– ¿Qué es este disparate? -preguntó-. ¿Qué pretendéis conseguir con esto?
Su tono era duro, deliberadamente antipático. Superada la sorpresa inicial, comenzaba a sentir una enorme rabia por haber sido conducido hasta aquella casa con engaño.
– La otra noche, en el restaurante -respondió Elena-, fuiste cazado in fraganti por una amiga mía.
– Lo sé -dijo Perdomo-. ¿Crees que no la vi? Y me imaginé, como así ha sido, que te informaría al instante.
– Sí, me llamó desde el aseo para darme la noticia. María es una buena amiga.
«No como otros», pensó él.
Perdomo se dio cuenta de que ambos estaban hablando en voz baja, como si les preocupara que les escuchara la forense.
– Lo que no me gusta un pelo -dijo, en el mismo tono desagradable con el que había empezado aquella conversación- es lo de «cazado in fraganti». Aquí nadie ha cazado a nadie. ¿Acaso no habíamos roto?
– Sí, como tantas veces -dijo la otra, con naturalidad.
– ¡Pues cuando se rompe, se rompe! -replicó Perdomo-. ¡Con todas sus consecuencias! ¡Y si no, habértelo pensado antes de montar el numerito!
El tono impertinente de Perdomo estaba haciendo mella en Elena, que se preparaba ya para saltar al cuello de su ex, como una leona herida. Se lo impidió la llegada de Tania, que era la que estaba más relajada de los tres, tal vez porque jugaba en casa, porque era la menos implicada emocionalmente o porque sabía que iba a triunfar con su ropa vieja.
– Aún faltan unos diez minutos -les anunció la cubana, al tiempo que se sentaba en una de las butacas del tresillo. Y al ver que tanto Elena como Perdomo permanecían de pie, añadió-: ¿Se van a quedar ahí, como pasmarotes?
Sólo Elena optó por sentarse. Perdomo estaba tan tenso que ni siquiera dos fornidos celadores hubieran podido impedir que se quedara de pie. Quería transmitir a ambas mujeres la sensación de que, en función de lo crispadas que se pusieran las cosas, podría abandonar la casa con la misma facilidad con la que había entrado.
– Le estaba contando a Perdomo cómo hemos llegado a esto -le resumió a la otra. Luego, miró al policía-. Mi amiga me llamó, me dijo que estabas con una mujer mulata (muy atractiva, puntualizó) y como me has hablado cientos de veces de Tania, deduje que no podía ser otra.
La cubana sonrió al sentirse piropeada por su rival. Perdomo llegó a la conclusión de que entre ella y Elena se había formado una inquietante alianza, cuyo objetivo era desacreditarle moralmente, de manera que decidió pasar al ataque, para tratar de romper la coalición.
– Si te he hablado de ella -dijo- es porque siempre has exhibido una curiosidad enfermiza por mi pasado. Lo cual, dicho sea de paso, creo que es tu principal problema en las relaciones: sólo te interesan el pasado y el futuro; el presente, o sea, la felicidad del día a día, es como si no existiera.
Tania comprendió la estrategia de Perdomo y contuvo a Elena para que no entrara a la provocación.
– Eso es parte de otra conversación -afirmó la forense-. Elena, por favor, continúa con lo que estabas contando. Elena prosiguió, a regañadientes:
– Sabía que Tania es forense, así que llamé a los juzgados, le dije que era tu mujer…
– Mi ex novia -protestó Perdomo.
– Como quieras. El caso es que Tania fue tan amable como para escuchar lo que yo tenía que decirle y después de exponerle cómo veo yo las cosas, decidimos que lo mejor era tener una conversación a tres bandas.
Perdomo echó mano al bolsillo de la americana y exhibió, agitándolo en el aire, el preservativo que había cogido de casa, que dejó sobre una mesa cercana, con un golpe seco de la mano. Lo hizo como un jugador de dominó que estampa el seis doble sobre el mármol, en una partida de casino.
– ¡Gracias, Tania -exclamó-, por haberme hecho creer que venía a una velada romántica!
– Te dije que te citaba para hablar -protestó la forense-. Lo de la velada romántica es cosa tuya.
