Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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Pensó en ello.

– Ajá. Quizás. Ese tipo de locura sería muy propia de su estilo: control total de la vida del paciente, sesiones maratonianas, hipnosis de regresión… derribar las defensas. Si en este proceso ella descubrió que su mamita era una putilla, eso la haría totalmente vulnerable.

– ¿Y si lo descubrió porque Kruse se lo dijo? -pregunté-. Él tenía acceso a la filmoteca de Fontaine, podría haber estado curioseando en ella y hallado la cinta de Linda Lanier. Su parecido con Sharon era asombroso…, así que sumó una y otra cosas. Luego investigó a la Lanier, se enteró de algunos detalles feos…, quizás incluso del chantaje. Sharon me contó una historia inventada acerca de unos padres ricos, sofisticados. Parece como si se hubiese estado ocultando de la realidad. Kruse pudo haberle enseñado la película cuando estaba bajo hipnosis, usándola para derrumbarla del todo, para tenerla absolutamente bajo su control. Luego sugirió un modo en el que ella podría enfrentarse al trauma y superarlo, a base de hacer una película propia…, una especie de teatro catártico.

– Jodido bastardo -dijo. Y luego-: Ella era una chica lista, D. ¿Cómo podría caer en eso?

– Lista pero confundida: piensa en todas esas características límites de las que hablamos. Y tú mismo me dijiste lo persuasivo que puede llegar a ser Kruse: consiguió que radicales partidarias de la liberación femenina pensasen que el azotar a su esposa era algo noble. Y eso con mujeres a las que sólo conocía de un modo casual. En cambio, de Sharon era el supervisor, su terapeuta de entrenamiento, y además ella se quedó con él después de lograr el doctorado, como su asistente. Jamás logré comprender realmente la relación que había entre ellos, pero sabía que era intensa. La película fue hecha poco después de que ella regresase a L. A., lo que significa que estaba lavándole el cerebro ya desde el principio.

– O quizá -dijo él-, ya la conociese de antes.

– Quizá.

– Terapia más cine porno. -Parecía hosco-. Nuestro estimado Jefe de Departamento es todo un príncipe azul.

– ¿Crees que deberíamos poner a la universidad al corriente de sus métodos?

– ¿Dedicarnos a gritar «¡al lobo!»? -Se tironeó el bigote-. Brenda me dice que las leyes que protegen el buen nombre son muy liadas. Kruse tiene dinero…, nos podría tener años en los tribunales; y, acabase como acabase la cuestión, nos iban a vapulear de lo lindo a lo largo del proceso. ¿Estás preparado para algo así?

– No lo sé.

– Bueno, pues yo no. Deja que la universidad haga su propio jodido trabajo detectivesco.

– ¿Que se ande con cuidado el comprador?

Colocó su mano sobre la manija de la puerta, pareció algo molesto.

– Escucha, D: tú estás medio retirado, no dependes de nadie ni nadie depende de ti, y tienes todo el tiempo del mundo para ir por ahí mirando películas guarras. Yo tengo cinco hijos, una mujer en la Facultad de Leyes, la presión de la sangre alta, y una hipoteca no más baja. Perdóname que no quiera hacer de caballero de la blanca armadura, ¿vale?

– De acuerdo -acepté-. Tómatelo con calma.

– Créeme que lo intento, pero la realidad no deja de agarrarme por los huevos.

Se metió en el coche.

– Si hago algo -le dije-, no te implicaré en ello.

– Buena idea. -Consultó su reloj-. Tengo que ponerme a rodar. No puedo decir que lo haya pasado bomba, pero desde luego ha sido algo distinto.

Dos películas. Otro nexo con un multimillonario muerto.

Y un productor de películas de aficionado, haciéndose pasar por su sanador.

Conduje hacia casa decidido a ponerme en contacto con Kruse antes de salir para San Luis al día siguiente. Decidido a lograr que, de una manera u otra, el muy bastardo hablase conmigo. Volví a probar en su oficina; seguía sin haber respuesta. Iba a marcar su número de la universidad, cuando sonó el teléfono.

