Eso me hizo tropezar en los pequeños escalones del porche. Sholto me sujetó.
– ¿Estás bien?
Asentí con la cabeza. Podía preguntárselo a Sholto, pero si la respuesta era sí, no quería saberlo, y sin importar si era sí o no, era una pregunta ofensiva. ¿Cómo le preguntas a un hombre al que supuestamente amas y que es el padre de tu hijo si practica de vez en cuando el canibalismo?
– Te da miedo preguntar -susurró Royal en mi hombro como uno de esos demonios de caricatura.
Eso me hizo apoyarme contra Sholto y susurrar justo al otro lado de la puerta…
– ¿Los sluagh todavía cazan a los semiduendes?
Él frunció el ceño y entonces negó con la cabeza. Miró a Royal, que ahora intentaba esconderse entre mi pelo.
– No cazamos a los pequeños como comida, pero a veces son muy irritantes y tenemos que limpiar nuestro sithen de ellos. Cómo limpia mi gente nuestra casa es asunto de ellos. No los tolero en mi reino, porque tiene razón en una cosa, acabas olvidando que están allí, y yo no tolero a los espías.
Royal se deslizó completamente detrás de mi cuello rodeándolo con sus brazos y sus piernas, sujetándose como si mi cuello fuera el tronco de un árbol.
– Escóndete todo lo que quieras, Royal, pero no se me olvidará que estás aquí -dijo Sholto.
Podía sentir el corazón de Royal golpeando pesadamente contra mi columna vertebral. Estaba a punto de sentir simpatía por él, pero entonces noté cómo ponía un beso contra la parte posterior de mi cuello. Puede ser un lugar muy erótico, y mientras él dejaba caer suaves besos contra mi piel, noté esa reacción completamente involuntaria en la parte baja de mi cuerpo. Le hice salir de ahí.
ESTABA EN EL DORMITORIO CAMBIÁNDOME DE ROPA PARA LA cena cuando se oyó un golpe en la puerta.
– ¿Quién es?
– Kitto.
Sólo llevaba puesto el sujetador marrón oscuro adornado de encaje, la falda, las medias y los tacones, pero él estaba en la lista de las personas de las que no tenía que esconderme. Sonreí y dije…
– Adelante.
Echó una ojeada alrededor del cuarto mientras abría la puerta, como si no estuviera seguro de ser bienvenido. Yo había logrado tener algunos minutos a solas y él sabía que yo apreciaba mis raros momentos de privacidad, pero hacía ya dos días que no le veía, casi tres, y le había echado de menos. Y en cuanto vi sus rizos negros y sus enormes ojos almendrados de un intenso color azul, sonreí con ganas. Mirarle a los ojos era como mirar una de esas piscinas perfectas que salpicaban el barrio. Sus negras pupilas ovaladas no le restaban belleza a mis ojos. Eran simplemente los ojos de Kitto, y amaba toda su cara, la delicada estructura ósea de ese rostro triangular. Era el más delicado de todos mis hombres. Medía algo más del metro veinte, unos treinta y cinco centímetros menos que yo, pero era un metro veinte de hombros anchos, cintura estrecha, culo firme, y todo lo que se necesitaba para ser masculino, simplemente contenido en un perfecto paquete en miniatura. Llevaba tejanos de diseño y una camiseta ceñida que resaltaba los nuevos músculos que las pesas le habían proporcionado. Doyle obligaba a todos los hombres a hacer ejercicio.
Mi cara debió reflejar lo contenta que estaba de verle, porque me devolvió la sonrisa y corrió hacia mí. Era uno de los pocos hombres en mi vida que no intentaba ser genial, o estar al mando, ni siquiera se preocupaba por ser viril. Él solamente quería estar conmigo y no intentaba esconderlo. No había juegos con Kitto, ninguna intención oculta. Simplemente amaba estar conmigo, de esa forma en que la mayor parte de las personas supera con la edad, pero ya que él había nacido antes de que Roma se convirtiera en una gran ciudad, nunca superaría con la edad el entusiasmo infantil que tenía por la vida, y yo le amaba por eso, también.
