Brian Keene - El Alzamiento

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Nada permanece muerto mucho tiempo. Los muertos están volviendo a la vida, inteligentes, decididos… y hambrientos. Huir parece imposible para Jim Thurmond, uno de los pocos supervivientes de este mundo de pesadilla. Pero el joven hijo de Jim también está vivo y en peligro a cientos de miles de kilómetros. Pese a las terribles adversidades, Jim jura que lo encontrará… o morirá en el intento.
Junto a un anciano sacerdote, un científico devorado por la culpa y una ex prostituta, Jim se embarca en un viaje a través del país. Juntos se enfrentarán a los vivos y a los muertos vivientes… y al aún más terrible mal que los aguarda al final de su viaje.
Novela ganadora del Premio Bram Stoker.

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Frankie dejó el cuenco de sopa en el suelo.

– ¿Y cómo piensan transportar a todo el mundo?

– La mayoría viajaremos en la parte trasera de los camiones. Va a ser un asco, porque estaremos como sardinas en lata, sin ventilación ni nada. Pero mi soldado dice que va a apañárselas para que pueda viajar con él y un amigo suyo en el Humvee.

– Me gusta la idea -dijo Frankie sonriendo-. ¿Crees que habrá sitio para una más?

– Lo intentaré mañana por la mañana, a ver qué dice -respondió Julie-. No creo que a su amigo le importe, pero ya te imaginas lo que querrán de ti, ¿no?

Frankie se la quedó mirando sin cambiar de expresión.

– Julie, soy una profesional.

La chica rió e hizo un ademán con la cabeza.

– Perfecto, Frankie. Oye, me alegro de que nos librases de Paula. Te veré mañana, ¡lo pasaremos bien!

– ¿Por qué vas a hacer eso? -le preguntó Gina, consternada-. Dios mío, ¿es que no sabes a qué te expones?

– A nada peor de lo que pasa cada noche en el picadero.

– ¿Entonces por qué te has ofrecido voluntaria?

– Para investigar.

– ¿Investigar? ¿De qué crees que te vas a enterar ahí dentro?

– Pues de entrada -contestó Frankie, tumbándose en el colchón-, de cómo se conduce un Humvee.

* * *

Más tarde, esa misma noche, con el gimnasio abarrotado, Gina y Aimee compartieron su cama. Aimee durmió entre las dos mujeres y se acurrucó contra Frankie.

Frankie permaneció inmóvil, mirando al techo. Tardó mucho tiempo en conciliar el sueño.

Capítulo 19

A las cuatro de la mañana siguiente, los megáfonos a pilas volvieron a la vida y anunciaron el toque de diana por las calles vacías. Cinco minutos después del primer aviso, los soldados salieron de sus barracones vestidos, armados y preparados. La ciudad bulló de actividad. Los soldados iban de acá para allá comunicando órdenes. El garaje vibró con el sonido de los motores cuando los Humvees, los camiones y los vehículos de transporte empezaron a salir del edificio. Algunos llevaban alimentos y otros bienes básicos: mantas, agua, gasolina, aceite, piezas, generadores (Baker confirmó durante un interrogatorio que en Havenbrook no quedaba energía), armas, munición, textiles y cualquier otra cosa que pudiesen llegar a necesitar. Otros camiones fueron asignados a transporte humano.

Se abrieron las puertas del gimnasio, el cine y otras áreas de confinamiento. Los asustados y somnolientos civiles fueron conducidos al exterior a punta de pistola, como si fuesen ganado, mientras se abrazaban unos a otros para combatir el frío que precede al alba. Una columna de camiones se detuvo ante ellos y los soldados les ordenaron que subiesen a los remolques.

Un antiguo banquero y un dependiente intentaron escapar en medio de la confusión. En cuanto fueron descubiertos, sonaros dos disparos en la oscuridad y cayeron abatidos. Después de aquello, no hubo más intentos de fuga.

Jim, Martin, Baker y Haringa permanecieron juntos mientras la fila avanzaba hacia uno de los camiones. Dos guardias se dirigieron hacia ellos y cogieron a Baker de los brazos.

– Señor, soy el soldado Miccelli y éste es el soldado Lawson. Tiene que venir con nosotros.

– ¿Por qué? ¿Por qué se lo llevan? -preguntó Jim, interponiéndose.

– ¿Quieres que te pegue un tiro y te deje aquí tirado? -contestó Miccelli mirándole a los ojos mientras sonreía-. ¿No? Pues entonces métete en tus putos asuntos, amigo.

