– La historia que me contaste acerca de cómo te habías quedado huérfana… el accidente en Mallorca. ¿De dónde salió eso?
– Era una fantasía -afirmó-. Sueños no realizados, supongo.
– ¿Y qué era lo que soñabas?
– Con algo romántico.
– Pero, por lo que me cuentas, la verdadera historia de tus padres ya es bastante romántica. ¿Por qué inventarte otra?
Perdió el color.
– No… no sé qué decirte, Alex. Cuando me preguntaste por la casa, me salió esa historia… brotó de mí, espontáneamente. Pero, ¿acaso importa, después de tantos años?
– ¿Realmente no tienes ni idea de dónde salió esa historia?
– ¿Qué quieres decir?
– Que es idéntica al modo en que murieron los padres de Leland Belding.
Su aspecto se tornó fantasmal.
– No, eso no puede ser… -Luego, de nuevo, la sonrisa congelada-. ¡Qué extraño! Sí, comprendo que te haya intrigado.
Pensó, dándose tirones al lóbulo de la oreja.
– Quizá Jung tenía razón. El inconsciente colectivo…, material genético, transmitiendo imágenes, al tiempo que características físicas. Memorias. Quizá, cuando me lo preguntaste, se puso en marcha mi inconsciente. Y lo estaba recordando a él. Haciéndole un panegírico.
– Quizá -le dije-, pero a mi también se me ocurre otra posibilidad.
– ¿Cuál?
– Que fuera algo que Paul te dijese durante la hipnosis, y luego te sugiriese olvidar. Algo que, de todos modos, hubiera salido al fin a la superficie.
– No, yo… no hubo sugerencias de amnesia.
– ¿Acaso las recordarías si las hubiese habido?
Se puso en pie, apretó los puños, y los mantuvo en tensión a sus costados.
– No, Alex. Él no me hubiera hecho una cosa así. -Pausa-. ¿Y qué, si la hubiera hecho? ¡Sólo lo habría hecho para protegerme!
– Estoy seguro de que tienes razón -la aplaqué-. Perdona el análisis de sofá. Son los gajes del oficio.
Me miró desde lo alto. Tomé su mano, y se relajó.
– Después de todo -proseguí-, él te habló del intento de ahogarte… que es un tema tremendamente emocional.
– Del intento de ahogarme -musitó-. Si, él me habló de eso. Lo recuerdo claramente.
– Y tú me lo contaste a mí. Y a Helen. -Moldeando y transformando la verdad, como quien juega con plastilina.
– Si, claro que lo hice. Vosotros dos erais personas a las que me sentía cercana. Quería que ambos lo supieseis.
Se soltó, fue a sentarse al extremo opuesto de la cama. Asombrada.
– Debió de ser una terrible experiencia, que te fuercen a hundirte bajo el agua, que alguien quiera matarte. Especialmente a esa edad. A esa edad tan temprana, formativa.
Me dio la espalda. Escuché el silencio, al arrítmico siseo y gemido del respirar de Shirlee.
– ¿Alex?
– ¿Si?
– ¿Crees que las mentiras son… una combinación de elementos? -Su voz era vacía, muerta, como la de una víctima de la tortura-. ¿Ficción combinada con verdades reprimidas? ¿Que, cuando mentimos, lo que en realidad estamos haciendo es tomando la verdad y cambiando su contexto temporal… trayéndola desde el pasado hacia el presente?
Le dije:
– Es una teoría interesante. -Y luego-: Si te sientes con ánimos, me gustaría oír cómo os conocisteis, al fin, Sherry y tú.
– Un par de días después de que tío Billy me visitase, vino Paul y me dijo que ella estaba dispuesta.
– De vuelta a su casa…
– Sí. Me llevó a mi habitación y me dijo que meditase, y que me asegurase de dormir bien esa noche. A la mañana siguiente me acompañó abajo, a la sala de estar. Todo estaba preparado, con cojines suaves y la luz tenue. Me dijo que esperase y se marchó. Un momento más tarde volvió a aparecer. Con ella.
»Cuando la vi, una descarga eléctrica me recorrió la espina dorsal. A ella le debía de estar sucediendo lo mismo, porque ambas nos quedamos quietas largo rato, sólo mirándonos. Ella era exactamente igual a mí, a excepción de su cabello, que llevaba teñido rubio platino, y de que vestía ropas sexy. Comenzamos a sonreír… exactamente al mismo instante. Luego empezamos a reír, primero risitas, luego carcajadas, abrimos los brazos de par en par y echamos a correr la una hacia la otra… era como correr hacia un espejo. Unos minutos más tarde ya estábamos hablando como si fuéramos grandes amigas de toda la vida.
