Allí, en brazos de Rhys, con Doyle y Frost subiendo detrás de nosotros, no envidiaba a nadie. ¿Cómo podría querer cambiar algo de mí, cuando tenía a tantas personas que me amaban?
Hafwyn llevaba puesto un fino vestido blanco, más sencillo que el mío, parecido a la ropa interior que ellas utilizaban bajo las vestiduras, pero la sencillez de la tela no podía esconder su belleza. La belleza de los sidhe me recordaba con frecuencia que una vez fuimos adorados como dioses. Y sólo en parte se debía a la magia. Los humanos tienden a adorar o a injuriar la belleza.
Ella se dejó caer en una reverencia cuando llegó a mi lado. Casi había conseguido que los nuevos guardias abandonaran la costumbre de hacer esas demostraciones públicas, pero era difícil romper hábitos que tenían más de un siglo.
– ¿Necesitas de mis poderes de sanación, mi señora?
– Estoy ilesa -contesté.
Ella era uno de los pocos y verdaderos sanadores que habían abandonado el mundo feérico. Podía colocar las manos sobre una herida o enfermedad y simplemente su magia hacía que se desvaneciera. Fuera del mundo de las hadas sus poderes habían disminuido, al igual que muchos de nuestros poderes que eran menos intensos en el mundo humano.
– La Diosa sea alabada -dijo ella, mientras rozaba mi brazo, apoyado contra el cuerpo de Rhys. Yo había notado que cuanto más tiempo llevábamos fuera de las cortes más sensibles se mostraban las guardias. En el sithen, se consideraba que tocar a alguien cuando estabas inquieto o angustiado era algo característico de un duende menor. Se suponía que nosotros, los sidhe, no nos rebajábamos a hacer tales gestos para consolarnos, pero yo nunca había pensado que el roce o la caricia de un amigo fuera un gesto mezquino. Valoraba a aquéllos que encontraban fuerzas para tocarme, o que me ofrecían la paz con su contacto.
Su roce fue breve, porque la Reina del Aire y la Oscuridad, mi tía, se habría reído de ella por esa necesidad, o habría convertido ese gesto amable en algo sexual o amenazador. Según ella, todas las debilidades debían ser explotadas y toda bondad, extirpada.
Galen salió de la casa, llevando puesto todavía un delantal completamente blanco y muy al estilo de un chef televisivo, muy diferente de los otros delantales transparentes que teníamos en la casa. Los solía llevar puestos sin llevar debajo una camisa, porque sabía que disfrutaba mirándole. Pero se había aficionado a un canal de cocina y ahora teníamos delantales más útiles. Debajo del delantal llevaba una camiseta sin mangas de un verde oscuro y unas bermudas. La camiseta resaltaba el leve matiz verde de su piel y su corto pelo rizado. La única concesión al pelo largo, que los otros hombres sidhe en la Corte Oscura solían llevar, era una larga y fina trenza que le caía hasta las rodillas. Era el único sidhe que yo conocía, que voluntariamente se había cortado el pelo tan corto.
Rhys me dejó ir para que pudiera ser abrazada por el fibroso cuerpo de metro ochenta de Galen. De repente, me encontré en el aire mientras él me cogía en brazos. Sus ojos verdes parecían preocupados.
– Encendimos la tele hace sólo un momento. Toda esa luna; podrías haber resultado herida.
Toqué su cara, tratando de alisar las líneas de preocupación que nunca dejarían huellas en su piel perfecta. En cierta forma, los sidhes envejecen, aunque no parecen realmente viejos. Pero es que las cosas inmortales no se hacen viejas, ¿verdad?
Me estiré buscando un beso, y él se inclinó para ayudarme a alcanzarle. Nos besamos y había magia en el beso de Galen como también fue mágico el toque de Rhys, pero mientras que el contacto del otro hombre fue profundo y casi eléctrico, como el ronroneo de un motor distante, la energía de Galen se parecía más a un suave viento de primavera acariciando mi piel. Su beso llenó mi mente del perfume de las flores, y esa primera calidez que llega cuando la nieve se ha fundido finalmente y la tierra despierta una vez más. Todo eso había vertido sobre mi piel con su beso. Me separé de él, sorprendida y con los ojos muy abiertos, luchando por recobrar la respiración.
