Schow le ignoró y se dirigió a Skip.
– ¿Qué opina usted, soldado?
– Creo que estás loco -respondió Skip-. Vas a matarme de todas formas, así que puedes irte a tomar por el culo, coronel Schow. Que te folle un pez polla, tarado de los cojones.
– ¿Matarle? -se burló Schow, llevándose la mano al pecho con un ademán-. ¿Matarle? No soldado, no me entienda mal. Ha sido hallado culpable de traición y, lo que es peor, cobardía. Simplemente vamos a darle la oportunidad de demostrar su valor una vez más.
Empezó a reír y McFarland y Torres le imitaron al instante.
– Estamos encima del objetivo, señor -dijo el piloto desde la parte delantera.
– ¡Bien! -Schow se mostró repentinamente animado-. Caballeros, con su permiso, empecemos.
McFarland y González se levantaron de sus asientos y sacaron algo largo y negro de una caja. Baker no supo identificar qué era, pero parecía estar hecho de goma. Aunque no podía ver a Skip, sintió cómo temblaba contra él.
Engancharon uno de los extremos del objeto a un cabrestante y Baker se dio cuenta de que era una cuerda de puenting.
– Bájanos un poco -ordenó Torres al piloto- y luego equilibra el helicóptero.
– Oh, no -rogó Skip-. Por favor, coronel. ¡Esto no! ¡Cualquier cosa menos esto!
– Me temo que ya es demasiado tarde para ruegos, soldado. Mentí. Vamos a matarle, después de todo. Pero claro, como ya había indicado, lo supo desde el momento en que subimos al helicóptero. Consuélese al menos con el hecho de que podrá demostrar su valor antes de morir.
Los dos oficiales le colocaron un arnés en el cuerpo. Atado de pies y manos, Skip no pudo resistirse y empezó a hacer ruidos con la garganta como si se estuviese atragantando. Baker reparó en que estaba ahogándose en su propio llanto.
– Por favor -suplicó-, ¡esto no! ¡Por amor de Dios, esto no! Pegadme un tiro, ¡pegadme un tiro y acabad de una vez!
– No se le concederá ese honor -le dijo Schow con calma-. Y, para serle sincero, soldado, no quiero desperdiciar munición.
Skip gimió. Lo arrastraron hasta la puerta y la abrieron. Una ráfaga de aire frío envolvió a todos los ocupantes y Baker se encogió. Skip movía la boca en silencio. Parecía que se le iban a salir los ojos de sus órbitas.
– ¡Por favor, disparadme! ¡Cortadme la puta garganta! ¡Pero esto no!
– ¿Últimas palabras? -preguntó McFarland.
– Sí -dijo Skip, pasando del pánico a un frío odio-. ¡Que os den por el culo, sádicos de mierda! ¡Así os vayáis todos al infierno! ¡Baker, no les digas nada! ¡No les lleves a Havenbrook porque te matarán en cuanto hayan llegado!
Se inclinó hacia delante y escupió a Schow en la cara.
La expresión de Schow se mantuvo impertérrita. Se despidió de Skip moviendo la mano con poco interés y se limpió la saliva con un pañuelo.
¡Bon voyage! -gritó González, tirándolo al vacío de un empujón.
El grito de Skip fue volviéndose más tenue a medida que caía y Baker cerró los ojos, a la espera de que se desvaneciese.
– Enseñádselo -ordenó Schow, así que Baker y Gusano fueron arrastrados hasta la puerta.
Skip se dirigía de cabeza hacia el suelo con la cuerda de puenting colgando tras él. El helicóptero volaba sobre una extensión de campo en la que se arremolinaba, expectante, un grupo de zombis.
Skip caía directamente hacia ellos. Cerró los ojos mientras sentía el viento silbándole en las orejas y el estómago en la garganta. Su vejiga y sus tripas se relajaron a la vez, llenando sus pantalones de un líquido templado que se deslizó por su espalda, pecho y cabello antes de derramarse hacia el suelo.
Baker contempló horrorizado cómo los zombis estiraban su cabeza y brazos hacia la ofrenda que les caía del cielo. Skip aterrizó en medio del grupo, pero la cuerda lo devolvió hacia arriba con un chasquido, haciendo que el helicóptero se tambalease un poco.
