– Cuánto has tardado, honeysuckle rose -le espetó nada más verle. Y cerrando los ojos, apretó los labios y los sacó hacia fuera, como exigiendo un beso de bienvenida.
Perdomo había visto bocas más inquietantes que la de Amanda, pero sólo en los documentales sobre anfibios del National Geographic. Se quedó paralizado durante un par de segundos, y al final optó por arrebatarle el polo a la periodista, comerse lo que quedaba de su crocanti de un solo bocado y pasar al interior de la vivienda sin decir palabra.
– ¡Antipático! -le gritó Amanda, que trotó hasta el aseo para lavarse el pringoso chafarrinón que le había dejado el helado de recuerdo.
Mientras se limpiaba, Perdomo deambuló por el salón y se fijó en que, sobre la mesa de Texas Hold'em en la que la periodista jugaba sus partidas semanales de póquer, había cinco cartas descubiertas y dos repartidas boca abajo, a cada uno de los dos imaginarios jugadores que se sentaban a la mesa. La periodista regresó al instante del baño y le sobresaltó en el momento en que iba a descubrir una de las cartas tapadas.
– Como tardabas -le contó a Perdomo- me he puesto a reconstruir una jugada que vi anoche en televisión. Se enfrentaban dos de los mejores jugadores de todos los tiempos.
– ¿Podemos escuchar ya la grabación? -atajó, impaciente, Perdomo-. Nunca he sido bueno a las cartas, y el póquer me aburre tanto como una partida de ajedrez por la radio.
– Eso es -replicó la otra- porque nadie te ha enseñado los fundamentos del juego, mon chéri. Estoy convencida de que el póquer te fascinaría, porque en el fondo todo se reduce a dos cosas, que cualquier policía está poniendo en práctica continuamente.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué dos cosas son ésas? -preguntó el inspector, simulando escepticismo.
– Intimidar y tender trampas -afirmó Amanda-. Cuando uno quiere impedir que el adversario ligue una jugada superior a la nuestra, hay que asustarle con una apuesta fuerte, para que no le compense optar al bote. Por el contrario, si uno está convencido de que tiene la mejor mano, debe disfrazarse de cordero desvalido, para que sea el contrario el que se meta en la boca del lobo. La partida se gana o se pierde en función de lo bien que un jugador sepa aplicar esos dos principios esenciales, a lo largo de las doscientas manos de las que suele constar una partida de póquer.
A Perdomo parecieron interesarle las palabras de Amanda, porque se acercó de nuevo a la mesa para estudiar la jugada.
– ¿Y cuál de esos dos principios se aplicó en esta partida?
Lejos de responderle, la periodista recogió las cartas a toda velocidad y las mezcló con las del resto del mazo.
– ¿No habías dicho que el póquer te aburre a muerte? -exclamó muy digna-. ¡Pues ahora te fastidias, por haberme dejado hace un rato en la puerta, boqueando como un pez!
Perdomo se encogió de hombros y siguió a la periodista hasta su despacho de trabajo, sobre cuya mesa reposaba un ordenador portátil de diecisiete pulgadas, conectado a unos modernos altavoces. La mujer se sentó frente a la pantalla, pulsó un par de comandos del teclado y abrió una aplicación, en la que cargó un archivo de audio. En la pista de sonido apareció al instante la representación gráfica del archivo, es decir, su forma de onda.
– Ésta es la canción -comenzó a explicar Amanda- que había en la cásete de Winston. Como te dije, es una demo de Happiness is a warm gun, de John Lennon, que Winston debió de adquirir en alguna subasta, como objeto de colección. Ahora la estamos viendo al derecho -oprimió el comando play para hacer sonar los primeros compases del tema-, pero si selecciono todo el archivo y acciono luego el comando reverse…
Perdomo observó que en la pantalla del ordenador aparecía una barra de tareas de color azul, que tardó algunos segundos en completarse. Luego, el archivo cambió de aspecto y la forma de onda se transformó en su imagen especular.
– ¡Ya tenemos la canción al revés! -dijo Amanda, eufórica-. No te la voy a hacer escuchar entera, porque dura más de tres minutos y medio, sino desde el punto en que yo he detectado el backmasking.
