le pagó Kruse, para que usted se rebajase hasta ese extremo?
– A veces -musitó-, se permiten desviaciones a las normas…
– Esto iba más allá de una simple desviación. Esto era un fraude.
– No logro comprender qué es lo que…
– ¡Ella escribió acerca de sí misma! Acerca de su propia psicopatología. Camuflándola como un historial de caso y pasándola como investigación. ¿Qué cree usted que pensaría de ello el Consejo de Regentes? ¡Por no mencionar al Comité de Ética de la Asociación Americana de Psicología… o las revistas Time y Newsweek!
Lo que quedaba de su compostura se derrumbó de golpe, y su color se tornó feo. Recordé lo que me había dicho Larry acerca de un ataque al corazón, y me pregunté si no lo habría presionado demasiado.
– ¡Buen Dios! -exclamó-. No siga con esto. Yo no sabía…, fue una aberración. Le aseguro que ya no volverá a suceder.
– Cierto. Kruse está muerto.
– ¡Deje que los muertos descansen , Delaware! ¡Por favor!
– Lo único que quiero es información -le dije con voz suave-. Deme la verdad, y dejaré correr el asunto.
– ¿Cómo? ¿Qué es lo que quiere saber? -casi suplicándome.
– La conexión entre Ransom y Kruse.
– No sé mucho acerca de eso. Se lo juro por Dios. Sólo sé que ella era su protegida.
Recordé que poco después que Sharon llegara Kruse la había filmado.
– La trajo con él, ¿no? Él fue quien recomendó su solicitud de ingreso.
– Sí, pero…
– ¿De dónde la trajo?
– Supongo que de donde fuera él.
– ¿Y de dónde era?
– De Florida.
– ¿De Palm Beach?
Asintió con la cabeza.
– ¿Era ella también de Palm Beach?
– No tengo ni idea…
– Podríamos saberlo mirándolo en su solicitud de ingreso.
– ¿Cuándo se graduó?
– En el ochenta y uno…
Tomó el teléfono, llamó al Departamento y dio algunas órdenes. Un momento después estaba frunciendo el ceño y preguntando:
– ¿Está usted segura? ¡Vuélvalo a comprobar! -Silencio-. De acuerdo, de acuerdo…
Colgó y me dijo:
– Su ficha ha desaparecido.
– ¡Qué conveniente…!
– Delaware…
– Llame a la Secretaría General de la Universidad.
– Lo único que tendrán allí es los impresos que ella llenó.
– En esos impresos se indican los centros de enseñanza a los que se ha asistido previamente.
Asintió con la cabeza, marcó un número, hizo valer su cargo con algún oficinista, y esperó. Luego usó el rotulador amarillo para escribir algo en una de las hojas del manuscrito y colgó.
– No venía de Florida. De Long Island, Nueva York. Un lugar llamado Forsythe Teachers College.
Usé su papel y rotulador para copiar aquello.
– Por cierto -añadió-. Sus notas eran excelentes… tanto antes de graduarse como después. Sobresalientes todas ellas. No había indicación de otra cosa que no fuese una escolaridad excepcional. Podría, perfectamente, haber entrado sin la ayuda de él.
– ¿Qué más sabe de ella?
– ¿Para qué necesita saber todo esto?
Le miré y no le dije nada.
– Yo no tuve nada que ver con ella -afirmó-. Kruse era el que tenía un interés personal en la chica.
– ¿Cuán personal?
– Si está usted suponiendo que había algo… corrupto, yo no sé nada al respecto.
– ¿Y por qué debería suponerlo?
Dudó, pareció inquieto.
– No es ningún secreto el que a él se le conocían ciertas… tendencias. Impulsos.
– ¿Le empujaban esos impulsos hacia Sharon Ransom?
– No, yo… Yo no le presto demasiada atención a ese tipo de cosas.
Le creí.
– ¿Cree que esos impulsos de él le ayudaron a ella a lograr esos sobresalientes?
– Rotundamente no. Eso es simplemente una…
– ¿Cómo consiguió meterla en la Facultad?
– Él no la metió , simplemente la recomendó. Las notas de ella eran perfectas. Su recomendación era, únicamente, un dato más a su favor…, nada fuera de lo común. Siempre se ha permitido a los miembros de la Facultad apadrinar estudiantes.
– A los miembros de la Facultad con cátedra -dije yo-. ¿Desde cuándo se han concedido estos privilegios a los asociados clínicos?
Un largo silencio.
– Estoy seguro que usted mismo sabe la respuesta a eso.
– De todas maneras, dígamelo usted.
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