– Pipí Kruse -exclamó Chantal-. ¡Qué apropiado!
– Él aseguró que formaba parte de su investigación -dijo Gordon-. Nos dijo que una de sus estudiantes había aceptado actuar en una película erótica, como parte de su trabajo del curso.
– ¿Cuándo fue eso?
– En el setenta y cuatro -me contestó-. Hacia octubre o noviembre.
No mucho después de que Sharon empezase sus estudios. El muy bastardo era rápido…
– Se suponía que todo era parte de las investigaciones que ella estaba llevando a cabo -me explicó Gordon-. Veamos: no nacimos ayer, y nos pareció que todo estaba como cogido con pinzas, pero Kruse nos aseguró que todo era claro y legal, nos enseñó papeles aprobados por la universidad. Incluso trajo a Sharon a vernos a casa… Ésa fue la única vez que la vimos. Parecía muy vivaracha, muy a lo Marilyn… hasta en el cabello. Y ella nos confirmó que todo formaba parte de su trabajo.
– Marilyn -dije-, como la Monroe.
– Sí. Ella proyectaba la misma personalidad, inocente pero erótica.
– ¿Era rubia?
– Platino -intervino Chantal-. Como la luz del sol brillando sobre el agua clara.
– La Sharon que nosotros conocimos tenía el cabello negro -comentó Larry.
– Bueno, de eso no sé nada -aceptó Gordon-. Quizá Kruse nos mintiese acerca de quién era ella. Mintió acerca de todo lo demás. Le abrimos nuestra casa, le dimos libre acceso a nuestra colección, y él cambió de bando y lo usó todo para hacerles la rosca a los partidarios de la censura.
– Dio una conferencia para varios grupos religiosos -dijo Chantal, golpeando el suelo con el pie-. Y con toda su sangre fría dijo cosas terribles acerca de nosotros… nos llamó pervertidos, sexistas. Y si hay algún hombre que no sea sexista, ése es Gordie.
Se calmó un poco y añadió:
– No usó nuestros nombres, pero sabíamos que se estaba refiriendo a nosotros.
– Su propia esposa era una estrella del porno -dije-. ¿Cómo explicó esto a los grupos religiosos?
– ¿Suzy? -inquirió Gordon-. Yo no la llamaría una estrella… Tenía un estilo adecuado, pero era estrictamente de segunda fila. Supongo que pudo decirles que la había salvado de una vida de pecado. Pero lo más probable es que nunca tuviese que dar explicaciones: la gente tiene poca memoria. Después de casarse con él, Suzy dejó de trabajar, desapareció del mundo. Probablemente la convirtió en una dócil mujercita de su casa; es de ese tipo de personas, ¿saben? Está obsesionado por el poder.
Esto concordaba con algo que me había dicho Larry en la fiesta. Un adicto del poder.
– Adelante -dijo Gordon. Fue a la parte de atrás de la sala y comenzó a trastear con el equipo de proyección.
– Kruse acaba de ser nombrado Jefe del Departamento de Psicología -dije.
– Escandaloso -exclamó Chantal-. ¿Es que nadie sabe lo que se hace?
– Parece que no -acordé yo.
– Todo a punto -dijo Gordon desde atrás-. Que todo el mundo se ponga cómodo.
Larry y yo nos sentamos en los sillones de los extremos de la primera fila. Chantal se colocó entre nosotros. La habitación se tornó negra, la pantalla de un blanco fantasmal.
– Examen médico -anunció-. Interpretada por la difunta señorita Shawna Blue y el difunto señor Michael Starbuck.
La pantalla se llenó de pelos danzantes, seguidos por parpadeantes números de cuenta atrás. Yo estaba sentado rígido, conteniendo la respiración, y diciéndome a mí mismo que había sido un idiota por venir. Luego flotaron ante mí unas imágenes en blanco y negro y me perdí en ellas.
No había banda sonora, sólo el zumbido de la proyección rompiendo el silencio. Unas letras, que parecían de máquina de escribir, en blanco sobre un granuloso fondo blanco proclamaban:
EXAMEN MÉDICO
INTÉRPRETES:
SHAWNA BLUE
MICKEY STARBUCK
UNA PRODUCCIÓN DE CREATIVE IMAGE ASSOC.