Jim plantó los pies en el suelo y cerró los puños, lleno de ira. Martin le puso la mano rápidamente en el hombro y le susurró al oído:

– Ahora no. Así no. Así no vas a ayudar a Danny.

Le condujo suavemente de vuelta a la cola.

– ¡Buena suerte, caballeros! -les dijo Baker-. Estoy seguro de que volveremos a vernos antes de que todo esto haya terminado.

Martin se despidió con la mano.

– Igualmente, profesor. Dios está con todos nosotros.

Mientras se llevaban al científico, éste se dio la vuelta de pronto y gritó:

– ¡Señor Thurmond! Su hijo está vivo. ¡Yo también puedo sentirlo!

– ¡Venga! -gritó Miccelli mientras le pegaba un puñetazo a Baker en la nuca y le apuntaba con el M-16.

Jim, Martin y Haringa se dirigieron con el resto de los hombres hacia el camión. Como ya estaba lleno cuando llegaron, la cola se detuvo; los soldados cerraron las puertas a cal y canto con una fina barra de metal e hicieron un gesto para que el vehículo se pusiese en marcha. En cuanto se fue, otro ocupó su lugar.

Fueron obligados a subir de uno en uno al camión. Jim se detuvo una vez arriba y extendió la mano hacia Martin para ayudarle a subir.

– ¡Venga, moveos! -ladró uno de los soldados-. ¡Hasta el fondo!

Fueron conducidos hasta el interior del remolque, que no tardó en llenarse de cuerpos sucios y apretados que les empujaban contra el fondo. Se agacharon y Jim y Haringa escudaron a Martin del resto de prisioneros para que éstos no le aplastasen contra las paredes.

– Espero que no tengáis claustrofobia -comentó Haringa-. Porque sería una putada.

Una vez el remolque estuvo lleno, las puertas se cerraron, sumiendo a sus ocupantes en la más absoluta oscuridad. El motor se encendió de nuevo y empezaron a moverse.

* * *

Julie saludó a los soldados en medio de la multitud y Frankie pensó que la mujer parecía contenta y expectante, como si aquello no fuese más que un viaje de fin de semana con unos chicos que había conocido en una fiesta.

Se coló entre Frankie y Gina, riendo nerviosamente.

– ¿Lista para pasarlo bien?

– ¡Pues claro! Ya sabes que sí -respondió Frankie-. Espero que por lo menos sean monos.

– Oh, sí que lo son -le aseguró Julie-. Y, como te dije, son más majos que la mayoría. Deberías pensar en quedarte con uno de ellos.

Gina agarró a Frankie del brazo y la acercó hacia sí.

– ¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo?

– Segurísima -asintió Frankie-. Tú cuida de ti y de Aimee; yo voy a hacer amigos y ver qué puedo aprender.

Los dos soldados se acercaron y uno de ellos levantó en volandas a Julie, que chilló de alegría.

– Bájame -insistió, juguetona. Después se dirigió a Frankie-. Éste es Blumenthal -dijo mientras le pasaba la mano por el pecho-. Y éste es Lawson. Lawson, ésta es mi amiga. Es la nueva que le ganó a la gorda ayer por la noche.

– ¿Una cosita como tú? -se sorprendió Lawson mientras se regodeaba observándole el pecho y las caderas-. No tienes pinta de haberle dado una paliza.

– Estoy llena de sorpresas -contestó Frankie al tiempo que se lamía los labios de forma sugerente.

– Seguro que sí. -Se dirigió a Blumenthal-. ¿Puede venir con nosotros?

El otro soldado rió y acercó a Julie hacia él.

– Claro, tío, ningún problema. Pero que no se entere el sargento Ford.

– Contaba con que os ofrecieseis a llevarnos -dijo Frankie-. ¿A qué esperamos? Venga.

Lawson dejó escapar un silbido y le dio una palmada en el culo.

– Por aquí, señoritas.

Gina vio cómo desaparecían entre la multitud y fue a buscar a Aimee.

Encontró a la niña buscando protección en medio de otro grupo de mujeres. El soldado de primera clase Kramer la miraba con lascivia.

Gina comprobó asqueada que estaba teniendo una erección.

Fueron conducidas al remolque y empujadas al interior.

Kramer no dejó de mirar a Aimee, anotando en qué parte del convoy se encontraba. Gina creyó que Aimee no se había dado cuenta.

Cuando las puertas se cerraron, se puso a temblar.

Lo último que vio fue la sonrisa de Kramer.

* * *

– Bienvenido a bordo, profesor Baker. Me alegro de que haya podido venir con nosotros.

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