– ¡Pues entonces, gracias por informarme de que esto sería un ménage á troisl
– ¡Es que si te decimos que íbamos a estar las dos, no hubieras venido! -argumentó Elena.
– ¡Por supuesto que no hubiera venido! -Perdomo estaba indignado. Se sentía ridículo después de haber mostrado el preservativo del bolsillo, como si fuera un adolescente frustrado-. ¡Pero ya que estoy aquí, estoy deseando saber lo que te ha contado Elena!
Hubo un cruce de miradas entre las dos mujeres, para establecer quién de ellas debía tomar la palabra. Cada una quería que fuera la otra la que hablara, y al final fue Tania la que lo hizo.
– Elena me ha contado que ustedes dos tienen una relación tipo Guadiana. Lo que los gringos llaman on-off relationships. Me explicó que en este momento están en una fase off pero que, a su entender, la relación no se ha roto y que ella te sigue considerando su pareja.
– ¡Ja! -exclamó Perdomo-. ¡El perro del hortelano, que ni come ni deja comer!
– Sabes que es así -afirmó Elena, exagerando un tono maternal de paciencia que a Perdomo le sacaba de quicio-. ¿Cuántas rupturas hemos tenido desde que nos conocemos? ¡Y ni una sola vez se nos ha pasado por la cabeza acostarnos con otra persona!
– ¡Estoy harto de estas idas y venidas! -aulló Perdomo-.¡Harto! ¡Harto de tus ordagos y de tus «te echo de menos» al cabo de unas semanas o unos meses! ¡Si no quieres que salga de tu vida, lo mejor es que te lo pienses bien antes de echarme de ella! Pero tú, cada vez que yo no me comporto como esperas, adoptas una actitud tan… tan…
– ¿Tan qué? -gritó Elena, desafiante-. ¡No sabes ni lo que vas a decir, te inventas los argumentos según te vas calentando!
– ¡Tan profesional! -Perdomo encontró al fin la palabra que andaba buscando-. Cada vez que me dices eso tan agradable de «no quiero volver a verte», no es como si me dejaras, ¡es como si me despidieras! «Señor Perdomo -cambió la voz para imitar a un jefe de personal-, la empresa no está satisfecha con el modo en que viene desempeñando la labor que le hemos encomendado. Lamentándolo mucho, nos vemos obligados a prescindir de sus servicios.»
La parodia hizo sonreír a Tania que, sin embargo, prefirió ocultar su boca con la mano, para no ser vista por Elena. Era esencial que la coalición no presentara fisuras.
– ¡Y encima -continuó Perdomo-, ahora exiges que mantenga la abstinencia, hasta que a ti se te pase el enfado! ¿Pues sabes lo que te digo? Que ya no me sale de los cojones. ¡NO-ME-SALE-DE-LOS-CO-JO-NES!
– ¡Yo nunca he pretendido nada, Perdomo! -dijo Elena elevando también el tono de voz-. ¡Me limito a constatar que nunca te has acostado con otras mujeres durante nuestros períodos de alejamiento! ¡Por algo será, digo yo! ¡A menos que me hayas ocultado cosas, claro está!
El ambiente empezaba a caldearse por momentos y Tania se dio cuenta de que tenía que hacer algo para que aquello no se convirtiera en una batalla campal a dos bandas.
– ¡Si me dejan intervenir -protestó la forense-, no tengo la menor intención de ser una convidada de piedra en esta reunión! -Se encaró con Perdomo-. A mí no me dijiste nada de esto, y fue por lo que, la otra noche, acepté la invitación a cenar. Te lo aclaro, Raúl: no tengo la menor intención de convertirme en una especie de compás de espera, en tu relación con Elena. Si quieres reanudar la relación conmigo, de acuerdo. Pero no quiero ser un mero aperitivo sexual, que te tomas mientras aguardas a que te sirvan el plato principal. Yo ya fui tu mujer en el pasado, creo que te hice feliz, o al menos lo intenté, durante una época en la que no eras precisamente la alegría de la huerta y no era fácil estar contigo. Creo que me merezco un poco de respeto, ¿no te parece?
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