– Cómo me gustaría saber hacer todo eso -dijo Mateos.
– No se deje engañar por las apariencias. No soy más que un jugador mediocre; si tuviera talento me hubiera dedicado profesionalmente a este juego. Aunque le parezca increíble, gracias a la entrada de la televisión en este tinglado, si uno es bueno, se puede vivir razonablemente bien jugando al billar. Díganme, ¿en qué puedo ayudarles?
– El conserje del hotel nos ha informado de que la noche del crimen usted regresó temprano al hotel. ¿Puedo saber por qué no se quedó a la fiesta?
– Me parecía… ¿cómo decirlo?… banalizar el concierto que había habido antes, que fue muy hermoso. ¿Quién tiene ganas de escuchar música de salsa después de oír a Beethoven? Y además está el hecho de que a Sophie le dolía un poco la cabeza y me pidió que la acompañara al hotel. Pueden preguntarle a ella, si lo desean.
– No es necesario. Las cintas de las cámaras de seguridad de la casa nos han contado ya quién se fue con quién y a qué hora.
– ¿En serio? ¿Y aparece Ronald en esas filmaciones?
– Desde luego. Se le ve salir solo de la casa a la media hora de que concluyese el concierto.
– Tal vez estuviese molesto por el hecho de que su anfitrión contratara a una orquestina después de su concierto y se marchó por eso.
– ¿Usted no habló con él esa noche?
– Hablé antes del concierto. Sophie y yo fuimos al camerino a desearle suerte. Pero luego ya fue imposible comunicarse con él, estaba fuera de cobertura.
– ¿No tiene idea de adónde pudo ir?
– Ni la más remota. Que yo supiera, no conocía a nadie en la ciudad.
– ¿Por qué supone que mataron a su compañero?
– Me figuro que tiene que ver con esa cosa que llevaba tatuada en la cabeza, ¿no?
– ¿Quién le ha hablado del tatuaje? En la prensa no se ha publicado nada.
– Ha sido Sophie. Hablo con ella con frecuencia.
– ¿Sabe por qué se hizo tatuar su compañero la partitura o al menos quién le hizo el trabajo?
– No tengo ni idea. Ronald nunca me dijo que se hubiera tatuado nada en ninguna parte del cuerpo.
– La noche del crimen, ¿qué hizo al llegar al hotel?
– Fui directamente a mi habitación.
– ¿Y pudo conciliar el sueño sabiendo que su compañero estaba, por así decirlo, desaparecido?
– En realidad no me dormí hasta muy tarde. Estuve leyendo durante un buen rato, porque como apunta usted, estaba inquieto y luego Sophie apareció en mi habitación.
– ¿Sobre qué hora fue eso?
– Sobre las doce y media.
Mateos y Aguilar intercambiaron una mirada de extrañeza.
– ¿Está usted seguro de la hora?
– Pudo ser la una de la madrugada, pero no más tarde.
– ¿La invitó a su habitación?
– No, ya le he dicho que se presentó ella en la mía, sin avisar.
– ¿Quiere ser más explícito?
– No era nada sexual. Sophie y yo congeniábamos muy bien y había ciertos asuntos de los que necesitaba hablar conmigo.
– ¿En relación con su padre?
– No, eran asuntos del corazón. Que, como comprenderá, no voy a compartir con usted.
– Claro, claro -refunfuñó Mateos, un poco molesto por el hecho de que Delorme se hubiera puesto a la defensiva frente a una pregunta que él no había pensado formular.
– Todo esto es muy extraño, señor Delorme, ya que los príncipes Bonaparte, a los cuales usted sin duda conoce…
– Tengo ese dudoso honor, en efecto.
– Ellos aseguran que Sophie permaneció en su habitación hasta las tres de la mañana.
– Eso no es cierto.
– ¿No llamaron en ningún momento al servicio de habitaciones del hotel? Sería magnífico que alguna camarera pudiera corroborar su versión.
– Lo siento, pero tendrá que fiarse de mi palabra.
– ¿Hasta qué hora estuvieron hablando usted y Sophie?
