Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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– Trabajaban para nosotros… para Billy.

– ¿Dónde?

– En Palm Beach. Haciendo camas. Lavando.

– ¿De dónde habían salido?

– De un lugar, cerca de los Everglades. Un amigo nuestro, un doctor muy bueno, tomaba a los débiles mentales, les enseñaba a realizar un trabajo honesto, a ser unos buenos ciudadanos. ¿Sabe?, entrenados de un modo adecuado, se convierten en los mejores trabajadores que se pueda encontrar.

Todo lavado y fregado… las ropas perfectamente plegadas, las camas hechas a la perfección… Como si alguien les hubiera entrenado, hacía tiempo, en lo más básico.

Viviendo cerca de los pantanos. Todo ese barro. Debieron de encontrarse bien en su terreno. Sopa verde.

– El doctor y Henry eran compañeros de partidas de golf -continuó ella-. Henry siempre tenía cuidado de contratar a los imbéciles de Freddy, del doctor, para que hicieran los trabajos en la propiedad, para recoger frutas y cosas así. Creía que teníamos la responsabilidad cívica de ayudar.

– Y usted les ayudó aún más, cuando les dio a Sharon.

No captó el sarcasmo y se quedó con la racionalización.

– ¡Sí! Yo sabía que ellos no podían tener hijos. A Shirlee la habían… ajustado. Freddy hacía que los ajustasen a todos, por su propio bien. Billy me dijo que íbamos a darles el mayor de los regalos que nadie pudiera hacerles, al tiempo que también nosotros resolvíamos nuestro problema.

– Todo el mundo salía ganando.

– Sí. Exactamente.

– Pero, ¿ por qué había que hacer aquello? ¿Por qué no mantener a Sharon en casa, y mandar a Sherry a algún lugar, a que la sometiesen a un tratamiento?

Su respuesta sonaba a ensayada.

– Sherry me necesitaba más. Ella era la realmente necesitada…, y el tiempo me dio la razón en esto.

Dos descendientes en el Libro Azul, de 1954 a 1957. Después, sólo una.

Mis suposiciones se convertían en realidad, por fin, las piezas iban acoplándose. Pero esto lo que hacía era ponerme malo, como cuando le dan a uno la confirmación de un diagnóstico grave. Me aflojé la corbata, apreté la mandíbula.

– ¿Qué fue lo que les dijo a sus amistades?

No hubo respuesta.

– ¿Que había muerto?

– Neumonía.

– ¿Hubo un funeral?

Negó con la cabeza.

– Hicimos saber que deseábamos que las cosas quedasen en familia. Nuestros deseos fueron respetados: en lugar de flores, pedimos donativos a la Planificación Familiar…, recogieron miles de dólares.

– Más vencedores -comenté. Noté ganas de meterle algo de entendimiento en la cabeza, aunque fuese a la fuerza. Pero, en lugar de hacerlo, me coloqué la careta de terapeuta, haciendo como si ella fuese una paciente mía. Me dije que debía de ser comprensivo, que no tenía que juzgarla.

Pero, aun cuando sonreía, el horror permanecía conmigo. En su mínima expresión, aquello era otro sórdido caso más de abusos a un niño, de la psicopatología alimentando la crueldad: una mujer débil y dependiente, que odiaba su debilidad y proyectaba ese odio sobre la niña a la que también veía como débil. Y que consideraba la brutalidad de la otra niña como fuerza.

Que envidiaba esa fuerza, y la alimentaba.

De un modo u otro, Sherry iba a triunfar.

Echó la cabeza hacia atrás, tratando de sorber nutrición de un vaso vacío. Yo estaba congelado por la rabia, y notaba un helor en mis huesos.

Aun a través de la neblina de la intoxicación etílica, fue capaz de captar mi estado de ánimo. Alcé el mezclador y ella levantó un brazo, como dispuesta a parar un golpe.

Negué con la cabeza, le serví más martini.

– ¿Qué es lo que esperaba usted conseguir?

– La paz -me dijo, apenas si audible-. La estabilidad, la tranquilidad. Para todos.

– ¿La consiguió?

No hubo respuesta.

– No me sorprende -le dije-. Las chicas se amaban la una a la otra, se necesitaban la una a la otra. Compartían un mundo propio que ellas mismas habían creado. Al separarlas, usted destruyó ese mundo. Sherry debió de ponerse peor. Mucho peor.

