Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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– ¡Eso era lo que más la divertía, Alex! ¡El que él jamás sabría la verdad… que durante todo el tiempo pensó que lo estaba haciendo por mí!

Me agarró por la camisa con fuerza y tiró de mí acercándome a ella, a sus pechos.

– ¡Me dijo que eso también me convertía a en una asesina! ¡Que si se miraban bien las cosas, éramos una sola y la misma!

La ayudé a ponerse en pie, y luego la dejé de nuevo en la cama. Se tumbó, se acurrucó en posición fetal, con los ojos muy abiertos, con los brazos aferrando su tronco, como si fuesen las mangas de una camisa de fuerza.

Le di palmaditas, la acaricié, y le dije:

– Ella no eras tú. Tú no eras ella.

Desenroscó sus brazos y me los echó alrededor. Me atrajo hacia abajo, bañó mi cara con besos.

– Gracias, Alex. Gracias por decir eso.

Lenta, suavemente, me fui soltando, aún dándole palmaditas. Y diciéndole:

– Sigue. Sácatelo de dentro… -el viejo método del terapeuta: el dar ánimos.

– Entonces su risa se hizo demente… extraña, histérica -prosiguió-. Y, de repente, dejó de reír en seco, me miró, se miró a sí misma con toda aquella sangre, y empezó a arrancarse la ropa a tirones. Estaba aterrizando violentamente. Dándose cuenta de lo que había hecho: al destruir a Paul, se había destruido a sí misma. El lo era todo para ella, lo más cercano a un padre que jamás había tenido. Lo necesitaba, dependía de él, y ahora había desaparecido y con él su fortaleza, y la culpa la tenía ella. Se desmoronó, justo ante mi vista. Se hizo pedazos. Sollozando… y ahora no era teatro, sino verdaderas lágrimas… Estaba berreando como un bebé indefenso. Suplicándome que lo volviese a traer, diciendo que yo era lista, que yo era una doctora, que yo lo podía hacer.

»Yo podría haberla calmado; del modo en que lo había hecho tantas otras veces. Pero, en lugar de hacerlo, le dije que Paul nunca iba a volver, y que era por culpa de ella. Que iba a tener que pagarlo, que nadie iba a poder protegerla esta vez, ni siquiera el tío Billy. Me miró con una expresión que nunca antes había visto en ella: estaba muerta de miedo. Como una condenada a muerte. Y empezó de nuevo, suplicándome que volviese a traer a Paul. Yo le repetí que estaba muerto. Le dije esa palabra una y otra vez: muerto, muerto, muerto. Trató de aproximarse a mí buscando consuelo, y yo la aparté de un empujón y la abofeteé con fuerza: una vez, dos veces. Se apartó de mí, tropezó, se cayó, rebuscó en su bolso y sacó su petaca de los daiquiris. Bebió, tragando y llorando, dejando que el contenido gotease por su barbilla. Entonces sacó sus pastillas. Las tomó a puñados, tragándoselas a montones. Deteniéndose cada pocos segundos para mirarme… como esperando que se lo impidiese, del modo en que lo había hecho tantas veces antes. Pero no lo hice. Se tambaleó camino de mi dormitorio, aún llevando su bolso… totalmente desnuda, pero sin soltar el bolso. Se la veía tan… patética.

»La seguí hacia dentro. Sacó algo más de su bolso. Una pistola. Una pequeña pistola dorada que nunca antes le había visto. Mi nuevo juguetito, me dijo. ¿Te gusta? Lo he comprado en la jodida Rodeo Drive. Hoy mismo lo he estrenado. Luego me apuntó y curvó el dedo sobre el gatillo. Yo estaba segura de que iba a morir, pero no le supliqué, y me mantuve en calma. La miré directamente a los ojos y le dije: "Adelante, derrama algo más de sangre inocente. Ensúciate más, montón de basura".

»Y entonces su rostro tomó la más rara de las expresiones. Me dijo: "Lo siento, compañera", se puso la pistola en la sien y apretó el gatillo.

Silencio.

– Me quedé allí sentada, mirándola, un buen rato. Mirándola sangrar, viendo cómo se le escapaba el alma. Preguntándome a dónde se dirigiría. Luego llamé a tío Billy, y él se ocupó de todo.

Me dolía el pecho. Me di cuenta de que había estado aguantando la respiración y exhalé.

Ella siguió allí echada, tranquilizándose gradualmente, poniendo expresión soñadora.

– Y eso es todo lo que hay, cariño. Es un final. Y un principio. Para nosotros.