Apenas tuve un momento para afirmarme sobre mis pies antes de que se precipitara sobre mí, encaramándose como un mono y rodeándome con sus piernas la cintura, sus brazos abrazándome con fuerza, y simplemente pareció natural que le besara. Me encantaba poder sujetarle como los otros hombres me sujetaban a mí. Dejé que nuestro peso combinado nos hiciera retroceder hasta la cama, dejándome caer sentada sobre ella mientras nos besábamos.
Fui con precaución cuando deslicé la lengua entre sus dientes, porque tenía un par de colmillos retráctiles escondidos cuidadosamente contra el paladar y no estaban simplemente como adorno. Su lengua era más fina que las lenguas humanas, roja y con la punta negra. Esa lengua, sus ojos y la fina línea de escamas irisadas que le bajaba por la espalda, señalaban que era en parte un Trasgo Serpiente. Había sido el producto de una violación. Su madre sidhe nunca le había reconocido, dejándole abandonado junto al sithen de los trasgos, sabiendo que en aquella época los sidhe eran todavía considerados por los trasgos como un alimento. Ella no le había dejado allí para que le salvara la gente de su padre. Le había dejado allí para que le mataran.
Kitto era también el menos dominante de mis hombres, así que sabía que tenía que ser yo la que le sacara la camiseta fuera del cinturón y dejar que mis manos acariciaran la suave frescura de las escamas que trazaban su columna vertebral. Pero al momento de desabrochar algunas de sus prendas de vestir, sus manos pequeñas y fuertes se deslizaron por la parte posterior de mi falda acunando mi trasero y buscando el borde de las bragas marrón oscuro con adornos de encaje que hacían juego con el sujetador.
Tiré de su camiseta y él levantó los brazos para que pudiera acabar de sacársela y dejarla caer al suelo. Ahora estaba desnudo de la cintura para arriba, todavía sentado en mi regazo. Me gustaban sus nuevos músculos y también su ligero bronceado, un leve tono moreno sobre toda esa palidez. Los trasgos no se bronceaban, pero los sidhe sí lo podían hacer a veces, y cuando él descubrió que podía ponerse moreno había comenzado a tomar el sol en la piscina.
– Eres hermoso -le dije.
Él negó con la cabeza.
– No, estando sentado tan cerca de ti, no lo soy. -Sus manos empezaron a desabrochar un botón de mi falda, y entonces vaciló. Me di cuenta, y desabroché el cinturón de sus pantalones para que él se sintiera en libertad de desabrocharme los botones y abrir la cremallera. Empezó a bajarme la falda y luego volvió a vacilar. Podía ver su avidez por quitarme la falda, pero yo tendría que cooperar recostándome en la cama para que él pudiera deslizarla por mis caderas. Él todavía llevaba puestos los pantalones y, entre los trasgos, el que se desvestía primero era el sumiso, y eso significaba mucho más entre los trasgos que en una relación BDSM [25]entre humanos.
Desabroché el botón de sus tejanos, y empecé con la cremallera. Él se incorporó de rodillas, a horcajadas sobre mis muslos, para que yo pudiera bajar la cremallera; ahora podía echarme en la cama y dejar que me bajara la falda, deslizándola por mis caderas y piernas, y quedarme mirándole, llevando sólo la ropa interior, medias y tacones.
Él me contempló y su cara decía mejor que mil palabras lo bella que me encontraba.
– Nunca soñé que tendría permiso para ver así a una princesa sidhe, y saber que puedo hacer esto -dijo, mientras acariciaba mis pechos, allí donde el sujetador se encontraba con la blancura de mi carne. Me hizo contener el aliento. Él sonrió, y su mano bajó por el frente del sujetador hasta encontrar un pezón, y tomándolo entre dos dedos, lo hizo rodar, pellizcándolo con suavidad, hasta que dejé escapar un pequeño ruido feliz para él.
Él siguió sonriendo mientras dirigía las manos hacia sus pantalones abiertos, entonces vaciló de nuevo. Esta vez le ayudé diciendo…
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