Él pareció avergonzado.
– Lo siento, Merry, es que estaba tan preocupado, y tan feliz de verte a salvo…
Le miré fijamente a los ojos y encontré que eran del mismo y encantador color verde de siempre. Galen no daba tantas pistas como el resto de nosotros hacía cuando su magia afloraba en él, pero ese beso me dijo, con mucha más claridad que ninguna pupila iridiscente o una piel brillante, que su magia estaba muy cerca de la superficie. Si hubiéramos estado dentro de un sithen podría haber habido flores creciendo bajo sus pies, pero el camino asfaltado seguía inalterable bajo nosotros. La tecnología artificial era resistente a nuestra magia.
Nos llegó la voz de un hombre desde dentro…
– Galen, algo de aquí va a rebosar. ¡Y no sé cómo pararlo!
Galen se volvió sonriendo hacia la casa, conmigo todavía en sus brazos.
– Vamos a salvar la cocina antes de que Amatheon y Adair le prendan fuego.
– ¿Los dejaste a cargo de la comida? -pregunté.
Él asintió feliz mientras comenzaba a caminar hacia la puerta todavía abierta. Me llevaba con facilidad, como si pudiera andar conmigo en sus brazos para siempre y sin cansarse nunca. Quizás pudiera.
Doyle y Frost nos alcanzaron paseando a nuestro lado, y Rhys al otro. Doyle preguntó…
– ¿Cómo conseguiste que te ayudaran a cocinar?
Galen les dirigió esa sonrisa que hacía que todo el mundo quisiera devolvérsela. Ni siquiera Doyle era inmune a su encanto, porque sonrió haciendo resaltar sus blancos dientes en su oscura cara, respondiendo a la absoluta buena voluntad de Galen.
– Pregunté -contestó.
– ¿Y ellos sólo estuvieron de acuerdo? -preguntó Frost.
Él asintió.
– Tendrías que haber visto a Ivi pelando patatas -comentó Rhys. -La reina tenía que amenazarlo con la tortura para conseguir que lo hiciera.
Todos nosotros, excepto Galen, le miramos.
– ¿Estás diciendo que simplemente Galen les preguntó y ellos estuvieron de acuerdo? -inquirió Doyle.
– Sí -contestó Rhys.
Todos nosotros intercambiamos una mirada. Me pregunté si ellos pensaban lo mismo que estaba pensando yo, que por lo menos un poco de nuestra magia funcionaba bien fuera del mundo feérico. De hecho, Galen parecía volverse más fuerte. Era casi tan interesante y sorprendente como lo demás que había pasado hoy, porque tan imposible era que un duende hubiera sido asesinado de la forma en que había aparecido muerto, como que la magia sidhe se hiciera más fuerte fuera del mundo de las hadas.
Dos cosas imposibles en un mismo día, habría dicho que era como en Alicia en el País de las Maravillas, pero su País de las Maravillas era el Mundo de las hadas, y ninguno de los “imposibles” de Alicia sobrevivía a su vuelta al mundo real. Nuestros “imposibles” estaban en el extremo equivocado de la madriguera del conejo. Curiouser and curiouser [13], pensé, citando a la niña que consiguió ir a la tierra de los cuentos de hadas dos veces, y volver a su casa de una pieza. Éste era uno de los motivos del por qué nadie pensó que las aventuras de Alicia fueran reales. El mundo de las hadas no da segundas oportunidades. Pero tal vez el mundo exterior fuera un poco más indulgente. Quizás tienes que estar en algún sitio que no esté lleno de demasiadas cosas inmortales para tener la esperanza de una segunda oportunidad. Pero dado que Galen y yo éramos los dos únicos sidhe exiliados que nunca habíamos sido adorados en el mundo humano, quizás esto no era una segunda, sino una primera oportunidad. La cuestión era… ¿una oportunidad para hacer qué? Porque si él podía convencer a un sidhe para que fuera más manejable, los humanos no tendrían ni una posibilidad.
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