Delorme, que se había puesto en cuclillas para mirar la mesa desde el nivel de la banda, se incorporó bruscamente y dijo:
– Hasta las tres, aproximadamente. Me pone nervioso esta conversación, inspector. Tengo la impresión de que usted sospecha de Sophie.
Mateos se dio cuenta de que estaba a punto de perder a Delorme si continuaba haciéndole preguntas sobre la hija de Thomas y cambió rápidamente de tercio:
– Señor Delorme, estamos convencidos de que el tatuaje que le costó la vida a su compañero es una clave. Una clave, que una vez descifrada, nos llevará a descubrir dónde se encuentra el manuscrito de la Décima Sinfonía de Beethoven.
– ¿El manuscrito de la Décima Sinfonía? No entiendo lo que quiere decir. Ronald trabajaba en la reconstrucción del primer movimiento con los facsímiles de los bocetos de Beethoven, que están en el Departamento de Música de la Biblioteca Estatal de Berlín.
– No deseo ofender la memoria de su compañero -dijo el policía-, pero mucho me temo que Thomas hizo pasar por una restauración musical lo que en realidad era una partitura original de Beethoven. ¿Thomas nunca le comentó nada acerca de un manuscrito inédito?
– No, nunca. Aunque conmigo no hablaba mucho de música, porque siempre acabábamos peleados.
– ¿A qué se refiere?
– A mis gustos musicales. Él los cuestionaba con frecuencia y me tomaba el pelo por ello, a veces de una manera hiriente y gratuita. Así que evitábamos hablar de música.
– Y en los últimos meses, ¿no notó nada extraño en su comportamiento, algo que se saliera de lo normal?
– Nada, excepto que hizo varios viajes a Viena. Viajes a los que prefería que yo no le acompañara. Llegué a pensar que tenía algún lío, porque ya le digo que los cuadernos de fragmentos de Beethoven están en Berlín, no en Viena.
– ¿Tenían fijada su residencia en algún lugar?
– En París. Pero, disculpe, no acabo de entender su teoría. Si Thomas descubrió un manuscrito inédito de Beethoven ¿por qué no darlo a conocer? ¿Por qué no venderlo en una subasta? No soy experto en la materia, pero el sentido común me dice que un manuscrito de Beethoven es un tesoro para cualquier coleccionista.
– Tal vez no podía venderlo.
– No le entiendo.
– Si Thomas hubiera dicho: «He descubierto dónde está el manuscrito de la Décima», la gente hubiera preguntado: «Muy bien ¿y dónde estaba?». Y lo que es más peliagudo: «¿A quién pertenecía?».
– ¿Cree usted que Ronald robó el manuscrito de donde estuviera escondido?
– Trabajamos con esa hipótesis. Su compañero, aún no sé por qué medios, averiguó el paradero exacto de la Décima Sinfonía, se las arregló para entrar en ese lugar, cogió el manuscrito y no dijo nada a nadie. Luego, a su vez, él mismo lo ocultó en un sitio tan secreto, que se tatuó en la cabeza, en forma de notas musicales, un código para poder encontrarlo en caso de olvido.
– ¿Como si fuera la combinación de una caja fuerte?
– Algo parecido.
– Entonces el asesino ¿puede ser el legítimo propietario de la partitura?
– No lo creo, porque si el propietario fuera legítimo hubiera avisado a la policía tras el robo.
– ¿Robó a un ladrón entonces?
– Es mejor no aventurar conclusiones precipitadas. ¿Hay algún documento perteneciente a su compañero que le parece que pueda servir para descifrar el código? Estoy convencido de que desentrañando el misterio de la partitura llegaremos también a saber quién lo asesinó.
– Tendré que mirar entre los papeles de Ronald. Pero están en nuestro ático de París.
Se produjo un estruendo cuando uno de los operarios, al intentar un mass é sobre la mesa que acababa de montar, hizo saltar la bola violentamente del tapete y estuvo a punto de golpear a Aguilar, que tuvo que agacharse para no recibir el impacto. Mateos censuró con la mirada al subinspector, creyendo que este había sido el causante y no la víctima del accidente y continuó con el interrogatorio, dando a entender con su actitud que tenía que armarse de paciencia por los supuestos desmanes de Aguilar.
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