Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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Se detuvo, expectante.

– Le agradecemos que nos lo haya enseñado, señor Fontaine. Es muy interesante.

– Es un placer. Cuando vi el producto de Kruse acabado, me di cuenta de a quién me recordaba ella. Supongo que fue intencional: le dimos total acceso a nuestra colección, y pasó un montón de tiempo en la filmoteca. Debió descubrir la película de Linda y decidió copiarla Madre e hija…, un tema interesante; pero debería de haber sido sincero en su actitud.

– ¿Conocía Sharon esta primera película?

– No se lo puedo decir. Como ya le he explicado, sólo la vimos una vez.

– ¿De qué Linda habla? -le preguntó Larry.

– Linda Lanier. Era una actriz… o, al menos, lo deseaba ser. Una de esas muñecas hermosas que inundaron Hollywood tras la guerra…, bueno, supongo que aún siguen haciéndolo. Creo que consiguió un contrato en uno de los estudios, pero nunca llegó a trabajar.

– ¿Tenía el tipo de talento equivocado? -le preguntó Larry.

– ¿Quién sabe? Nunca se quedó el tiempo suficiente para que nadie lo comprobase. Ese estudio, en especial, era propiedad de Leland Belding. Acabó siendo una de las chicas de sus fiestas.

– El multimillonario ermitaño -dije-. La Magna Corporation.

– Ustedes dos son demasiado jóvenes para recordarlo -dijo Gordon-, pero en su tiempo fue un tipo realmente importante, un hombre del Renacimiento: industria aeronáutica, armamentos, navegación, minería. Y las películas. Se inventó una cámara que aún usan hoy en día. Y una faja para mujer que no se mueve, basada en el diseño aeronáutico.

– Cuando dice una chica de sus fiestas, ¿quiere decir una puta? -le pregunté.

– No, no. Eran más como azafatas. Acostumbraba a dar montones de fiestas. El ser dueño de un estudio le daba acceso a un montón de chicas, y las contrataba como azafatas. Los bienpensantes trataron de sacarle punta a esto, pero jamás pudieron probar nada.

– ¿Y qué hay del doctor?

– Era un verdadero doctor. La película también era real… la vérité que hay en ella casi es abrumadora, ¿no? Ésta es la copia original, y la única que queda.

– ¿Y dónde la consiguió usted?

Negó con la cabeza.

– Secreto profesional, doctor. Bástele saber que hace mucho que la tengo, y que me costó un montón. Podría hacer copias y recuperar mi inversión original, con beneficios, pero eso abriría las puertas a las reproducciones múltiples y diluiría el valor histórico del original, y me niego a renunciar a mis principios.

– ¿Cómo se llamaba el hombre que hacía de doctor?

– Ya sabe que era un doctor de verdad… -Se interrumpió-. Pero no sé su nombre.

Una mentira. Con lo fanático del tema y voyeur que era, no habría descansado hasta descubrir cada detallito referente a su tesoro.

Creí comprender su reticencia. Y le dije:

– Esta película era parte de una conspiración para efectuar un chantaje, ¿no es cierto? Y el doctor era la víctima.

– Ridículo.

– Entonces, ¿qué otra cosa puede ser? Él no sabía que lo estaban filmando.

– Una de esas bromas pesadas de Hollywood -dijo-. Errol Flynn hacía agujeros en las paredes de sus retretes, y usaba una cámara oculta para filmar a sus amigas sentadas a la taza.

– Vulgar -murmuró Larry.

El rostro de Gordon se oscureció.

– Lamento que piense usted de ese modo, doctor Daschoff. Todo era hecho con la mejor intención, jocosamente, como una auténtica broma.

Larry no dijo nada.

– Da lo mismo -comentó Gordon, caminando hacia la puerta de la sala y abriéndola-. Estoy seguro de que ustedes, caballeros, tendrán que regresar con sus pacientes.

Nos guió a través de la sala negra hasta el ascensor.

– ¿Qué le pasó a Linda Lanier? -pregunté.

– ¿Quién sabe? -dijo. Luego comenzó a aleccionarnos sobre la relación entre las normas culturales y el erotismo, y continuó su disertación, hasta que salimos de su casa.

