Brian Keene - El Alzamiento

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Nada permanece muerto mucho tiempo. Los muertos están volviendo a la vida, inteligentes, decididos… y hambrientos. Huir parece imposible para Jim Thurmond, uno de los pocos supervivientes de este mundo de pesadilla. Pero el joven hijo de Jim también está vivo y en peligro a cientos de miles de kilómetros. Pese a las terribles adversidades, Jim jura que lo encontrará… o morirá en el intento.
Junto a un anciano sacerdote, un científico devorado por la culpa y una ex prostituta, Jim se embarca en un viaje a través del país. Juntos se enfrentarán a los vivos y a los muertos vivientes… y al aún más terrible mal que los aguarda al final de su viaje.
Novela ganadora del Premio Bram Stoker.

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La puerta del balcón se abrió y apareció un soldado hecho polvo flanqueado por otros cuatro, entre ellos Lapine. Empujaron al herido al interior y cerraron la puerta de un golpe.

El hombre apoyó la espalda contra el respaldo de la silla y se derrumbó sobre ella, hecho un tembloroso ovillo.

– ¿Está bien? -le preguntó Baker, dando un paso hacia él.

– Oy ien -murmuró el hombre a través de su destrozada boca-. E amo Shkip.

«¡Suena igual que Gusano!», pensó Baker.

– Yo soy William Baker, y mi compañero se llama Gusano.

– E i en la e ene ene, gon o de a aina de o ahujero' negó'.

– Sí, salí en la CNN -admitió Baker, sorprendido-. ¿Se acuerda de mí?

– Aho, eo, ¿e iculpa u eundo? -El hombre sonrió y un hilo de baba rosa se deslizó por su mejilla machacada. Se encorvó hacia delante, tosió y escupió tres dientes rotos y un chorro de sangre. Baker contempló la escena horrorizado-. Perdón.

Su voz, aunque seguía siendo ronca, se volvió mucho más clara, aunque para Baker era evidente que le dolía hablar.

– No pasa nada -le tranquilizó-. Vamos a echarle un vistazo, señor Skip. Me temo que aquí la iluminación no es muy buena, pero veremos qué puedo hacer.

– ¿También es médico? -preguntó Skip, estremeciéndose cuando Baker le tocó la cabeza con cuidado pero firmeza.

– No, pero estudié un par de asignaturas durante la carrera. -Giró la cabeza de Skip hacia la izquierda y hacia la derecha-. ¿Duele?

– Sí -se quejó Skip-, pero no pasa nada.

– ¿Qué le ha ocurrido?

– Esto es lo que les pasa a los que no acatan las órdenes. ¿Y vosotros? ¿Asaltaron las instalaciones de Hellertown?

– No -respondió Baker-, pero ¿cómo sabe tanto de nosotros?

– Ya se lo he dicho, lo vi en la CNN. Vosotros erais los que estabais trabajando con la máquina de los agujeros negros. También teníais a gente investigando en ordenadores sentientes, clonación y todo eso.

– Sí, trabajé con el Colisionador Relativista de Iones Pesados, lo que usted llama la máquina de los agujeros negros. Era uno de tantos proyectos, pero no nos daban mucha información sobre el resto, así que no puedo confirmar esos otros que ha mencionado.

– Bueno, profesor, pues será mejor que Schow tampoco sepa nada. Por eso estáis aquí, ¿verdad?

– Eso parece, desde luego. Nos dijeron que querría interrogarnos. Parece que piensan que Hellertown era, fundamentalmente, un laboratorio de armas.

– Bueno, entonces, ¿cómo le capturaron y quién es él? -preguntó Skip apuntando con el pulgar a Gusano, que estaba mirando a la sala de abajo.

– Podría decirse que es mi hijo. Soy su protector. Le encontré durante mi viaje y he acabado por sentirme muy apegado a él. Es un hombrecito impresionante. Y en cuanto a la primera pregunta, nos capturaron unos compañeros suyos cerca de Harrisburg. ¿Deduzco que es usted de su misma sección, o escuadra?

– Algo así -dijo Skip, falto de ganas de dar una lección de terminología militar-. Pero yo no soy como el resto. Son animales, y Schow es el peor. Él, McFarland y González. ¡Están de la puta olla!

Volvió a escupir sangre, esta vez por encima del balcón. Se oyó una pequeña salpicadura en el piso inferior. Gusano, al verlo, rió nervioso y le imitó. Skip rió y se pasó la mano por el pelo.

– ¿Y qué querrá el coronel Schow que hagamos? -preguntó Baker.

– Es difícil saberlo -respondió Skip, pasándose la camiseta por la cara-. Pero si fuese usted, le diría todo lo que quiere saber.