Se sentó, se arregló el cabello, se soltó el botón de arriba de su vestido y se inclinó hacia delante.

– Ahora estoy limpia. Libre. Dispuesta para ti, Alex. Dispuesta a dártelo todo, a entregarme en un modo en que nunca me he entregado a nadie. ¡He esperado tanto a que llegase este momento, Alex! Nunca pensé que realmente fuera a llegar por fin.

Tendió los brazos hacia mí.

Ahora era mi turno de levantarme y pasear.

– Uff -dije-. Es mucho sobre lo que reflexionar.

– Sé cómo es eso, cariño, pero tenemos tiempo. Todo el tiempo del mundo. Finalmente estoy libre.

– Libre -le dije-. Y rica. Nunca pensé en mí como en un hombre mantenido.

– Oh, pero no lo serías. En realidad, no soy ninguna heredera: el testamento del señor Belding dice que la totalidad del dinero se queda en la empresa.

– A pesar de todo -le dije-, con el tío Billy administrándolo todo… y sintiendo lo que siente por ti, seguro que tu vida será bastante lujosa.

– No tiene que serlo. No necesito eso. El dinero nunca fue importante para mí… no por sí mismo, ni por las cosas que pueden comprarse con él. A ella sí que le importaba. Cuando averiguó quién era, le dio un ataque, empezó a gritarle a tío Billy, le acusó de haberle robado y le amenazó con llevarlo a los tribunales. ¡Tanta avaricia… si ya tenía mucho más de lo que necesitaba! Incluso trató de convencerme a mí para que me uniese a ella, pero me negué. Eso la enfadó no sabes cómo.

– ¿Y cumplió con su amenaza?

– No, tío Billy logró calmarla.

– ¿Cómo?

– No tengo ni idea. Pero no hablemos más de ella. Ni del dinero. De nada negativo. Estoy aquí, contigo. En este lugar maravilloso en el que nadie puede hallarnos, o ensuciarnos. Tú, yo y Shirlee. Seremos una familia, estaremos siempre juntos.

Vino hacia mí, con los labios abiertos para un beso.

La retuve con los brazos extendidos.

– No es tan simple, Sharon.

Sus ojos se agrandaron.

– No… no lo entiendo.

– Hay problemas. Cosas que no tienen sentido.

– Alex -lágrimas-. Por favor, no juegues conmigo, no después de lo que he tenido que soportar.

Trató de apretarse contra mí. La retuve.

– ¡Oh, Alex, por favor no me hagas esto! ¡Quiero tocarte, quiero que me estreches entre tus brazos!

– El que Sherry matase a Kruse… -le dije-. No debió ser por la fiesta, aunque ésta pudo ser la gota que colma el vaso; pero debía de haberlo estado planeando, pagándole a D. J. Rasmussen desde al menos dos semanas antes del asesinato. Miles de dólares. Poniéndolo a punto para el gran trabajo.

Jadeó, hizo marcha atrás en sus movimientos, tratando de liberarse de mis manos. Seguí aferrándola.

– ¡No! -dijo-. ¡No, no lo creo! ¡Por muy mala que ella fuese, eso no es cierto!

– Es cierto ya lo creo. Y tú lo sabes mejor que nadie.

– ¿Qué es lo que quieres decir? -Y, de repente su rostro, aquel rostro perfecto, fue realmente feo.

Feo por la ira. Fracaso enfático…

– Lo que quiero decir es que tú lo montaste todo. Plantaste las semillas. Le mandaste a ella una disertación que habías hecho hacía seis años, y le confirmaste sus peores ansiedades.

Sus ojos se desorbitaron.

– ¡Vete al infierno!

Se debatió, tratando de liberarse.

– Sabes que es cierto, Sharon.

– ¡Claro que no es cierto! Ella no leía nada. Era estúpida… ¡a la muy estúpida no le gustaban los libros! ¡Y tú también eres un estúpido, sólo por decir una cosa así!

– Ése es un libro con el que hubiera peleado, hasta leerlo entero. Porque tú la habías estado preparando para esa lectura…, usando las mismas técnicas que Kruse empleaba contigo. Manipulaciones verbales, sugestiones hipnóticas. Cosas que le sugerías mientras estaba hipnotizada y que luego le ordenabas olvidar… cosas acerca de Kruse y de ti, y de cómo él te quería más que a ella. Sherry era un caso límite desde el principio, pero tú la empujaste más allá del límite. Y lo triste es que tú ya lo habías pasado, antes que ella.

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