Miró hacia abajo, y dijo:

– Se la quitó de la cabeza.

– Y usted, ¿cómo arregló aquello?

– ¿Qué quiere decir?

– Le hablo del modo en que usted realizó la transferencia de Sharon. ¿En qué modo la hizo?

– Sharon conocía a Shirlee y a Jasper… habían jugado con ella, habían sido buenos con ella. Le gustaban. La alegró irse con ellos.

– ¿Irse a dónde?

– De compras.

– En un viaje que nunca acabó.

El brazo volvió a alzarse en defensa.

– ¡Ella era feliz! ¡Mejor estaba lejos, donde no la estuvieran pegando constantemente!

– ¿Y qué hay de Sherry? ¿Qué explicación le dio a ella?

– Yo… le dije que Sharon había… -sumergió el resto de la frase en vodka.

Yo la acabé:

– ¿Le dijo que Sharon había muerto?

– Que había sufrido un accidente y ya no iba a volver.

– ¿Qué clase de accidente?

– Simplemente, un accidente.

– A la edad de Sherry, debió de suponer que había sido a causa del accidente en la piscina… que ella había asesinado a su hermana.

– No… es imposible. ¡Ridículo! ¡Había visto a Sharon sobrevivir al incidente, esto fue días después!

– A esa edad, nada de eso hubiera supuesto una diferencia para la pequeña.

– ¡Oh, no… usted no puede acusarme de…! ¡No! ¡No le hice…, punca le hubiera hecho nada tan cruel a Sherry!

– Pero ella seguía preguntando por Sharon, ¿no es así?

– Durante un tiempo. Luego dejó de hacerlo: se la quitó de la cabeza.

– ¿Y también dejó de tener pesadillas?

Su expresión me dijo que todos esos años que yo había pasado estudiando no habían sido en vano.

– No, esas… Si lo sabe usted todo, ¿por qué me está haciendo pasar por esto?

– Le diré otra cosa que también sé: después de que Sharon se hubo ido, Sherry se quedó aterrada… a los tres años, el miedo primario es la ansiedad de la separación. Y su miedo fue en aumento. Comenzó a echarlo hacia fuera, a mostrarse más violenta. Empezó a atacarla a usted.

Otra suposición correcta:

– ¡Sí! -exclamó, ansiosa de ser la víctima-. Tenía las rabietas más terribles que yo jamás haya visto. Eran más que rabietas… eran ataques de nervios… como de un animal salvaje. No me dejaba que la tuviese en brazos, me daba patadas, me mordía, me escupía, rompía cosas… Un día entró en mi dormitorio y, deliberadamente, destruyó mi vasija favorita de la dinastía Tang. Justo ante mis narices. Y cuando la regañé, tomó unas tijeras de manicura y me las clavó en un brazo… ¡Tuvieron de darme varios puntos!

– ¿Y qué es lo que hizo usted respecto a este problema?

– Comencé a pensar más seriamente acerca de sus orígenes, de su… biología. Le pregunté a Billy, y me dijo que su linaje no era… selecto. Pero me negué a dejarme descorazonar por esto, e hice del mejorarla mi principal proyecto. Pensé que un cambio de ambiente podría ayudar. Así que cerré esta casa y me la llevé conmigo de vuelta a Palm Beach. La casa que tengo allí es… tranquila. Palmeras raras, unos encantadores y grandes ventanales… es uno de los mejores edificios que hizo Addison Mizner. Pensé que el ambiente… el ritmo de las olas del mar… la calmarían.

– Y habría unos tres millares de kilómetros entre ella y Willow Glen -comenté.

– ¡No! Eso no tuvo nada que ver con mi decisión. Sharon ya había salido de su vida.

– ¿Lo había hecho?

Me miró. Empezó a llorar, pero sin lágrimas, como si ella fuese un pozo seco del que ya nada se pudiera sacar.

– Hice lo mejor que supe -dijo finalmente, con voz estrangulada-. La mandé a la mejor escuela primaria… a la mejor. Yo misma había ido a ella. Le daban lecciones de baile, de equitación, clases de comportamiento social, tenían excursiones en barca, hacían bailes para los niños. Pero no sirvió de nada. No se portaba bien cuando estaba con otros niños, y la gente empezó a hablar. Decidí que necesitaba más de mi atención personal, y me dediqué por completo a ella. Nos fuimos a Europa.

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