»Ella era divertida y dulce…, en nada parecida a lo que me había descrito Paul. Nada de egoísta y malcriada como había implicado tío Billy. Era obvio que no tenía demasiados estudios, lo que me sorprendió, porque sabía que la habían criado en un ambiente de dinero. Pero era brillante. Y era educada en su forma de comportarse: se veía en su postura erguida, en el modo en que cruzaba las piernas. Me dijo que estaba estudiando para ser actriz, que ya había sido la estrella en una película. Le pregunté el título de la misma, pero ella se limitó a echarse a reír y a cambiar de tema. Lo quería saber todo acerca de la escuela de postgraduados, todo acerca de la psico, y me dijo que se sentía orgullosa de que yo fuese a lograr mi doctorado. Realmente nos compenetramos muy bien, descubriendo que nos gustaba el mismo tipo de comidas, que usábamos la misma pasta de dientes, de líquido para enjuagarnos la boca y de desodorante. Fijándonos en pequeños amaneramientos que teníamos en común.
– ¿Como éste? -me tiré del lóbulo.
– No -se echó a reír-. Me temo que eso es sólo mío.
– ¿Te habló de su vida en casa?
– No mucho esa primera vez… realmente, no queríamos hablar de otra cosa más que de nosotras. Y a ella aún no se le había hablado de Joan… Paul había dicho que no estaba preparada para ello. Así que nos concentramos en nosotras dos. Nos quedamos todo el día en aquella habitación. En la primera ocasión en que tuve la impresión de que hubiese en ella algo negativo fue cuando nos adentramos en el tópico de los hombres. Sherry me dijo que se había tirado a montones de hombres, tantos que había perdido la cuenta. Ella me estaba sondeando… deseaba saber si yo lo aprobaba o lo desaprobaba.
»Yo no quería hacer juicios de valor, pero le dije que era una mujer de un solo hombre. Al principio, se negó a creérselo, pero luego me dijo que esperaba que, al menos, fuese un hombre infernalmente bueno. Fue entonces cuando le hablé de ti. Y, por un momento, apareció en sus ojos una mirada que daba miedo: de depredador. Hambrienta. Como si me odiase a mí por amar. Pero luego desapareció, tan rápidamente, que pensé que me la había imaginado. Créeme, Alex, si la hubiera conocido mejor, te hubiese protegido. Protegido a ambos.
– ¿Cuándo empezó a ir mal?
Sus ojos se humedecieron.
– Poco después, aunque en aquel tiempo no me di cuenta. Se suponía que debíamos ir juntas de compras, pero ella no apareció. Cuando regresé a la casa de Paul, éste me dijo que ella había hecho las maletas y se había marchado de la ciudad sin decirle palabra a nadie. Eso era normal en Sherry: no tenía control de sus impulsos. También me dijo que no me preocupase, que yo no tenía la culpa. Finalmente, ella volvió, dos semanas más tarde, en un terrible estado: amoratada, embotada, incapaz de acordarse de nada de lo que le había sucedido, como no fuese que había aparecido en un bar de Reno. Y desde ese momento, eso es lo que siguió sucediendo: entraba y salía. Estados de fuga, abuso de drogas.
– Jana. Tu disertación.
Eso la sobresaltó.
– La leí -le expliqué-. Estaba interesado… en ti. ¿De quién fue la idea?
– Todo empezó casi como una broma. Yo había estado pasando por un mes muy duro con ella… un par de sobredosis, montones de broncas verbales. Y estaba bajo la presión de mis estudios, pues tenía que presentar un tema de discusión, o lograr que el Departamento me concediese un aplazamiento… y ya sería el segundo. Estaba descargándome en Paul, hablándole acerca de lo mucho que ella me frustraba, de lo difícil que me lo estaba poniendo. Y diciéndole que habría sido más fácil para mí el ser su terapeuta que su hermana. Nos reímos de esto, y él me dijo que el ser su terapeuta tampoco era una fiesta. Hablamos acerca de la pérdida de control que surge del tratar con gente como ésta. Y entonces él me dijo que por qué no me colocaba en el rol del terapeuta, como un medio para establecer algún sentido de control en nuestra relación, y que luego lo escribiese todo.
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