– ¡De modo que sí hay un mensaje oculto! -exclamó entusiasmado Perdomo.
– Sí, y te desafío a que lo descubras tú mismo. ¿Preparado? ¡Escucha!
Amanda llevó el cursor hasta el minuto dos de la canción y pulsó la barra espadadora. La voz inconfundible y nasal del ex Beatle empezó a cantar al revés uno de los estribillos del tema.
nug eth pmuj roirepus rehtom,
nug eth pmuj roirepus rehtom.
Cuando el cursor llegó al minuto dos quince de la canción, Amanda detuvo la reproducción. Luego miró con curiosidad al policía, para ver si había descifrado el mensaje, pero su expresión de perplejidad era tal que ni siquiera le fue necesario preguntárselo.
– Yo lo pillé a la primera -se jactó Amanda-, pero tú, al ser chico, tal vez lo tengas que escuchar una docena de veces.
– ¡No, no, no me hagas pasar por este Gólgota! -suplicó, impaciente, Perdomo-. Dime lo que dice y acabemos cuanto antes.
– ¿Será posible que no lo hayas pillado? -repuso la otra, sacudienco la cabeza con incredulidad-. ¡Dice join usl
– ¿ join us ? -Perdomo estaba perplejo-. ¿«Unete a nosotros»?
– Exacto -afirmó Amanda-. «Únete a nosotros.» Te lo pongo otra vez, a ver si ahora que sabes lo que tienes que escuchar, me das la razón.
La periodista reprodujo el fragmento de nuevo y esta vez Perdomo oyó con toda claridad la voz de John Lennon al revés, susurrando join us. El descubrimiento le produjo una vaga desazón, ya que la voz invertida del ex Beatle sonaba antinatural, como una mezcla entre el gruñido de un jabalí y el siseo de una serpiente.
– Ahora lo he percibido con toda claridad -dijo el inspector -.Join us, no cabe la menor duda. Pero ¿qué significa «únete a nosotros»? ¿Es una especie de convocatoria?
– Evidentemente -indicó la periodista-.Y creo saber de qué clase. Lennon se veía a sí mismo como el presidente de un club de visionarios, por eso Imagine, tal vez su canción más emblemática, termina diciendo:
You may say that I’m a dreamer
But I'm not the only one
Maybe someday you will join us
And the world will be as one.
Perdomo volvió a quedar deslumbrado por los conocimientos musicales que atesoraba Amanda. Sin embargo, su explicación no acababa de convencerle.
– ¿Por qué molestarse en poner al revés algo que podía ser cantado al derecho? -preguntó.
– Supongo -respondió Amanda- que porque Lennon pensaba que su mensaje mesiánico actuaría de manera más eficaz a nivel subliminal.
– ¿Qué quieres decir?
– Existe la creencia -continuó la otra-, entre muchas personas, de que los mensajes al revés, incluidos en las canciones, pueden inducir a la gente a hacer cosas, generalmente malas, sin que ellos mismos sean conscientes de por qué las hacen. Se trata de una especie de publicidad subliminal, al servicio de la subversión del orden establecido, algo de lo que, por cierto, siempre han acusado al rock and roll. Te contaré el caso más famoso. -Se colocó bien un pecho que se le estaba escapando del sujetador y siguió hablando-. En 1990, justo diez años después del asesinato de Lennon, las familias de dos chicos que se habían suicidado en Nevada demandaron a la banda de heavy metal Judas Priest, alegando que habían introducido mensajes al revés en sus canciones, para animar a sus seguidores al suicidio. Fueron absueltos, ya que el juez decretó que no hay certeza científica de que un mensaje subliminal, incluso si es percibido conscientemente, tenga capacidad para modificar la voluntad de las personas. Los miembros del grupo se defendieron con un argumento aún más inteligente: dijeron que incluir mensajes en sus discos, para animar a sus fans a que se suicidaran, sería muy poco conveniente para ellos y que, de querer insertar algún mensaje oculto, seguramente hubieran optado por «comprad más discos nuestros».
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