Cuando cayó por segunda vez, los zombis consiguieron asestarle varios mordiscos antes de que volviese a subir hacia el cielo.
Gusano lloró y apoyó la barbilla contra el pecho mientras cerraba los ojos con fuerza. Baker comprobó que no podía dejar de mirar, aunque lo desease fervientemente.
La gravedad llevó a Skip de vuelta hacia abajo gritando y cubierto de sangre. Esta vez, los zombis pudieron agarrarlo bien. Se arremolinaron en torno a él, empujándose y apartándose unos a otros para conseguir llegar hasta su presa. Una marea de carne humana se abatió sobre él y lo condujo hasta el suelo, donde empezó a despedazarlo. Rasgaron su piel y sus músculos mientras devoraban sus miembros hasta el hueso.
El helicóptero volvió a tambalearse por el peso adicional.
– Cuidado -avisó Torres-, no pierdas el control.
McFarland y González se reían.
– ¡Me encanta esto! -dijo González mientras daba palmadas en el hombro de su compañero-. ¡Mira cómo van a por él! Son como un banco de pirañas. Tienen tanta hambre que no están dejando ni para que vuelva a caminar.
– Algo dejarán -replicó McFarland-. Siempre lo hacen. Al menos conservarán la cabeza.
Schow no dijo nada. Contemplaba la escena impasible, aburrido casi.
– Je -espetó González-. ¿Has visto que ése lleva sus intestinos en la cabeza? Esto es la hostia. ¡Champú de tripas!
– Ya es suficiente -ordenó Schow-. Subidlo.
El cabrestante empezó a gemir, recogiendo la cuerda de puenting. Había algo rojo, húmedo e inidentificable atado al otro extremo. Le quitaron el arnés al cadáver con una mueca de asco y tiraron el cuerpo fuera del helicóptero. Aterrizó con un ruido húmedo en medio de los agitados zombis.
Schow apuntó a Gusano.
– Ahora el retrasado, si no es molestia.
Baker se quedó helado:
– ¡Ni se te ocurra! ¡Déjale en paz!
– Es demasiado tarde para protestar, profesor. Hoy ha aprendido una lección, y creo que es hora de convertirlo en algo personal.
– Por amor de Dios, Schow, ¡el chico no te ha hecho nada! ¡Está indefenso! ¡Ni siquiera entiende qué está pasando!
– Pronto lo entenderá -gruñó McFarland mientras levantaba a Gusano del suelo-. ¡Deja de revolverte, puto mongol!
Gusano mordió con fuerza al capitán en la mano. Gritó y soltó a Gusano, que se alejó.
– ¡Eiker! ¡O ejes e me ha'an daño!
– ¡Maldita sea, Schow, es inocente! ¡Sólo es un chico!
González se sentó encima de Gusano, inmovilizándolo, y McFarland le puso el arnés ensangrentado, de cuyas tiras todavía colgaban pedazos de Skip. Gusano empezó a gritar el nombre de Baker una y otra y otra vez, como una sirena aguda y constante.
– ¡Eikeeeeeeeeeeeeeeer!
– Despídase de su amigo, profesor.
Empujaron a Gusano hacia la puerta.
– ¡Está bien! -gritó Baker-. ¡De acuerdo, lo haré! ¡Os llevaré hasta Havenbrook! Pero, por favor, no le hagáis daño. -Se derrumbó sobre el cojín del asiento entre sollozos.
– ¿Lo ven, caballeros? -dijo Schow-. ¿Ven lo bien que funciona la persuasión? Muy bien, profesor. Pienso que es usted un hombre de palabra, pero creo que me quedaré con su joven compañero por si acaso. Considérelo un aval.
– No se te ocurra hacerle daño.
– Le doy mi palabra, estará bien. De hecho, vivirá en mejores condiciones que usted, me temo. Pero recuerde su promesa.
Baker le miró a los ojos.
– Le llevaré hasta Havenbrook, coronel. Pero puede que no le guste lo que va a encontrar.
– Yo me largo ahora mismo.
Martin parpadeó al despertarse.
– No puedes, Jim. Te cogerían y te matarían tintes de que pudieses salir de la ciudad.
– ¡No tengo otra opción, Martin! La vida de Danny depende de ello. ¡Está vivo, no sé por qué lo sé, pero está vivo! Puedo sentirlo.
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