– Excelente. Es bueno saber que entre los pasajeros hay alguien capaz de reconocer el mapa orbe y trazar el recorrido para llegar a tierra desde este mar tempestuoso.
Así animó Fidelma al joven, engatusándolo y mitigando su hostilidad inicial por la intrusión. Advirtió que de vez en cuando se llevaba la mano derecha al brazo contrario y lo apretaba. Distinguió una mancha oscura en la manga.
– Parece que os hayáis hecho daño en el brazo -le preguntó con interés-. ¿Os habéis cortado? ¿Queréis que lo examine?
El joven monje se ruborizó y volvió a fruncir el ceño.
– No es nada. Es sólo un arañazo -respondió para volver a guardar silencio.
Fidelma insistió.
– ¿Qué os decidió a emprender este peregrinaje, hermano Guss?
– Cummian.
– ¿Queréis decir que Cummian os animó a emprenderlo?
– Cummian había peregrinado al Santo Sepulcro de Santiago, y me recomendó que hiciera el viaje porque me convendría para mi educación.
– Ver mundo -supuso Fidelma.
El joven movió la cabeza con un gesto condescendiente.
– No, para ver las estrellas.
Fidelma se paró a pensar un momento antes de entender a qué se refería.
– ¿El Santo Sepulcro de Santiago del Campo de Estrellas?
– Cummian dice que si una noche clara miras al cielo desde el santo lugar puedes localizar el Camino de la Vaca Blanca, que se curva directamente sobre los reinos de Éireann. Cuentan que hace miles de años nuestros antepasados siguieron el Camino de la Vaca Blanca hasta llegar a las costas de la tierra donde se establecieron -explicaba el joven subiendo el tono con entusiasmo.
Fidelma sabía que el Camino de la Vaca Blanca recibía muchos nombres: en latín lo llamaban Circulus Lacteus, la Vía Láctea.
– Por eso el lugar se llama Campo de Estrellas, porque las estrellas se ven con mucha claridad -añadió el muchacho.
– ¿Así que fue Cummian quien sugirió que te embarcaras en este peregrinaje?
– Cuando sor Canair anunció que lo estaba organizando, Cummian lo dispuso todo para que yo pudiera acompañarla.
– ¿Y ya conocíais a sor Canair?
Guss negó con la cabeza.
– No, hasta que el Venerable Cummian me la presentó. Los alumnos de ciencias de los astros no nos mezclamos con otros sectores de la comunidad.
– De modo que no conocíais a nadie del grupo de peregrinos.
El hermano Guss arrugó el ceño.
– No conocía al hermano Cian, ni a Dathal ni a Adamrae; ni siquiera al hermano Tola. Eran todos de Bangor. A otros los conocía de vista.
– ¿A sor Crella, por ejemplo?
Puso un gesto repentino de antipatía.
– A Crella, sí que la conozco.
Fidelma se inclinó hacia delante.
– Y no os cae muy bien.
Guss se puso en guardia de pronto.
– No puedo decir que me caiga bien o mal.
– Pero a vos no os cae bien -repitió Fidelma-. ¿Por alguna razón en particular?
Guss se encogió de hombros sin decir nada.
Fidelma probó otra táctica.
– ¿Conocíais bien a sor Muirgel?
El hermano Guss parpadeó varias veces, y volvió a ponerse en guardia.
– Coincidí con ella unas cuantas veces en la abadía antes de que anunciaran la peregrinación -explicó con cierta tirantez en la voz.
Fidelma decidió aventurar una interpretación.
– ¿Os gustaba Muirgel?
– No lo negaré -dijo en voz baja.
– ¿Sentíais algo más que simple simpatía por ella?
El joven apretó con fuerza la mandíbula. Miró a Fidelma a los ojos como si vacilara en qué responder.
– He dicho que… me gustaba -se quejó.
Fidelma se enderezó para sopesar qué pasaba por la mente del hermano Guss.
– Bueno, no hay nada malo en eso -señaló-. ¿Y ella qué opinaba?
– Ella me correspondía -susurró.