– ¡Ahí está el problema! -exclamó Baker-. ¡No sé qué quiere que le digamos! No sé nada. Y aunque lo supiese, lo más seguro es que nos mate en cuanto consiga lo que quiere, ¿no es así?

– Sí, eso es exactamente lo que haría -dijo Skip-, pero créame, si estás en manos de Schow, es mejor acabar como una de las cosas de ahí afuera que como su prisionero. Y hablando de ello, tengo algo que hacer.

Se dirigió a duras penas hasta el balcón, desde donde Gusano seguía lanzando escupitajos, y miró abajo.

– Hum, sólo diez metros. Es muy poca caída.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Baker.

– Como he comentado, es mejor estar muerto que en sus manos. Ya me han cogido, así que tenía pensado tirarme por el balcón. Pero no hay mucha altura; lo único que conseguiría sería romperme las piernas y empeorar las cosas.

Horrorizado, Baker se preguntó cómo debía ser el tal coronel Schow para que un hombre prefiriese suicidarse a vérselas con él. No podía ser tan malo. ¿Verdad?

Poco después, cuando volvió a oír las voces al otro lado de la puerta, Baker supo que estaba a punto de descubrirlo.

– De pie, mamones -gritó Lapine-. El coronel Schow quiere veros. Os venís a dar un paseo.

Capítulo 17

Martin se inclinó hacia delante, sujetándose al salpicadero con los dedos.

– ¿Eso es lo que yo creo que es, Jim?

Acababan de cruzar el cartel de bienvenida a Gettysburg y Jim frenó hasta detenerse. Enfrente de ellos, dos Humvees y un tanque bloqueaban la carretera. Varios hombres armados patrullaban aquel tramo sin quitarle el ojo de encima al coche. La torreta del tanque se orientó hacia ellos.

– ¡No me lo puedo creer! ¡Son soldados, Jim! -exclamó Martin-. ¡Es el ejército!

– A mí me parece que es la Guardia Nacional -le corrigió Jim-. ¿Pero qué coño hacen aquí?

– ¡Puede que sea una zona segura! ¿Y si hemos salido de los territorios infectados?

– No, eso no tiene sentido. Si ése fuese el caso, ¿por qué estaría afectada Nueva Jersey? Esto es algo mundial. ¿Recuerdas lo que nos dijo Kingler?

– Dijo que el ejército estaba tomando el sur de Pensilvania.

– Eso es. Esto no me gusta, Martin.

– ¿Y qué podemos hacer? ¡Esos tipos tienen ametralladoras, Jim! ¡No podemos volar un tanque!

Dos hombres se acercaron al coche con las armas en alto y dieron un par de golpecitos en la ventanilla. No sonreían.

– Caballeros, vamos a tener que pedirles que bajen del vehículo.

– Claro -contestó Jim, intentando mantener la calma-. ¿Pueden decirnos qué está pasando?

– Hay zombis en el perímetro, señor, es por su seguridad. Como si quisiese corroborarlo, uno de los soldados que estaba sentado tras la ametralladora del Humvee se sobresaltó.

– ¡A las dos! -gritó, apuntando con el arma a un punto del terreno. Un grupo de zombis se abría paso a través de una hilera de monumentos de la guerra civil y se dirigía hacia la carretera. Jim y Martin podían olerlos hasta de lejos.

El hombre apostado sobre el Humvee disparó, alcanzándolos a todos. Sus miembros y torsos saltaron por los aires, pero las criaturas siguieron avanzando hasta que las balas destruyeron sus cabezas. Entonces dejaron de moverse.

– Si nos hacen el favor… -dijo el soldado mientras señalaba la puerta. Obedecieron a regañadientes.

– Menos mal que nos hemos encontrado con ustedes -dijo Martin. Los soldados no respondieron.

– Señores, vamos a tener que requisarles las armas. Estoy seguro de que lo entenderán.

– ¿Pero no nos puede decir qué…?

– ¡Pon las manos en el puto coche ahora mismo!

Dos soldados más corrieron hacia ellos y empotraron a Martin contra el coche. El golpe le hizo sangrar de la nariz y se puso a gritar de dolor y miedo.

– ¡Eh! -gritó Jim-, hijo de puta, ¿no ves que es viejo? ¿Qué coño pasa aquí?

Cerró los puños, hecho una furia, y avanzó hacia los soldados. El que tenía detrás le pateó las piernas, derribándolo. Dos más se abalanzaron sobre él y forcejearon hasta esposarlo. Dos más se echaron encima de Martin.

– ¿Qué significa todo esto? -rogó Martin.

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