– La búsqueda del conocimiento religioso no significa que el resto de artes y ciencias deban dejarse a un lado. Lo juro, desde que empezó este peregrinaje, en este grupo sólo ha habido conflictos. Cuando no ha sido por la intolerancia del hermano Tola, ha sido por la lujuria de…
– ¡Basta!
La voz de sor Crella cortó el aire como un látigo. Se hizo un silencio violento.
– Basta, hermano Adamrae -repitió con un tono de amonestación más leve-. No querréis que nuestra compañera del sur crea que los del norte siempre están discutiendo entre ellos, ¿no? -Se volvió hacia Fidelma con una sonrisa-. He advertido que el capitán os ha presentado como Fidelma de Cashel. ¿Sois de la abadía de esa ciudad?
Fidelma pensó que era preferible no responder con evasivas. Lo cierto es que podía afirmar que así era, y eso hizo.
– Pero conocisteis al hermano Cian en Tara, ¿no? -preguntó la más joven, Gormán.
– Nos conocimos hace muchos años -respondió Fidelma con circunspección.
Notó que los demás la miraban, pero se inclinó sobre su plato. No tuvo ganas de estrechar el trato con su compañera y, desde luego, no quería enredarse en las fricciones que hubiera en el grupo. Ya tendría suficientes problemas al tratar con Cian.
El hermano Dathal rompió el embarazoso silencio citando un poema épico que conocía.
Los capitanes de esos navíos de ultramar
En los que vinieron a Éireann los hijos de
Míle de Hispania,
A todos ellos recordaré siempre…
Sus nombres y la suerte que corrió cada uno d e ellos.
Terminó la frase con un fuerte resoplido y se puso en pie para salir. Al poco lo siguió su compañero adusto y pelirrojo.
– Espero que disculpéis la brusquedad que han mostrado esta mañana, sor… sor Fidelma, ¿verdad?
Fidelma advirtió que sor Ainder la estaba mirando con una sonrisa condescendiente, falta de calidez y sinceridad.
– Ya se sabe que los estudiosos suelen ser irascibles, sobre todo cuando hablan de sus propias disciplinas, cosa que hacen a menudo y en voz alta. Digamos que no hemos gozado de mucha tranquilidad desde que salimos de Bangor.
Fidelma inclinó la cabeza en muestra de asentimiento.
– Me temo que mi pregunta es lo que ha desatado la discusión.
Frente a ella, la monja de cara ancha, sor Crella, hizo una mueca que indicaba desacuerdo.
– Si no hubiera sido vuestra pregunta, sor Fidelma, se habrían enfrentado por cualquier otro motivo. Aunque es cierto que el hermano Tola no ha dejado de criticar a los hermanos Dathal y Adamrae desde que partimos.
Sor Ainder intervino en defensa de Tola al instante.
– No hay motivos para echar la culpa al hermano Tola. Es un hombre espiritual, que tiene muy en cuenta que este peregrinaje se ha emprendido para buscar la verdad espiritual.
– El hermano Tola no debería haberse unido a este grupo si va en busca de un ideal esotérico -soltó Crella.
Si puede decirse que era posible levantarse y salir con resolución del camarote pese al leve balanceo, esto hizo sor Ainder. Sor Gormán, la más joven del grupo, se puso en pie también, murmuró algo incomprensible y se marchó.
Con una brillante sonrisa, Wenbrit empezó a retirar la mesa. Parecía disfrutar con el conflicto entre los religiosos adultos de la mesa.
Sor Crella se quedó en silencio, picoteando de su plato unos instantes y luego levantó la vista hacia Fidelma.
– Ya me imagino a la vieja Ainder diciendo que los jóvenes de hoy en día no saben lo que es el respeto -dijo, sonriendo.
Fidelma no sabía si el comentario era general o iba dirigido a ella, así que se sintió obligada a decir algo.
– Mi mentor, el brehon Morann, acostumbraba a decir que los jóvenes siempre ven a los mayores como personas seniles. Y así es, pero siempre ha ocurrido de este modo en nuestra juventud.
– El respeto hay que ganárselo, hermana, y no exigirse sólo por haber sobrevivido unos cuantos años.