– Lo lamento -dijo Fidelma y puso instintivamente una mano sobre el brazo del joven-. He sido una impertinente. Veréis, el capitán me ha encargado una investigación sobre las circunstancias de su muerte. Por eso debo hacer estas preguntas. Lo comprendéis, ¿verdad?
– ¿Las circunstancias de su muerte? -preguntó el joven soltando una risa dura e inarmónica como un ladrido-. Yo os hablaré de las circunstancias de su muerte. ¡La mataron!
Fidelma miró fijamente al rostro iracundo del joven y luego dijo con delicadeza:
– ¿No aceptáis que simplemente un golpe de mar se la llevó por la borda? ¿Y qué pensáis que le sucedió en realidad, hermano Guss?
– ¡No lo sé! -exclamó, y la respuesta fue acaso demasiado inmediata.
– ¿Y qué motivos podía tener alguien para matarla?
– Celos, quizás.
– ¿Quién tenía celos? ¿Quién habría querido matarla? -quiso saber Fidelma.
Entonces le vino a la mente la acusación de sor Crella contra el hermano Bairne durante el funeral. «Te concomían los celos», eso había dicho. Fidelma se inclinó hacia delante.
– ¿Era el hermano Bairne, quien tenía celos?
El hermano Guss quedó desconcertado.
– ¿Bairne? Sí, Bairne tenía celos, desde luego. Pero Crella fue quien la mató.
Fidelma no esperaba aquella respuesta y la hizo guardar silencio un momento.
– ¿Tenéis alguna prueba de ello? -preguntó en voz baja.
El joven dudó y luego negó firmemente con la cabeza.
– Sólo sé que Crella es la responsable, nada más.
– Más vale que me contéis toda la historia. ¿Cuándo conocisteis a sor Muirgel? ¿Qué relación manteníais exactamente con ella?
– Me enamoré de ella cuando vino a la abadía. Al principio apenas me tuvo en cuenta. Prefería a hombres mayores que yo. Ya me entendéis: a hombres como el hermano Cian. Él era mayor. Y había sido guerrero. Él le gustaba de verdad.
– ¿Y a él le gustaba ella?
– Al principio Muirgel solía frecuentarlo mucho.
– ¿Tuvieron una historia amorosa?
El hermano Guss se sonrojó y el labio inferior le tembló un momento. Luego asintió sin decir nada.
– ¿Y por qué tenía celos Crella?
– Tenía celos de cualquiera que apartara a sor Muirgel de ella. Pero en este caso… -se interrumpió para reflexionar.
Fidelma lo instó a proseguir repitiendo:
– En este caso… ¿qué?
– Sor Muirgel fue quien le arrebató a Cian a Crella.
Fidelma tuvo que controlar su reacción. El hermano Guss estaba lleno de sorpresas.
– ¿Insinuáis que Cian tenía una relación amorosa con Crella, y que la dejó por Muirgel?
– Sor Muirgel reconoció que había sido un error. Apenas duró unos días.
– ¿Y vos? ¿Manteníais alguna relación con sor Muirgel? -preguntó Fidelma sin comedimiento.
El joven asintió.
– ¿Cuándo la iniciasteis?
– Justo antes de emprender el peregrinaje. Cuando le comuniqué a Muirgel que iba a unirme al viaje por recomendación de mi tutor, obligó a sor Canair a que la aceptara en el grupo que partiría. Y claro, Crella también tenía que venir.
– Debíais gustarle mucho a sor Muirgel para que os siguiera en este viaje.
– La verdad, para ser sincero, yo creía que no tenía ni media oportunidad de que se fijara en mí. No sé si me entendéis. Aun así, ella me buscó y me dijo abiertamente que sentía atracción por mí. Yo nunca le había dirigido la palabra porque creía que nunca se había fijado en mí. Cuando me lo dijo… bueno, intimamos y nos enamoramos.
– ¿Crella estaba al corriente de vuestra relación? Porque está convencida de que Muirgel aún mantenía la historia con Cian.
La mirada de Guss se nubló.
– Supongo que lo sabía. Creo que lo sabía y tenía celos de que Muirgel fuera tan feliz. Muirgel me dijo que la amenazaba.
– ¿Cómo? ¿Muirgel os dijo que Crella la amenazaba? ¿Las oísteis discutir alguna vez?
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