Joseph Gelinek - Morir a los 27

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“John Winston, cantante y líder de The Walrus, aparece muerto con cuatro disparos en la suite de su hotel después de un concierto. La policía pronto descubre que Winston ha fallecido a una edad considerada maldita en el mundo de la música pop. Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison son algunos de los ilustres miembros del macabro club de los 27. A pesar de su imagen de apóstol de la paz, Winston tenía numerosos enemigos. Entre ellos, el irlandés Ronan O’Rahilly, “Mr. Download”, el más famoso pirata informático que mediante holografías, ha conseguido piratear el último bastión que les quedaba a los músicos: los conciertos en directo. Además, la investigación da un vuelco inesperado: Markk David Champman, el asesino de John Lennon que lleva recluido en prisión más de treinta años, asegura estar detrás de la muerte de Winston. Empresas discográficas sin escrúpulos seductoras groupies caza estrellas, fans enloquecidos… la novela muestra la cara más oscura del negocio del rock”.

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– Un tipo extraño que apareció de repente y dijo ser compositor -respondió John.

La mujer asintió, dando a entender que conocía al personaje.

– Ah, debe de tratarse de Leo -dijo-, un tipo pintoresco que deambula a veces por el cementerio. Está algo trastornado, pero es inofensivo. En ocasiones se hace pasar por el compositor Erik Satie y ya casi se ha convertido en otra atracción más del Pére-Lachaise. Pero sabe mucho del lugar, seguro que les tuvo un rato entretenidos, ¿me equivoco?

– Le invitamos a que se hiciera una foto con nosotros ante la tumba de Morrison -dijo Winston- y le entró una especie de ataque de pánico. Se marchó a toda prisa, diciendo que no le gustaban los fantasmas.

La relaciones públicas volvió a ponerse seria y comenzó a relatarles los hechos.

– La cosa se remonta a 1997, cuando un periodista musical llamado Brett Meisner se hizo una foto ante la tumba de Morrison, nada fuera de lo corriente, si tenemos en cuenta que ese lugar recibe de media a unos mil visitantes al día. Meisner no prestó mucha atención a su autorretrato hasta algunos años más tarde, cuando con motivo de un artículo que estaba preparando sobre los Doors, volvió a examinar la foto. En ella aparece el periodista en vaqueros y forro polar, y detrás de él…

La relaciones públicas hizo una pausa melodramática tan eficaz que la mano de Anita se clavó, como una garra, sobre el antebrazo de John.

– … se puede ver claramente la imagen de un hombre con el torso desnudo y los brazos extendidos, como un crucificado. Muchos aseguran que es el fantasma de Morrison.

La mujer volvió a callar, como para sopesar desde el silencio el efecto que sus palabras habían causado en sus interlocutores.

– He traído mi ordenador -dijo al cabo-. ¿Quieren ver la fotografía?

– Sí -dijo John.

– ¡Yo no quiero! -protestó Anita-. ¡Creo que ninguno de los dos deberíamos verla!

– ¿Por qué? -inquirió John-. ¿Crees que me voy a sugestionar?

– No es por eso. La foto seguramente es un fake, pero precisamente por eso, creo que dará más miedo. Es lo mismo que pasa con las psicofonías que lleva la gente a los programas de esoterismo. Sabes que son falsas, pero luego te pasas toda la noche escuchándolas en tu cabeza, porque están muy bien hechas, y se convierten en más reales que si fueran verdaderas.

La relaciones públicas cerró la tapa del ordenador ante el gesto resignado de John, que por un lado ardía en deseos de contemplar aquel supuesto montaje, pero, por otro, no quería hacer enfadar a su mujer en plena luna de miel.

– Lo cierto es que Meisner -continuó la empleada del hotel-, que era completamente escéptico, hizo que un especialista analizara la foto y éste aseguró que no se trataba ni de una doble exposición ni de un efecto de iluminación.

– ¿Pues qué explicación dio entonces? -preguntó John, intuyendo que la respuesta iba a ser inquietante.

– Ninguna en absoluto. Afirmó que la foto era inexplicable.

18 Wanted dead or alive

El músico fue a ponerse en pie, como para despedir a las relaciones públicas, pero su mujer se lo impidió. -Veámosla -dijo Anita resuelta.

– ¿Estás segura, cariño? -preguntó John tratando de no parecer demasiado ansioso-. Mira que no quiero que luego esto sea motivo de discusión entre nosotros. ¡Con lo bien que lo estamos pasando en París!