Wenbrit, que estaba de pie detrás de sor Crella, consiguió guiñarle un ojo a Fidelma al inclinarse a recoger el plato.
delma se levantó con discreción de la mesa y se dirigió a la escalera de cámara.
– Si vais a subir a cubierta, Fidelma, me uniré a vos -anunció tras ella Cian, que se levantó para seguirla.
– Me dirijo a mi camarote -respondió Fidelma sin más para dejar claro que no quería hablar con él.
Sabía que era una actitud absurda la suya, pues tarde o temprano tendría que afrontar la situación.
– Entonces os acompañaré -respondió Cian, sin recular pese al evidente rechazo.
Fidelma apretó el paso escalera arriba hasta la cubierta principal. Cian la alcanzó y le puso una mano sobre el brazo. Ella la apartó al instante, mirando a su alrededor para cerciorarse de que nadie los observaba.
Cian soltó una risa grave y burlona.
– No podrás evitarme permanentemente, Fidelma -le dijo en un tono sarcástico que ella conocía muy bien.
Fidelma lo miró un momento a los ojos y luego miró al suelo. Seguía sintiéndose insegura.
– ¿Evitarte? -repitió a la defensiva-. No sé a qué te refieres.
– Puede que todavía me guardes rencor por el modo en que acabó lo nuestro.
Fidelma sintió que sus mejillas enrojecían; la pulla de él se había clavado profundamente.
– Yo hace años que olvidé lo ocurrido -mintió ella.
La sonrisa cínica de Cian se ensanchó.
– Por tu forma de reaccionar ya he visto que tú no lo has olvidado. Veo odio en tu mirada. Y no puede haber odio sin amor. Están hechos de lo mismo. Pero bueno, entonces éramos jóvenes. Y la juventud nos lleva a equivocarnos muchas veces.
– ¿Acaso atribuyes tu crueldad a la juventud? -exigió.
Cian respondió en un tono casi condescendiente:
– ¿Ves? A eso me refiero. Y yo que pensaba que lo habías olvidado todo.
– Y así era, pero al parecer tú tienes interés en resucitarlo -respondió ella-. Si es así, no esperes que acepte ninguna excusa con la que pretendas justificar lo que hiciste. No la acepté entonces y no la aceptaré ahora.
Cian levantó una ceja.
– ¿Una excusa? Pero ¿qué tengo yo que justificar?
Fidelma sintió que la furia volvía a invadirla, acompañada de un arrebatador deseo de golpear con todas sus fuerzas aquel rostro sonriente. Contuvo el impulso, ya que no habría ganado nada dejándose llevar.
– De modo que piensas que no tienes por qué justificar tu comportamiento.
– Uno no tiene por qué justificar las locuras de juventud.
– ¿Una locura de juventud? -Fidelma tenía un brillo temible en la mirada-. ¿Así veías nuestra relación?
– La relación no. Sólo la manera en que terminó. ¿Qué fue si no? Vamos, Fidelma; ahora somos adultos y más sensatos. Deja el pasado atrás. No nos enfrentemos. No hay por qué. ¿Para qué vamos a estar enemistados en este viaje?
– No existe enemistad entre nosotros. No hay nada entre nosotros -respondió Fidelma con frialdad.
– Vamos -la invitó Cian, casi engatusándola-. Podemos ser amigos otra vez, como lo éramos al principio en Tara.
– ¡Jamás será como fue en Tara! -exclamó con un escalofrío-. No tengo interés alguno en hablar contigo, y no parece que hayas cambiado con los años.
Dio media vuelta y se dirigió a toda prisa hacia su camarote antes de dejarle responder.
* * *
Cian era arrogante e insufrible. Y era poco decir para la ira que ella había sentido, para la humillación, la vergüenza que había sufrido durante aquellos días que había pasado sola, esperándolo en la habitación que había alquilado en la pequeña posada de Tara tras ser expulsada de la escuela del brehon Morann. Se había marchado de la residencia de la escuela después de la conversación con el brehon Morann. Sólo Grian conocía el verdadero motivo, pues Fidelma no quiso que su familia supiera nada de lo sucedido. Se convirtió en una reclusa dentro de aquel minúsculo cuarto y, aparte de su amiga, se apartó de familia y amistades.
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