– Y en otoño decidió presentarte a tus verdaderas compañeras silenciosas.
Se envaró. La sonrisa congelada volvió a apoderarse de su rostro.
– Si. Por ese entonces el momento era el correcto.
– ¿Cómo lo montó?
– Me llamó a su consulta, me dijo que había algo que tenía que contarme. Y que sería mejor que me sentase… que podía ser traumático. Pero que definitivamente sería significativo, una experiencia de crecimiento. Luego me hipnotizó, me dio sugerencias para que tuviese una relajación profunda de los músculos, serenidad trascendental. Cuando estuve realmente tranquila, me dijo que yo era una de las personas más afortunadas del mundo, pues tenía una verdadera compañera silenciosa… dos compañeras, en realidad. Que yo era una de tres gemelas. Trillizas.
Se volvió, me miró a la cara, tomó mis dos manos entre las de ella.
– Alex, todo ese sentimiento de no estar completa… el intento de llenar el agujero con Gran Sharon… había sido mi mente subconsciente que no me permitía olvidar, a pesar de la represión. Para él, el hecho de que hubiera podido hablar con Gran Sharon en la terapia era un signo de que yo había llegado a un nivel más alto, de que estaba preparada para ponerme en contacto con mi identidad como un tercio de un total.
– ¿Cómo te hizo sentir el descubrir eso?
– Al principio fue maravilloso. Una oleada de felicidad me sumergió… estaba borracha de alegría. Luego, de repente, todo se tornó oscuro y frío, y las paredes comenzaron a cerrarse sobre mí.
Me echó los brazos alrededor, y me abrazó muy fuerte.
– Era irreal, Alex… increíblemente horrible. Era como si alguien estuviera pisándome el pecho, aplastándome. Estaba segura de que estaba a punto de morir, traté de gritar, pero no lograba producir sonido alguno. Traté de ponerme en pie y me caí al suelo, y empecé a reptar hacia la puerta. Paul me recogió, me abrazó, empezó a hablarme al oído, diciéndome que todo estaba bien, que respirase lenta y profundamente, que hiciese que mi respiración se volviese rítmica, que todo no era más que un ataque de ansiedad. Finalmente lo logré, pero no me sentía normal. Todos mis sentidos estaban como acartonados. Estaba a punto de estallar. Entonces, algo salió de mi interior: un terrible alarido, más fuerte que ningún otro que jamás hubiese lanzado. Era el grito de alguna otra persona, no sonaba a mí. Traté de apartarme de aquello, de sentarme en la silla del terapeuta y contemplar cómo la otra persona gritaba. Pero era yo, y no podía parar. Paul apretó su mano sobre mi boca.
Cuando esto no funcionó, me abofeteó la cara. Con fuerza. Dolió, pero me hizo sentir bien, si es que puedes entenderlo. Me hizo sentir bien el que se cuidasen de mí.
– Lo entiendo.
– Gracias -me dijo, y volvió a besarme.
– ¿Y luego qué?
– Luego me siguió abrazando hasta que me calmé. Me tendió en el suelo, me dejó yacer allí y me puso en una hipnosis más profunda. Después me dijo que abriese los ojos y metió la mano en el bolsillo de su camisa… aún puedo verlo: vestía una camisa roja de seda, y me dio una foto instantánea. De dos niñitas: yo y otra yo. Me dijo que mirase detrás, que había escrito algo allí. Lo hice: S. y S., Compañeras Silenciosas. Me dijo que ése era mi catecismo, mi manta sanadora. Y la foto era mi icono, la había conseguido para mí, para que me la quedase. Cuando sintiese dudas, o estuviese perturbada tenía que zambullirme en ella. Luego me dijo que me zambullese allí mismo, y entonces comenzó a hablarme de la otra chica. Me dijo que se llamaba Sherry. Desde hacia años era su paciente, desde mucho antes de que me conociese a mí. La primera vez que me vio, creyó que yo era ella. El habernos conocido a las dos era un milagro… un karma milagroso… y desde ese momento, el objetivo de su vida había sido reunirnos a ambas en una unidad funcional. En una familia.
– ¿Cuánto tiempo te había tenido oculta la existencia de ella?