– Diga.

– El doctor Delaware, por favor.

– Al habla.

– Doctor Delaware, soy la doctora Leslie Weingarden. Tengo entre mis manos una crisis, en la que creo que me podría ayudar.

Parecía muy nerviosa, casi sin aliento.

– ¿Qué clase de crisis, doctora Weingarden?

– Algo relacionado con la conversación que tuvimos -me dijo-. Preferiría no hablar de ello por teléfono. ¿Podría arreglar las cosas para venir a mi oficina en algún momento de esta tarde?

– Deme veinte minutos.

Me cambié de camisa, me puse una corbata, llamé a mi servicio de contestador, y me dijeron que había llamado Olivia Brickerman.

– Me pidió que le dijese que el sistema está fuera de servicio, sea lo que sea eso, doctor. Que tratará de conseguirle lo que desea, en cuanto funcione de nuevo.

Le di las gracias y colgué. De vuelta a Beverly Hills.

Dos mujeres estaban sentadas, leyendo, en la sala de espera. Ninguna de ellas parecía estar de buen humor.

Di unos golpecitos en la partición de cristal. La recepcionista salió y me dejó entrar. Pasamos varias salas de examen y nos detuvimos ante una puerta marcada PRIVADO, a la que llamó. Un segundo más tarde se abrió parcialmente y salió Leslie. Estaba perfectamente maquillada, con cada cabello en su sitio, pero se la veía desencajada y asustada.

– ¿Cuántos pacientes hay ahí afuera, Bea? -le preguntó a la enfermera.

– Sólo un par. Pero una de ellas es una pesada.

– Diles que ha surgido una emergencia…, que estaré con ellas tan pronto como me sea posible.

Bea salió. Leslie me dijo:

– Apartémonos de la puerta.

Fuimos pasillo abajo. Se apoyó contra la pared, exhaló el aire y se retorció las manos.

– ¡Ojalá aún fumase! -Suspiró-. Gracias por haber venido.

– ¿Qué sucede?

– D. J. Rasmussen: está muerto. Y su novia está ahí dentro, desmoronándose por completo. Llegó hace media hora, justo cuando yo estaba volviendo de comer, y se derrumbó en la sala de espera. La metí aquí dentro a toda prisa, antes de que llegasen los otros pacientes, y desde entonces no la he podido dejar. Le he inyectado una dosis de Valium…, diez miligramos. Eso pareció calmarla durante un rato, pero al cabo empezó a deshacerse otra vez. ¿Aún quiere ayudar? ¿Cree que puede conseguir algo hablando con ella?

– ¿Cómo murió él?

– Carmen…, la novia, dice que, en los últimos días, él había estado bebiendo muchísimo. Más de lo habitual. Tenía miedo de que se fuera a poner violento con ella, porque esto era lo que habitualmente hacía; pero en lugar de tal cosa, se echó a lloriquear, se deprimió profundamente, comenzó a hablar de lo mala persona que era, de todas las cosas terribles que había hecho. Ella trató de hablarle, pero él sólo siguió deprimiéndose, continuó bebiendo. A primera hora de esta mañana, ella se despertó y encontró mil dólares en efectivo sobre su almohada, junto con algunas fotos privadas de ambos y una nota que decía: «Adiós». Saltó de la cama, vio que había sacado sus armas de fuego del armero, pero no lo pudo hallar. Entonces oyó ponerse en marcha su camión y corrió tras de él. Llevaba el camión lleno de armas y ya había empezado a beber otra vez: podía olerlo en el aire. Trató de detenerlo, pero él la apartó de un empujón y se marchó en el camión. Ella se metió en su coche y lo siguió. Viven en Newhall… aparentemente allí está lleno de caminos serpenteantes y de cañones. Él iba acelerando y sin poder aguantar el rumbo fijo, a más de cien. Ella no podía mantenerse detrás y se equivocó en un cruce. Pero volvió atrás, se puso junto a él… y vio cómo se caía por un precipicio: el camión dio varias vueltas de campana, se estrelló en el fondo, y estalló. Justo como en la tele, lo describió ella.

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