Creative Image. Un nombre en una puerta… los vecinos de Kruse en la oficina de Sunset Boulevard. O sea que, después de todo, no eran vecinos, sino otra de las dos caras del doctor K…
DIRIGIDA POR
PIERRE LE VOYEUR
Una panorámica, temblorosa y saltarina, en blanco y negro, de la sala de consultas de un doctor…, de las de antes, con aparatos esmaltados, camilla de exámenes en madera, cartel de graduación de la vista, visillos en las ventanas, un cuadrado de seis diplomas enmarcados, clavados en la pared.
La puerta se abrió, una mujer entró.
La cámara la persiguió, pasando largo tiempo clavada en el ondular de sus nalgas.
Joven, hermosa y bien dotada, con largo cabello ondeante rubio platino. Llevaba puesto un vestido de punto, ceñido y de mucho escote, que apenas la podía contener.
La película era en blanco y negro, pero yo sabía que el vestido era de color rojo llama.
Un parpadeante primer plano agrandó un bello rostro, que hacía un mohín.
El rostro de Sharon, no cabía duda…, a pesar de la peluca.
Me sentí enfermo y lleno de dolor. Miré a la pantalla como un niño mira a un bicho aplastado.
La cámara se retiró hacia atrás. Sharon hizo un contoneo, se miró en el espejo, se ahuecó el cabello. Luego un rápido zoom: más mohín de los morritos, unos grandes ojos mirando al espectador.
Clavándose en los míos.
Un plano de cuerpo entero, paso a las caderas, una serie de rápidos saltos de la boca a las manos y a los pechos.
Vulgar, lo más barato de lo barato. Pero perversamente mágico: ella había vuelto a la vida, estaba allá arriba, sonriente y llamándome hacia ella…, inmortalmente congelada en luces y sombras. Tuve que reprimir mis deseos de tender las manos para tocarla. De pronto, sentí deseos de arrancarla de la pantalla, de llevarla hacia atrás en el tiempo. De rescatarla.
Me agarré a los brazos del sillón. El corazón me batía en el pecho, llenándome los oídos como el oleaje del invierno.
Se estiró lánguidamente y se lamió los labios. La cámara se acercó tanto, que su lengua pareció alguna especie de gigantesco gusano de mar. Más primerísimos planos: húmedos dientes blancos. Una inclinación hacia delante, a propósito, para mostrar escote. Un paisaje de pezones, parecido a los cráteres de la Luna. Manos acariciándose los pechos, pellizcándolos.
Estaba retorciéndose, exhibiéndose, claramente disfrutando de ser el centro de la atención.
Déjala brillar. Quiero verlo. Verlo todo.
Pensé en los espejos en ángulo, comencé a sudar. Finalmente, concentrándome en los temblores y el incesante zoom pude devolverla a un mundo bidimensional.
Exhalé, cerré los ojos, decidido a mantener un cierto distanciamiento. Pero, antes de que hubiera exhalado totalmente el aliento, algo cayó sobre mi rodilla y se quedó allí: la mano de Chantal. La observé por el rabillo del ojo. Miraba directamente al frente, con la boca ligeramente entreabierta.
No hice nada, esperando que ella no explorase. Dejé que mis ojos volvieran a clavarse en la pantalla.
Sharon estaba llevando a cabo un lento, sinuoso strip-tease, desnudándose hasta quedar con liguero negro, medias de rejilla y zapatos de tacón alto: una parodia de los catálogos de ropa interior sexy; tocándose, inclinándose, masajeándose, actuando para la cámara.
Contemplé moverse sus manos. Las noté.
Pero algo estaba mal. Había algo en las manos… que no estaba bien.
Cuanto más trataba de imaginar qué era, más se me escapaba. Era como un rompecabezas de los difíciles. Dejé de intentarlo, y me dije que ya me vendría.
La cámara se tornó ginecológica, se movió hacia arriba, centímetro a centímetro.
Sharon, ahora en la camilla de exámenes, se acariciaba y miraba la vagina.
La cámara se volvió al pomo de la puerta, mientras éste giraba. Se abrió la misma. Entró un hombre, alto, moreno y de anchas espaldas, llevando una carpeta de clip. Cerca de los cuarenta, con larga bata blanca, lamparilla de frente y estetoscopio.
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