Tenía un rostro estrecho, como hambriento… ojos oblicuos inclinados hacia abajo, nariz rota, labios largos pero estrechos, sombra de barba mal afeitada. Sus ojos eran saltones, como los de una puta que está liando a un cliente por la calle. Se había puesto brillantina en el cabello hasta que tuvieron el brillo de zapatos recién cepillados, y se había hecho la raya en el centro. Un bigotito delgado recorría todo el largo de su labio superior.
El Clásico Gigoló se topa con la Rubia Estúpida.
Miró a Sharon, enarcó las cejas e hizo carotas para la cámara.
Ella se señaló al bajo vientre y puso expresión de dolor.
Rascándose la cabeza él consultó su carpeta, luego la dejó y se quitó el estetoscopio. Se inclinó sobre la paciente, dobló las rodillas, y metió su cabeza entre las piernas de ella, hurgando, toqueteando, husmeando. Alzó la vista y se encogió de hombros.
Ella le hizo un guiño a la cámara, empujó la cabeza de él hacia abajo y comenzó a estremecerse, todo al mismo tiempo.
Él se alzó, simulando que trataba de respirar. Ella le volvió a empujar hacia abajo. El resto era predecible: la erección de él bajo los pantalones, ella forzándole a colocarse encima suyo, chupándole los dedos de una mano.
Luego lo apartó, y se atareó con la cremallera de la bragueta del hombre. Los pantalones le cayeron a los tobillos. Ella le quitó la bata: no llevaba camisa, tan sólo una corbata. Ella tiró de la corbata hasta que lo tuvo donde quería. Lo tomó oralmente, él desencajado y atragantándose.
Mientras él se subía a la mesa y la montaba, los dedos de Chantal comenzaron a caminar, como una araña, por encima de mi pierna. Coloqué mi mano sobre ellos, impidiendo que siguiesen avanzando, le di un apretón amistoso, y le deposité suavemente la mano en su regazo. Ella no pronunció sonido, no movió ni un músculo.
Cambios de posturas cómicamente rápidos. Primeros planos de sus rostros, contorsionados. Él diciéndole algo, explicándole lo siguiente que tenía que hacer… una serie de rápidos empujones, un retirarse, y la lechosa prueba de un clímax, saltando por los aires.
Ella recogió algo de semen de su vientre con la yema de sus dedos Y lo lamió. Volvió a guiñarle el ojo a la cámara.
Pantalla oscura.
Un examen médico convertido en un encuentro carnal. Sesiones de seguimiento gratuitas…
Me sentí sofocado, irritado. Triste.
– Bueno -dijo al fin Gordon-. Esto es todo.
Chantal se puso en pie con rapidez, se alisó el vestido.
– Excúsenme, tengo que ocuparme de algo…
– ¿Todo va bien, cariño?
– Todo muy bien, querido. -Le besó en la mejilla, nos hizo una pequeña reverencia y nos dijo-: Me ha encantado volverle a ver, Lawrence. Encantada de conocerle, doctor Delaware.
Salió de la sala.
– El fallecido Mickey Starbuck -dije-. ¿Cómo murió?
Gordon aún seguía mirando por donde se había marchado su esposa. Tuve que repetir la pregunta.
– Sobredosis de cocaína, hace varios años. El pobre Mickey quiso pasarse al cine corriente, pero no pudo. Existe una terrible discriminación contra los actores del cine explícitamente sexual. Acabó conduciendo un taxi. Tenía un alma sensible, realmente era un buen chico.
– Dos actores, dos suicidios por sobredosis -dijo Larry-. Suena a maldición.
– Tonterías -dijo Gordon secamente-. Los actores de las películas explícitas son como los de cualquier otro sector de la industria del espectáculo. Con egos frágiles, inestables, con grandes subidas y tremendas caídas. Alguna gente no puede soportarlo.
– ¿Y la compañía productora? -dije-. Creative Image Associates… ¿era una tapadera para Kruse?
Gordon asintió con la cabeza.
