Joseph Gelinek - El Violín Del Diablo

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La concertista española de violín Ane Larrazábal aparece estrangulada en el Auditorio Nacional de Madrid después de haber interpretado el Capriccio nº 24 de Paganini, la que se dice es la obra más difícil jamás compuesta para violín.
El asesino ha dejado escrita en su pecho, con sangre de la propia víctima, la palabra iblis, que signifca diablo en árabe. Su valioso instrumento, un Stradivarius que tiene tallada en la voluta la cabeza de un demonio, ha desaparecido. El jefe superior de Policía asigna el caso a Raúl Perdomo, uno de los investigadores más hábiles del cuerpo. Perdomo es muy crítico con los fenómenos paranormales, pero cuando empieza a sufrir extrañas y estremecedoras visiones que no logra explicarse, decide recurrir a los servicios de una parapsicóloga. Su intervención será clave para descubrir la identidad del asesino.
Una novela basada en hechos reales.
Una trama policíaca repleta de tensión y mucha información interesante sobre Paganini, Stradivarius, los Luthiers y el Diablo. Una reflexión acerca de la figura del demonio y del pacto satánico, que ha inspirado obras literarias de la talla del Fausto de Goethe o del Dr. Faustus de Thomas Mann. Un thriller policíaco que plantea la existencia de los objetos malditos, capaces de atraer las desgracias más funestas hacia sus propietarios.

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– Es imposible que no le suene esto.

Y atacó el dramático recitativo con el que comienza uno de los conciertos más famosos de la historia. Desde la primera nota, Salvador supo que jamás había escuchado esa música sombría y llena de presagios ominosos. Algún crítico había llegado a escribir que el comienzo de Elgar dejaba tan estupefacto al oyente como si Shakespeare hubiera comenzado Hamlet directamente con el monólogo atormentado del príncipe: «Ser o no ser, he aquí el dilema», sin explicaciones ni ambientación previa de ningún tipo.

– Sí, ya me va sonando -mintió el policía para no parecer un completo zote, mientras el italiano desgranaba los sonidos lacerantes que preceden a la cadenza inicial del concierto de Elgar.

El policía distaba mucho de poseer la cualificación necesaria para establecer si Rescaglio era o no un buen intérprete, pero al menos, se dijo a sí mismo, el italiano parecía responder a la idea preconcebida que las personas no muy duchas en música suelen tener de los grandes virtuosos. Al llegar al expresivo glissando que señala la entrada de los vientos, Rescaglio dio por terminada la demostración y volvió a guardar el chelo en la funda, aunque no llegó a cerrar la tapa. En el interior del estuche -que Salvador espió con disimulo, pues resultaba evidente que aquél era un rincón privado, como la capilla de un torero- había una foto de Ane Larrazábal, pero también de otra joven pelirroja que no supo identificar. Sin embargo, se abstuvo de preguntar, ya que tenía la misma sensación que si hubiera efectuado un registro ocular sin mandato judicial. En vez de eso, le preguntó por el concierto, que parecía ser de una importancia capital para él.

– ¿Y usted actuará de solista, sin la orquesta?

Por el comentario, Rescaglio supo que el inspector no sabía una sola palabra de música, y aunque es cierto que no había estado a la defensiva en ningún momento, aquello acabó de relajarle.

– Me he explicado mal -inspector-. Cuando hablo de que soy chelo solista, me refiero a que lo soy dentro de la orquesta. Los jefes de sección tocamos a veces pequeños solos en la parte orquestal, pero nunca se nos confía todo un concierto. La persona que se enfrentará a nosotros el sábado será un virtuoso británico llamado Stephen Isserlis.

– ¿Que se «enfrentará» a ustedes? Utiliza un lenguaje casi bélico.

– Con Lledó, ésa es la mentalidad que tenemos que adoptar. Para él cualquier concierto es una especie de batalla campal, aunque sea de carácter artístico. Yo tengo una visión de la música bastante menos bélica, pero he de reconocer que, por lo menos desde el punto de vista etimológico, a Lledó no le falta razón, ya que la palabra «concierto» viene del verbo latino concertare , que quiere decir batallar.

Salvador estuvo tentado en ese momento de dejar a un lado la charla musical y dar comienzo al interrogatorio, pero años de experiencia le habían enseñado que a veces las informaciones más decisivas se obtenían por el procedimiento de relajar al interrogado, dejando que la conversación fluyese de forma natural. Así que siguió dando hilo a la cometa.

– Le confieso que no puedo imaginar en qué consiste la guerra. ¿No se limitan ustedes a ofrecer al público bonitas melodías?

– Ésa es la percepción que tiene el no iniciado, pero por debajo de las apariencias, hay un mar de fondo de proporciones inimaginables. El primer elemento de fricción es la elección del tempo, que es la velocidad a la que se toca la pieza. El concertista puede plantear un tempo que al director de la orquesta no le parezca oportuno, y entonces, ¿quién cede? Teóricamente, tanto el solista como el director tienen el mismo rango musical. Incluso aunque se pacte un tempo durante los ensayos, puede ocurrir que durante el concierto uno de los dos contendientes trate de incumplir el acuerdo, y empiece a ir más deprisa, para obligar al otro a seguirle, o viceversa.