17

Nunca lo había visto así -me dijo Larry, cuando estuvimos de nuevo en la acera.

– Sus creencias están siendo atacadas -le dije-. Le gusta pensar en su afición como algo inofensivo, como el coleccionismo de sellos. Pero uno no usa los sellos de correos para hacer chantajes. Agitó la cabeza.

– Ya fue bastante estremecedor el contemplar a Sharon pero esa segunda película era muy distinta… era algo realmente malvado. Ese pobre tipo metiéndola y sacándola, sin saber que estaba haciendo su debut cinematográfico.

Volvió a agitar la cabeza.

– Chantaje. Mierda, esto se está volviendo más y más raro, D. Para poner peor las cosas, esta mañana he recibido una llamada de un viejo compañero de asociación estudiantil, y que me cuenta lo de un tipo al que conocimos Brenda y yo en la universidad, y que también acabó de comecocos; terapeuta del comportamiento, con un consultorio con muchos clientes allá en Phoenix. Resulta que se tiraba a su secretaria, y ésta va y le pasa las purgaciones, él se las pasa a su esposa y ésta le echa de casa, y empieza a hablar mal de él por toda la ciudad, cargándosele la clientela. Hace un par de días él entra en la antigua casa de ambos, le abre la tapa de los sesos de un tiro a la mujer, y luego se vuela la suya. Esto no dice nada demasiado bueno de nuestra profesión, ¿no crees? Aprendes cómo hacer tests, escribes una conferencia y te gradúas. Envías un talón y renuevas tu licencia. Nadie te revisa a ti tu psicopatología.

– Quizá los psicoanalistas estén en lo correcto -dije-, al hacer que los candidatos a serlo pasen por un análisis a largo plazo, antes de permitirles cualificarse.

– Vamos, D. Piensa en todos los analistas con los que te has topado que son auténticos tipos raros. Y todos nosotros tuvimos nuestras terapias de entrenamiento. Uno puede ser terapeutizado hasta el mismísimo ying-yang y seguir siendo un ser humano podrido. ¿Quién sabe?, quizá ya seamos sospechosos desde el principio. Acabo de leer un artículo que era un estudio de los historiales familiares de psicólogos y psiquiatras. Un montón de nosotros tenía madres gravemente deprimidas.

– Yo también lo he leído.

– Desde luego, conmigo concuerda -me dijo-. ¿Qué me dices de ti?

Asentí con la cabeza.

– ¿Lo ves? Eso es: de niños tuvimos que cuidarnos de nuestras mamis, y así aprendimos a ser hiperadultos. Luego, cuando crecimos, buscamos a otros depresivos de los que cuidarnos; eso, en sí mismo, no es malo, si antes hemos podido abrirnos camino por entre nuestra mierda personal. Pero, si no lo logramos… No, no hay una respuesta sencilla, D. Que el que compre se ande con muchísimo cuidado.

Lo acompañé hasta la ranchera.

– Larry, ¿podría la cinta de Sharon tener algo que ver con las investigaciones de Kruse?

– De ningún modo.

– ¿Y qué hay de los papeles de la universidad que vio Gordon?

– Falsos -me contestó-. E ilógicos: aun en esos tiempos, ninguna universidad se hubiese metido en camisas de once varas como ésas. Kruse le debió enseñar algunos papeles fulleros; y Gordon se lo creyó, porque quería creérselo. Además, Kruse nunca usó papeleo para nada… él y el Departamento se mostraban entre sí un sentimiento de mutua apatía. Ellos tomaron la pasta que él les proporcionó, le dieron un laboratorio en el sótano que nadie usaba, y no quisieron nunca saber lo que estaba haciendo. Comparado con todos los otros experimentos fraudulentos que estaban haciendo los psicólogos sociales, su trabajo parecía benigno.

Se detuvo, pareció preocupado:

– ¿Qué infierno era lo que buscaba al filmarla así?

– ¿Quién sabe? Lo único en que puedo pensar es en algún tipo de terapia radical. Trabajando con los pecados de la madre…

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