– Para su protección. ¡Qué estúpido fui al no oler algo podrido cuando la montó! Si realmente había logrado la aprobación de la universidad, ¿para qué ese montaje de una empresa fantasma? Cuando vi el producto acabado, supe qué era lo que, exactamente, había hecho; pero no descubrí su jugada… él era el doctor, el experto. En ese tiempo pensábamos que era brillante, un visionario. Me imaginé que alguna razón tendría.
– ¿Y qué era lo que había hecho?
– Vuelva a sentarse y se lo enseñaré. -Regresó a la parte trasera de la sala, la habitación tornó a estar en oscuridad, y en la pantalla apareció otra película.
Ésta no tenía ni título, ni nombres de actores…, sólo la saltarina acción en imágenes granuladas, con un trabajo de cámara aún más de aficionado que el anterior, pero claramente inspiradora de la otra.
El escenario: la consulta de un doctor, con el mismo tipo de mobiliario, el mismo cuadrado de diplomas.
Las estrellas: una muy hermosa mujer de cabellos rubios en ondas, de largas piernas, muy bien provista, pero varios centímetros más baja que Sharon, con los huesos más pequeños, las facciones algo más llenas. Lo bastante parecida como para ser la gemela de Sharon.
La gemela. Shirlee. No, esto era imposible. La Shirlee que yo había conocido estaba impedida desde la infancia…
Si Sharon me había contado la verdad.
Lo que era mucho «si».
El filme número dos estaba corriendo a la velocidad con la que se movían los policías de la Keystone en las antiguas películas cómicas: strip-tease, ahuecado del cabello, un hombre alto entrando por la puerta.
Primer plano de él: cuarentón, de cabello brillante, con bigotito como pintado a lápiz. Bata blanca, estetoscopio, carpeta de clip.
Un vago parecido al fallecido Mickey Starbuck, pero nada que llamase la atención.
Y nada de expresión lujuriosa. Este doctor parecía estar mostrando auténtica sorpresa ante la vista de la rubia desnuda que yacía abierta de piernas en la camilla.
Tampoco nada de planos cambiantes. Una cámara estacionaria, planos largos de todo el campo y ocasionales primeros planos, que estaban menos interesados por lo erótico que por la identificación de los actores.
De él.
La rubia se levantó y se frotó contra el doctor. Se mostró ante él, se pellizcó los pezones, se alzó de puntillas y le lamió el cuello.
Él negó con la cabeza, señaló a su reloj.
Ella lo apretó contra su cuerpo y le clavó las caderas.
Él comenzó a apartarse de nuevo, luego se dejó ir… como alguien que se derrite. Permitiendo que lo acariciase.
Ella atacó.
Luego, la misma progresión que en la película de Sharon. Pero diferente.
Porque esto no era teatro. El doctor no estaba actuando.
No le hacía carotas a la cámara, porque no sabía que hubiese una cámara.
Ella se arrodilló ante él.
La cámara estaba concentrada en el rostro de él.
Auténtica pasión.
Estaban sobre la mesa.
La cámara estaba concentrada en el rostro de él.
Él estaba perdido en ella. Ella estaba al control.
La cámara estaba concentrada en el rostro de él.
Una cámara oculta.
Un documental… esto era un auténtico espiar a través del agujero de una cerradura. Cerré los ojos, pensé en otra cosa.
La belleza rubia trabajando como una profesional.
Una gemela de Sharon… pero de otro tiempo. El peinado de él y su bigotito de lápiz eran auténticos.
Contemporáneos…
– ¿Cuándo hicieron esto? -le pregunté a Gordon, mirando hacia atrás.
– En mil novecientos cincuenta y dos -me dijo con voz ahogada, como resintiendo la intromisión.
El doctor estaba encabritándose y rechinando los dientes. La rubia lo ondeaba sobre su cuerpo como si fuera una bandera. Le hizo un guiño a la cámara.
Pantalla en blanco.
– La madre de Sharon -dije.
– No puedo probarlo -dijo Gordon, regresando a la parte delantera de la habitación-. Pero con ese parecido tendría que serlo, ¿no? Cuando vi a la Hermosa Sharon, me recordó a alguien. No podía acordarme de quién, porque no había visto esta película en mucho tiempo…, en años. Es bastante poco común, un auténtico artículo de coleccionista. Tratamos de no exponerlo a desgastes innecesarios y posibles roturas.
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