– ¿Y cree que el sábado habrá gresca? -dijo Salvador, que ya estaba empezando a imaginar el concierto que se avecinaba como un partido de fútbol de la Copa de Europa.

– No lo creo, porque dirige Lledó, y tiene demasiado respeto a Isserlis como para ponerse en plan divo con él. Y eso que algunos miembros de la orquesta apodan Chulini a nuestro director.

– ¿Chulini? ¿Es algún juego de palabras?

– Uno de los grandes directores de orquesta de todos los tiempos, ya fallecido, se llamaba Carlo María Giulini. El mote Chulini implica que los músicos piensan que él se cree un gran director cuando en realidad no es más que un chulo de pacotilla.

– ¿Usted tiene ese concepto de él?

– Más que chulo, Lledó es un gran vanidoso, pero no es mal director. E Isserlis es un soberbio chelista, aunque nadie podrá superar nunca la versión del concierto de Elgar de la mujer que lo hizo famoso, Jacqueline du Pré. Murió también muy joven, como Ane, aunque su final fue muchísimo más terrorífico, porque fue víctima de una enfermedad lenta, humillante y dolorosa, para la que no hay cura: la esclerosis múltiple.

Rescaglio se inclinó sobre el estuche y sacó de él la foto de la mujer pelirroja que estaba junto a Ane.

– Ésta es Jackie du Pré.

Salvador hizo ademán de ir a coger la fotografía para examinarla con más detenimiento, pero el músico retiró la mano lo suficiente para darle a entender que sólo debía mirarla.

– Disculpe, es una foto que me costó mucho conseguir.

Al comprobar que el policía no se había molestado, le aproximó la foto a pocos centímetros de la cara y Salvador pudo examinar la imagen con todo detalle. Lo que más llamó su atención fue la enorme carga de sexualidad que desprendía aquella figura. Jackie du Pré estaba sentada, con el chelo colocado entre unas piernas que mantenía abiertas de par en par, como si estuviera entregándose en cuerpo y alma a un amante joven, fogoso e insaciable; y como llevaba además una minifalda floreada que evocaba la estética hippy de los años sesenta, se podía disfrutar de una visión más que generosa de sus prietos y bien torneados muslos. El fotógrafo la había sorprendido en el acto de inclinar la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y la expresión ausente, mientras sacudía al viento su tupida cabellera pelirroja, tal como suelen hacer las modelos en los anuncios de suavizante. Ese gesto reforzaba aún más la sensación de estar asistiendo a un momento absolutamente privado, a un auténtico orgasmo musical.

Salvador quiso decir algo, pero se lo impidió un gesto involuntario de su glotis al tragar saliva. Rescaglio sonrió complacido al comprobar el impacto que había causado la foto en el policía y la devolvió al estuche, colocándola junto a la de Ane, para luego comentar:

– Zubin Mehta, el gran director de orquesta, la comparó con una yegua salvaje que corre por las colinas del sur de Inglaterra. Ane tenía ahora la misma edad que Jackie cuando empezó a sentir los primeros síntomas de la enfermedad.

Apodada Smiling por sus incondicionales, y también El Ángel de la Eterna Sonrisa, Du Pré, que con sólo veintiséis años había alcanzado ya, como Ane Larrazábal, la cúspide de su carrera, empezó a sentir a esa edad los primeros síntomas de una dolencia que afecta al sistema nervioso central y que está catalogada dentro de las enfermedades autoinmunes, en las que es el propio sistema defensivo del organismo el que enloquece y arremete -por considerarlas una fuente de peligro- contra determinadas zonas del mismo. En el caso de Du Pré, la parte del cuerpo atacada por su sistema inmunológico habían sido las neuronas, que además del pensamiento hacen posible el control muscular del organismo.

Ane y Jackie eran almas gemelas, inspector -dijo Rescaglio visiblemente emocionado-. Esa actitud rebelde, carente de prejuicios a la hora de abordar no sólo la música, sino también las relaciones humanas, ese sentido del fraseo que sólo podría calificar de… -Rescaglio se detuvo un instante para buscar la palabra adecuada- innato. Innato, libre y personal. A muchos músicos, grandes intérpretes incluso, los traía locos Ane, no eran capaces de acoplarse a ella; su profunda musicalidad al margen de convencionalismos y de interpretaciones demasiado literales de la partitura los desbordaba por completo. Es cierto que, a ambas, este magma incandescente que brotaba de sus volcánicas personalidades a veces se les iba de las manos y para alcanzar lo sublime llegaban a coquetear con el ridículo. Pero, como decía sir John Barbirolli, el mítico director británico, si no eres excesivo de joven, ¿qué va a ser de ti cuando seas viejo? Nunca lo sabremos, porque desgraciadamente Ane…

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