– Sólo un corto tiempo. No podía hablarme de Sherry hasta que ella estuviera de acuerdo. Ella era su paciente… todo era confidencial.
– Pero, para lograr que ella diera su aprobación, debió tener que hablarle a ella de ti.
Frunció el ceño, como si estuviese tratando de resolver un difícil acertijo.
– Eso era diferente. La nuestra era una terapia de supervisión… él me veía a mí como a una colega profesional, pensaba que yo podría soportarlo. Tenía que empezar en alguna parte, Alex. A romper el círculo vicioso.
– Naturalmente -acepté-. ¿Y cómo reaccionó ella al saber de ti?
– Al principio se negó a creerle, incluso después de que le mostrase una copia de la foto. Afirmó que se trataba de un truco fotográfico, le costó mucho tiempo el aceptar que yo existía. Paul me dijo que ella había sido criada sin amor, y que tenía problemas para establecer relaciones. Mirando hacia atrás, ahora me doy cuenta de que me estaba advirtiendo, justo desde el principio. Pero yo no estaba en condiciones de considerar una información negativa. Lo único que sabía era que mi vida había cambiado, de un modo mágico. Trillizas, el vaso vacío estaba lleno.
– Dos de tres -le indiqué.
– Si, un instante después caí en eso y le pregunté por mi otra compañera. Me dijo que ya habíamos ido lo bastante lejos, y terminó la sesión, aunque se tomó mucho tiempo para hacerlo. Entonces me sirvió un té de hierbas y una cena ligera, hizo que Suzanne me diera un masaje, me llevó en coche a casa y me dijo que probase mi nueva identidad.
– Tu casa -la interrumpí-. ¿Quién te dio la casa?
– Fue Paul. Me dijo que era una propiedad suya, por alquilar, que nadie la estaba usando de momento, y que quería que yo viviese allí… Que necesitaba un sitio nuevo para mi nueva vida. Que aquel lugar era perfecto para mí, armonioso, en sincronía con mis vibraciones.
– ¿Lo mismo que el coche?
– Mi pequeño Alfa… ¿no era un coche monísimo? Al fin dejó de funcionar el año pasado. Paul me dijo que lo había comprado para Suzanne, pero que ella no conseguía aprender a conducir con palanca de cambio. Me dijo que, después de todo por lo que había pasado, me merecía algo de diversión en mi vida, así que me lo regalaba. Naturalmente, no fue sino hasta después cuando me enteré de que él sólo había sido el transmisor… pero Paul lo puso todo en la misma cesta, así que, de un cierto modo, todo me venia de él.
– Puedo comprender eso -dije-. ¿Y qué te pasó cuando llegaste a casa?
– Estaba exhausta. Las sesiones habían exigido mucho de mí. Me metí en la cama y dormí como un bebé. Pero, por la noche, me desperté bañada en un sudor frío, presa del pánico, teniendo otro ataque de ansiedad. Deseaba llamar a Paul, pero estaba demasiado temblorosa, tanto que ni podía marcar su número en el disco del teléfono. Finalmente, logré volver a la calma controlando mi respiración, pero por ese entonces mi estado de ánimo había cambiado: estaba realmente deprimida, no quería hablar con nadie. Era como caer de cabeza a un pozo sin fondo… caer y caer sin fin. Me metí bajo las sábanas, tratando de escapar. Durante tres días ni me vestí, ni comí, no me levanté de la cama. Me limité a estar allí sentada, mirando a esa foto. Al tercer día fue cuando me encontraste tú. Y cuando te vi, enloquecí. Lo siento, Alex, pero perdí el control.
– No te preocupes -la tranquilicé-. Está olvidado, ya hace mucho. ¿Qué pasó después de que yo me marchase?
– Me quedé tal cual durante un tiempo. Algo más tarde, no estoy segura de cuánto tiempo habría pasado, llegó Paul para ver qué tal me estaba yendo. Me lavó, me vistió y me llevó de vuelta a su casa. Durante una semana no hice otra cosa que relajarme, quedarme en mí…, en una habitación de su casa. Luego tuvimos otra sesión, con hipnosis aún más profunda, y él me contó lo de la separación.
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