– Muéstrenos la foto -volvió a insistir la argentina-. ¡Acabemos con esto de una vez!

– La donna é mobile -bromeó John ante la relaciones públicas, para explicar el súbito cambio de opinión de su mujer.

La empleada del hotel tardó menos de diez segundos en localizar la foto en internet y cuando logró ampliarla a plena pantalla, giró el Mac hacia la pareja con un gesto teatral.

– Voila le fantóme -dijo enfatizando sus palabras, como si ella fuera la autora de la foto.

Anita se abrazó con fuerza a John y ambos contemplaron la polémica fotografía, sin decir palabra durante largo rato. Mientras tanto, la relaciones públicas les observaba en busca de alguna reacción.

– ¿Qué les parece? -preguntó al fin-. ¿Es un montaje o no es un montaje?

– Por supuesto que es unfake -exclamó Anita-. ¿Nos ha tomado por niños pequeños? La cuestión es que, tal y como me temía, el montaje está hecho con talento y resulta sumamente perturbador. El fantasma está lo bastante borroso como para resultar inidentificable y sin embargo hay algo en él (creo que es la posición de los brazos) que le dice a tu inconsciente que es Jim Morrison.

– Es cierto -afirmó John-. No es un crucificado, parece más bien que está… ¡en plena actuación!

La mujer acercó su silla en dirección a la pareja, como si presintiera que iba a escuchar un relato interesante.

– Morrison no tocaba ningún instrumento, era el cantante y letrista de los Doors -continuó John-. Eso le dejaba los brazos libres para hacer todo tipo de gestos ante el público, desde los más obscenos, como bajarse los pantalones y simular que se masturbaba en directo, a los más ingenuos como cerrar los ojos y creerse una peonza dando vueltas y más vueltas sobre el escenario. Una peonza impulsada por lo que se hubiera metido aquella anoche, que solía ser LSD. ¿Tienes aquí la cámara, Anita?

– Sí, siempre la llevo en el bolso -respondió la mujer.

La argentina le dio la cámara a Winston y éste fotografió la foto que aparecía en la pantalla.

– Puedo enviarles el link a cualquier dirección electrónica que me indiquen -dijo la relaciones públicas-. Así podrán estudiar el original.

– No es necesario -repuso John-. Tampoco estamos hablando de un cuadro del Louvre.

– El acierto del montaje -añadió Anita contemplando la foto con detenimiento- es que el que lo hizo debió de emplear una imagen del verdadero Morrison en pleno concierto y la insertó en la instantánea del cementerio. No es una foto de Jim muerto, sino de Jim vivo.

La empleada del hotel se quedó observando la pantalla del ordenador durante un instante, como si estuviera reinterpretando la fotografía a la luz de las observaciones de la pareja y luego dijo:

– La cuestión entonces es si se trata del Jim vivo de 1971 o del de ahora.

Tanto John como Anita se estremecieron al escuchar a su interlocutora. Ambos habían oído en más de una ocasión la historia de que Morrison estaba aún con vida y que su muerte en París sólo había sido la escenificación de una farsa. El propio teclista de The Doors, Ray Manzarek, había concedido una entrevista al diario británico Daily Mail para ratificar estos hechos:

Jim siempre había sido un alma inquieta a la búsqueda constante de nuevas experiencias, e incluso seis años de éxitos y excesos al frente de los Doors no habían sido suficientes para él. Un año antes de morir me mostró una foto de las Seychelles y me dijo: «¿No crees que sería un lugar perfecto al que escaparse si todo el mundo creyera que estás muerto?».

– En el mundo del rock -trató de explicarle John a la relaciones públicas- siempre circulan historias así, no les haga ningún caso. Al que está vivo lo dan por muerto, como hicieron con Paul McCartney en 1966, o viceversa. Ahora la han tomado conmigo.

– Sí, ya he visto la prensa -dijo la mujer-. Por cierto, señor Winston, ¡felicidades!

– Gracias -dijo John-. Es la única frase amable que me han dicho hasta ahora en mi veintisiete cumpleaños.

– ¿Saben una cosa? -añadió la empleada antes de irse-. Yo no creo que se trate de un montaje. Meisner confesó al Sunday Express que su vida nunca más volvió a ser igual después de hacerse esa foto y dijo que lo lamentaría para siempre. Su matrimonio se fue a pique, un íntimo amigo suyo murió de sobredosis y a partir de aquel día empezaron a llamar a su puerta todo tipo de personas asegurando que le traían un mensaje del dios del rock.

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